La
impresión que me dejó Madeira es que allí
todo se encuentra al límite.
En el aeropuerto, la pista es tan corta que el aterrizaje
es iso-facto, y el despegue de infarto.Los autobuses circulan
por carreteras de montaña donde apenas caben coche
y medio, y en las curvas avisan con un toque de claxon a
cualquiera que pueda acercarse en sentido contrario, pero
¡¿ y si es otro autobús, carajo ?!.
La geografía les obliga a construir casas en sitios
imposibles, casi suspendidas en las montañas (se
ríen los maderienses de las casas colgadas de Cuenca),pero
siempre hay un autobús que llega a ellas, no sé
cómo.
Para estresar a cualquiera. Y eso que un folleto turístico
define la isla como "el lugar perfecto para relajarse
y descansar".
Pero el verdadero oasis está a menos de dos horas,
en la isla de Porto Santo, su antagónica: nueve kilómetros
de playa dorada. Aunque enseguida se echa de menos la peligrosidad
de Madeira. Y sus contrastes: si te pierdes por la isla,
un día crees estar en Galicia y al siguiente viajas
a una isla desértica, y en el mercado igual encuentras
higos que papayas.
Los habitantes son como la isla: los conoces, te conocen,
te caen bien, crees que les caes bien, y entonces se esfuman;
cuando reaparecen se ofrecen amablemente para llevarte por
toda la isla.
Puedes esforzarte en decir algo en portugués, pero
ellos te van a contestar en español, bueno, en venezolano.
Los taxistas solo saben decir "mil escudos, mil escudos".
Lo mejor es tomarse una poncha o ponche, y cuando te llegue
a la cabeza empezaras a entenderlos mejor.
En fín, que me acuerdo de las playas negras, del
vértigo en el autobús, del taxista a toda
pastilla por Funchál, del acento venezolano, de desayunar
pan con manteiga salada, de los rapaces tirándose
al agua desde las rocas, del Nikita ( mucho mejor que la
poncha), del rally por las calles de la capital, de la confianza
de la gente, del mar y después nada más, de
los niños de Câmara de Lobos, de las flores
tropicales, de aquella mujer de sonrisa incompleta, de las
lagartijas mansas como gallinas, de la casa del yin y del
yan, del negro de Copacabana, de las plataneras, de las
cabras, de los túneles, de los pilotos suicidas,
........y como no entiendo nada, tengo que volver.
|