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...cuando el
sol se ocultó en el firmamento, apareció ante mí
una decrépita vieja, como surgida de la nada. Debía tener
muchisimos años, pues en su alargada y sombría cara se veían
profundas arrugas, inequívocas señales del tiempo que serpeaban
entre restos de sangrientas llagas. Podían apreciarse innumerables
venas en sus sienes y párpados latiendo al ritmo que su fatigado
corazón. Su nariz era puntiaguda hasta el exceso y de su cabeza,
que cubría con un sucio y mugriento paño enrollado, brotaba
una larga y grasienta cabellera blanca. No había duda, se trataba
de un Sorgiñak. |
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