No
somos otra cosa que pobres personas desvalidas deseosas de ser amadas
y protegidas. Solemos manifestar nuestra vulnerabilidad y orfandad
en actitudes que hablan de orgullo y autosuficiencia, de malicia y
soberbia, cuando en el fondo de nuestro ser no somos más que niños
que van por la calle, medio desnudos y con frío, pidiendo asilo.
Odiamos porque no nos aman. Envidiamos al que es amado. Acumulamos
cosas, méritos, reputación, porque así nos hacemos valiosos y ricos,
y aumentando nuestro valor esperamos merecer ser amados. Esta sociedad
de la competencia no ha criados niños tenaces y depredadores sino
miedosos y aterrorizados que desesperadamente buscan "parecer" más
para ser más aceptados y acogidos.
En el fondo de nuestro ser tenemos un clamor, detrás de nuestras adicciones
tenemos un anhelo y en la entraña misma de nuestra postura satisfecha
y jactanciosa está la pregunta que es a la vez súplica lastimera:
¿Me quieres?...
El mundo cambia cuando descubro que detrás de mi enemigo está una
persona tan asustada como yo, tan desvalida como yo, tan persona como
yo... alguien que lleva arraigada en su esencia misma la necesidad
de ser amado... alguien que cuando cree que no es amado se resiente...
alguien que al sentirse opacado por otros envidia... alguien tan desvalido
como yo...
En
fin, no existe gente mala, sólo existen personas necesitadas...
La
misericordia no es un deber, es una opción. Optas entre vivir en la
mentira y pensar que el otro es distinto a ti, que no siente como
tú; o aceptar la verdad y vives con la convicción de que estás en
familia porque todas las personas son igual que tú... pequeños, miserables,
vulnerables, necesitados de amor.
Ahora
bien, ¿Por qué Dios nos creó así?... Porque somos un vaso que se llena
con su agua. Somos necesitados de amor, de relación, de acogida. Él
es amor, relación, regazo, vientre, hogar... Lo que Agustín dijo aquel
día es una realidad: "Nuestro corazón estará inquieto hasta que no
descanse en ti"...
El
amor de Dios no es un refugio ante la indiferencia que tenemos los
unos con los otros, sino todo lo contrario, es lo único que puede
ayudarnos a romper con la indiferencia y hacernos pasar de niños que
reclaman y claman el amor de los otros, a personas que amen a los
otros con la misma misericordia y gratuidad con que son amados por
Aquel que rebasa todo anhelo y sacia toda sed.
Amar a nuestros enemigos es más bien, descubrir que no hay enemigos.
Ese que te ha hecho llorar es alguien que llora. Ese que te ha hecho
sangrar es alguien que sangra... y, así como tu herida necesita sanar,
así necesita tu enemigo una cura. No hay mejor medicina que experimentar
la misericordia del "Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo", de "Abba",
ese que ama gratis y sin condiciones y que te capacita para amar "como
Él te ha amado".