Autor: Miguel Fajardo
EL BAJO IMPERIO
Durante la segunda mitad del Siglo III, y aunque los precedentes hay que buscarlos al menos en los finales del gobierno de Marco Aurelio o incluso antes, el Imperio Romano se vio sometido a una tremenda crisis que lo afectó de forma brutal en todos los ámbitos: crisis económica y monetaria, crisis demográfica, crisis política, crisis militar, crisis de valores.
Durante este tiempo, también conocido como Anarquía Militar, el Imperio estuvo a punto de desaparecer desbordado en todos sus frentes por problemas internos y externos. Sólo la actuación decidida de sus gobernantes y la capacidad de reacción de su población consiguieron superar la situación desesperada y salir de ella demostrando su capacidad de adaptación y generando un sistema que, aunque nuevo, tenía sus raíces en la época anterior.
Este nuevo sistema, creado por el emperador Diocleciano (284-305) se conoce como Dominado (de Dominus, señor o amo), y supone un cambio sustancial respecto al modelo de estado creado tres siglos antes por Augusto.
La aparición del modo de gobierno de la Tetrarquía con su sistema de Emperadores subordinados, el edicto de precios fijos, el cambio de sistema monetario, la vuelta a los valores del paganismo, la reforma del ejército y de las provincias, la burocratización/militarización del estado y la administración, el nuevo ceremonial cortesano y el carácter sagrado de la institución imperial, el desarollo del colonato, el carácter hereditario -por ley- de la actividad profesional, la división social y legal entre honestiores y humiliores, la nueva base impositiva mixta "capitatio-iugatio", la reforma del ejército... fueron medidas todas destinadas a conseguir la estabilización del Estado después de la terrible crisis del siglo anterior.
Comienza así el período histórico
conocido como Bajo Imperio, que la historiografía tradicional
hace terminar en 476. En esta fecha el hérulo Odoacro depone al
último emperador de Occidente, Rómulo llamado Augústulo.
Aunque, como sabemos, en la parte oriental del Imperio las tradiciones
tardorromanas se prolongarán durante algunos siglos más.
ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO TARDOIMPERIAL ANTES DE ADRIANÓPOLIS
Durante el gobierno de Constantino, y a partir de las reformas ya anticipadas por Diocleciano unos años antes, aparece un nuevo modelo de ejército agrupado ahora en dos grandes tipos de unidades:
El ejército romano, igual que la sociedad del Imperio en su conjunto, salió pues de la crisis con grandes diferencias respecto al ejército compuesto de ciudadanos encuadrados en las legiones, más las unidades de "auxiliares" que constituían su base en la época de Augusto y Trajano. Estos cambios fueron lógicos en una maquinaria militar que habría de adaptarse a retos, enemigos y condiciones de combate nuevos, y las reformas de Diocleciano y Constantino constituyen un estadio más en el proceso evolutivo del ejército romano.
Ya desde la época de Galieno (254-268) habían empezado a tener importancia las tropas de caballería pesada (catafractarios) a imagen de las tropas sasánidas o sármáticas, y se habían puesto los cimientos de lo que después sería el ejército comitatense, si bien la base del ejército romano durante el S. IV seguiría siendo la infantería. Esto explica los títulos de los dos nuevos altos oficiales del ejército tardoimperial, y el rango "senior" del jefe de la infantería.
Desde mediados del S.III la presión en las fronteras del norte (Rhin y Danubio) y del este (ante la Persia Sasánida) había sido insoportable.
Los continuos desbordamientos del limes hicieron que el sistema tradicional de defensa quedara obsoleto, ya que una vez superado el obstáculo de las tropas acantonadas en las fronteras los enemigos apenas tenían adversarios dentro del territorio imperial. Esta fue una de las causas que llevaron a la constitución de un nuevo sistema de defensa en profundidad, basado por una parte en el empleo de tropas fronterizas -limitanei-, ciudades fortificadas (de esta época datan la mayoría de las murallas que circundan las cuidades romanas), y por otra en un ejército móvil -comitatense- que pudiera desplazarse con rapidez a los puntos de conflicto.
Este ejército comitatense se formó a partir de los mejores hombres de las unidades anteriormente existentes (las antiguas legiones, cohortes, vexillationes o alae). Mucho se ha discutido acerca de la calidad de comitatenses y limitanei, en general suponiéndose que era mayor la del ejército de campaña. Lo cierto es que las legiones estaban, ya durante el siglo III, lejos de contar con los 5.000 ó 6.000 hombres de épocas anteriores, siendo sus efectivos mucho más cercanos a los 800 o 1.000. En ocasiones, además, las tropas limitanei se incorporaban a los ejércitos de campaña constituyendo los llamados pseudocomitatenses, lo que indica que su calidad de combate debía ser también razonable. Y dentro de las tropas comitatenses aparecen a su vez algunas unidades de élite llamadas palatini.
En época de Constantino aparece un nuevo tipo de unidades que constituirían el núcleo de la infantería de campaña, llamadas auxilia (diferentes de los auxiliares de épocas anteriores). Probablemente (por sus nombres, tales como Cornuti, Batavi, Bracchiati) sus miembros serían posiblemente reclutados inicialmente entre poblaciones de origen bárbaro, aunque los auxilia eran constituyentes por derecho delejército regular romano (y por tanto muy diferentes de los foederati visigodos que veremos después de Adrianópolis. El carácter plurinacional, a la vez que romano, del ejército era en 378 algo tradicional y perfectamente asumido (recordemos, por ejemplo, a Septimio Severo, fundador de la Monarquía Militar, nativo de Tripolitania y que hablaba latín con marcado acento púnico, o a Maximino el Tracio, oficial semibárbaro que llegó desde las filas del ejército al Imperio, o a Filipo el Arabe, o a Septimio Odenato, rey de Palmira, por citar sólo algunos ejemplos del siglo III). Todos estos hombres, con independencia de su origen y extracción, se sentían romanos y orgullosos de formar parte de las tropas responsables de la defensa de un mundo del que se consideraban parte integrante... algo que cambiará de forma radical tras Adrianópolis.
Tampoco la distinción entre tropas
ciudadanas (o legiones) y auxiliares tenía ya sentido, desde que
la Constitutio Antoniniana de Caracalla concedió (212) el
derecho de ciudadanía a todos los habitantes del Imperio.
EL TAMAÑO DEL EJERCITO DE VALENTE EN 378
Sobre este particular hay opiniones variadas que los expertos defienden con distintos argumentos.
La Notitia Dignitatum , importante documento que recoge una lista del estado de los funcionarios civiles y militares del Bajo Imperio, para Occidente a finales del siglo IV y para Oriente hacia 420, es la fuente principal para conocer el estado (e intuir su evolución) del ejército romano durante el S. IV.
Para una población estimada por Leon Homo en unos 80 Millones de habitantes para todo el Imperio (si bien esta cifra es difícil de evaluar con seguridad), el ejército en época de Septimio Severo (principios del S. III) constaba de 33 legiones y un número equivalente de auxiliares, lo que haría un total de unos 330-350.000 hombres.
Posteriormente los emperadores realizaron aumentos en el número de efectivos, con lo que algún historiador antiguo proporciona cifras en torno a los 650.0000 hombres para el ejército de Constantino.
Sin embargo, la crítica actual tiende a considerar estas números como exagerados y proponen cifras inferiores, unos 450-500.000 hombres para el total del ejército romano en esta época. En el libro de S. Williams y G.Friell (Theodosius, the Empire at Bay, Yale University Press, 1995), se recoge un interesante estudio que toma como base la Notitia y el análisis de Jones para sus cálculos, y cuya lectura recomiendo a los interesados en el tema. A partir de dicho estudio y de una serie de hipótesis razonadas, se proponen un total de unos 100.000 comitatenses y unos 130-140.000 limitanei en el ejército romano oriental, y por tanto a disposición de Valente en vísperas de Adrianóplis. Habida cuenta la extensión del territorio por defender y los posibles movimentos de tropas, se considera un despliegue de no más de 25-30.000 hombres durante la batalla. Por lo tanto, si asumimos que las pérdidas romanas durante el encuentro fueron del orden de las dos terceras partes del total, esto nos daría las 10-20.000 bajas que en su momento comentamos, y que se produjeron entrelos mejores efectivos con que contaba el ejército romano oriental. El total de efectivos con capacidad de combatir de los godos durante el encuentro se cifra a su vez en unos 20-25.000 hombres.
Estos números me parecen razonables si los comparamos con los despliegues de tropas en otros encuentros de le época (por ejempo los 13.000 aportados por Juliano en Estrasburgo el año 357 frente a los alamanes, los 30.000 con que contó Estilicón en 406 para defender Italia, o los 15.000 con que Belisario reconquistó el reino Vándalo de Africa), y tenemos en cuenta la amplia extensión territorial del Imperio, así como los múltiples compromisos defensivos que simultáneamente era preciso asumir.
Mucho es también lo que se ha hablado sobre la supuesta capacidad de las tropas regulares romanas de defender el Imperio en sus últimos momentos, pero entrar en más detalle sobre esto nos llevaría a alejarnos del tema de este artículo.
En cualquier caso, y fuera cual fuera el número exacto de bajas del ejército imperial, lo cierto es que Adrianópolis fue la más grande derrota de las tropas romanas desde Cannas, casi 600 años antes, y sus consecuencias probablemente mayores. Las legiones romanas habían sufrido graves derrotas a lo largo de los siglos. Por ejemplo, en época republicana, en las campañas de Hispania, o antes de Mario en las guerras contra cimbrios y teutones. Ya en el Imperio, el desastre de Teutoburgo bajo Augusto, o en Abrittum bajo Decio -que murió en la batalla- o Valeriano -que cayó prisionero frente a los persas de Sapor.
Sin embargo los hechos desencadendos después de Adrianóplis, de los cuales el más importante fue el nuevo papel que los godos pasaron a jugar en los destinos del Imperio, no tuvo parangón en ninguno de los casos anteriores.
Se abría así la puerta a un nuevo mundo que ya no estaría bajo la égida de Roma y que haría decir a San Ambrosio:
In occasu saeculi sumus ("Vivimos el ocaso del mundo").