Los escultores en el Antiguo Egipto fueron llamados "los que dan
la vida", y de hecho hoy, miles de años después, todavía muchas
de las imágenes sedentes del soberano ó del cortesano, parecen que van
a echarse a caminar de un momento a otro. Representan al soberano en una
tarea que los artistas realizaban con sumo cuidado. No existía, como a
veces se piensa, un miedo terrible a la cólera del rey si algo se
reflejaba mal, sino que su figura era tan importante que para el artista
era un reto y un gozo tener semejante privilegio.
Así como el rey aparecía representado en su
máximo esplendor, y si se
hallaba en compañía de otras personas, el faraón aparecía a mayor tamaño. En ocasiones, como esta
representación de
Nefertari junto a las piernas de
Ramsés II, el
tamaño reducido de la reina parece ridículo y sin embargo, obedece a
una serie de cánones simbólicos y estéticos vigentes desde las
primeras dinastías.

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En ocasiones, no era raro ver a lo largo de la vida
de un rey, sus distintos rasgos según la edad que tuviese en ese
momento de su vida, como ocurrió con
Senwosret III, el cual reinó
durante unos 35 años, y posee numerosas esculturas que reflejan el
poder de su juventud, la reflexión en su madurez y la serenidad de su
vejez. Y es que el arte del Antiguo Egipto es un reflejo de la vida
diaria. Las imágenes del rey son un canto a su naturaleza divina, pues
como los antiguos textos nos narran, estaban dotados de una fuerza y un
poder sobrenatural. Así mismo, el propio rey tenía la sencillez de
aparecer en una clara situación servil cuando las cosas iban mal,
cuando los problemas afectaban al seno real y el faraón deseaba atraer
la benevolencia de las divinidades. Desde el Antiguo Imperio, se
establecen una serie de pautas que se mantendrán estables a lo largo de
cientos y cientos de años. La postura serena y hierática del rey, la
barba postiza, sus brazos apoyados sobre los muslos, la cola de león o
de toro, son algunos de los rasgos que marcan esas pautas que, incluso
en épocas de crisis artística, como pudo ser el período de
Ajenatón,
se mantuvieron.

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La imagen de la esposa era un
componente que se antojaba fundamental, y sobre todo si se trata de la
Gran Esposa Real, la consorte del faraón. En el arte y la vida del
Antiguo Egipto era muy importante el concepto de la dualidad, como el
reflejo de su propia existencia, pues el hombre no es nada sin su
sombra, la luz no existiría sin la oscuridad, y el bien no sería
posible sin la existencia del mal. Así pues, la dualidad de la unión
familiar era muy importante. Los sabios del Imperio Antiguo, como el
caso de
Ptah-Hotep, ya remarcaban la importancia de la mujer como pilar
básico de la estabilidad de la vida. En el Imperio Nuevo, esa
condición no menguó, sino que incluso se vio reforzada. Existen
numerosas y bellas imágenes de mujeres que denotan la finura, elegancia
y sensualidad que desbordaron estas hijas del Nilo.

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Durante
el Imperio Medio los reyes acentuaron sus rasgos para denotar así su
autoridad. con la llegada del Imperio Nuevo, grandes reyes como
Amen-Hotep III ó
Ramsés
II apostaron por las figuras descomunales que reflejaban la autoridad
que ejercía el soberano no solo en su país, sino en los límites
exteriores de sus fronteras. La imagen del faraón de Egipto era
respetada, y en estos tiempos de batallas, conquistas y luchas a menudo
derivadas por la insensatez, el respeto por un soberano era esencial. En
los talleres reales se elaboraban las esculturas. Un gran número de
hombres profesionales trabajaba a diario en ellas. Algunas
representaciones de moradas para la eternidad, así como el propio
taller de Tutmosis, el escultor real de
Ajenatón, nos han ilustrado con
imágenes únicas en el mundo. Gracias a estos legados arqueológicos,
sabemos que solían utilizar andamios para tallar las figuras reales de
gran tamaño, que primero el rey posaba para el jefe de escultores
y este luego, partía hacia su taller con el molde del cual saldrían
las posteriores obras. En los últimos días de gloria, la última etapa
del Imperio Nuevo, no era raro ver a reyes como
Ramsés IV en un papel
secundario. La imagen del hombre divino había desaparecido. El concepto
del faraón ya no se regía por las pautas establecidas desde la noche
de los tiempos, y el monarca ya no protegía a una sociedad que en esos
días, corría incontrolada hacia su decadencia final. |