“Cubran de heno, de una gruta
en el bosque el suelo,
y lleven a ella un asno y un buey,
una joven bella, un recién nacido,
varones, doncellas, infantes,
y ovejas también”.
Dijo San Francisco,
según la leyenda,
en Greccio, Italia,
en la Nochebuena,
del mil doscientos veintitrés.
El Hermano Santo
de todos los seres que ha creado Dios.
Fue el primer pesebre
recordando al otro, aquel de Belén,
en el que naciera nuestro Redentor.
Y allí iluminado
por el Santo Espíritu San Francisco oró.
Predicó en la noche a ferviente grey
entre robledales,
a fieles sedientos de paz y de Amor.
La luz de los cirios
y de las antorchas
empalidecía,
ante la presencia
del áurea esplendente del “Juglar de Dios”.
“Esta Nochebuena”
-decía San Francisco-
“todos adoremos aquí al Salvador.
Al Niño Divino
nacido en Belén.
Adorad hermanos al Hijo de Dios”.
Fanal en las almas,
la prédica santa
del fraile Francisco henchido de Amor.
Recordemos siempre
que el primer pesebre
por el nacimiento
del Divino Niño,
fue el del “Hermanito de la Creación”