El trabajo de
Kahneman y Tversky ha comenzado a atraer la atención de una audiencia cada vez
más amplia: médicos, abogados,
hombres de
negocios y políticos, que ven que la nueva «ciencia de tomar decisiones» puede
ser aplicada en la elección de terapias, el
desarrollo de
argumentos legales y estrategias corporativas, e incluso en las formas de
conducir las relaciones con los países extranjeros.
Esta teoría
también se ha transformado en objeto de interés -y de controversia- entre los
economistas, algunos de los cuales ven en las
ideas de Kahneman
y Tversky el modo de poder, por fin, descomponer en factores esos componentes
irracionales del comportamiento
humano que tanto
han embrollado los modelos económicos.
«Los que han
leído esto se dan cuenta de que, sí una respuesta depende de cómo se plantea el
problema, todos nuestros actuales
esquemas para
negociar están en un serio aprieto», afirma el economista Richard Thaler, de la
Escuela de Administración Cornell, que
está colaborando
con ambos psicólogos para aplicar sus investigaciones a la Economía.
«Existe la idea
generalizada entre los economistas -dice Thaler- que si las acciones de los
hombres no son lógicas, entonces deben estar
libradas por
completo al azar y resultan, por tanto, indescriptibles. Esto no deja sitio
-agrega- para nada que no sea un autómata
hiperracional o
un idiota charlatán, y la gente normal, que es el sujeto de nuestro estudio, no
pertenece a ninguna de estas dos
categorías.»
Este
reconocimiento no ha llegado de pronto ni fácilmente, sino que es el resultado
de una estrecha colaboración durante 7 años, entre
dos hombres de
temperamentos tan opuestos que sus amigos comunes les advertían que nunca
llegarían a llevarse bien.
«Tversky es un
pensador agudo y analítico, con brillantes aptitudes matemáticas. Kahneman tiene
un estilo más intuitivo, es el que
siempre está
preocupado del dúo», explica Baruch Fischhoff, un antiguo alumno de Kahneman y
Tversky, que en la actualidad está en un
instituto privado
llamado Decision Research. «Si se los compara con otros investigadores, ellos no
han publicado mucho, pero lo que se
han decidido a
publicar -afirma Fischhoff -constituye un material muy bien pensado y muy
elaborado.»
Los escritos de
ambos autores suelen estar llenos de teoría expresada en términos matemáticos,
pero si han atraído la atención del
público en
general es porque ilustran cada punto con un ejemplo tomado de la realidad y
formulado como una pregunta. «Hacemos que
cada ejemplo
tenga valor por sí mismo -explica Kahneman- y al recordar el ejemplo, la gente
recuerda lo que estamos tratando de
demostrar. » Es
posible que este énfasis en la aplicación práctica tenga su origen en el hecho
de que ambos son israelíes, y que han tenido
que desarrollar,
necesariamente, un fuerte rasgo pragmático.
Tversky, de 48
años, cuya madre fue miembro del primer Parlamento de Israel, es un antiguo
capitán de paracaidistas, condecorado por
acción heroica,
al salvar la vida de uno de sus hombres durante una escaramuza fronteriza en el
año 1956. Kahneman, de 51 años,
estableció en la
década de los 50, un sistema psicológico de clasificación para evaluar las
personas que se alistaban y que el Ejército de
Israel sigue
usando en la actualidad. «El crecer en un país que está luchando para sobrevivir
-aclara Tversky- es posible que lo condicioone a
uno de modo que
resulta más natural pensar simultáneamente en lo teórico y en su posible
aplicación práctica.»
En realidad fue
un problema práctico el que posibilitó uno de los descubrimientos originales que
condujeron a Kahneman y Tversky, por
un camino
indirecto, hacia su trabajo posterior.
El incidente tuvo
lugar en la Universidad Hebrea de Jerusalén, a mediados de la década de los 60,
cuando Kahneman, entonces un
profesor novel,
estaba desarrollando un curso sobre la Psicología del entrenamiento para los
instructores de vuelo de la Fuerza Aérea.
Utilizó entonces
estudios de animales, algunos realizados con palomas, que demostraban que la
recompensa era una herramienta más
efectiva que el
castigo. De pronto, uno de los instructores de vuelo, sin poder esperar a que
Kahneman terminara, expresó
abruptamente:
«Con todo respeto, señor, lo que usted dice se refiere, literalmente, a los
pájaros. A menudo he alentado calurosamente
a un piloto
porque había efectuado una maniobra perfecta, y la próxima vez casi siempre lo
hacía peor. Y les he gritado a algunos por una
maniobra mal
hecha, y casi con toda seguridad la próxima vez había mejorado. No me diga que
la recompensa funciona y el castigo no,
porque mi
experiencia la contradice». Los demás instructores estuvieron de acuerdo con él.
El reto, por un
momento, dejó a Kahneman sin habla. «De pronto advertí -explica- que éste era un
ejemplo del principio estadístico de
regresión al
término medio y que nadie, antes, se había dado cuenta. Creo que ése fue el
momento más excitante de mi carrera.»
La regresión al
término medio, como Kahneman explicó inmediatamente a los pilotos, es una idea
concebida por Sir Francis Galton
(1822-1911), un
antropólogo británico. Según esa idea, en una serie de hechos casuales,
agrupados alrededor de un término medio, un
hecho
extraordinario tiende a ser seguido por efecto de la tendencia al promedio, por
un hecho más bien ordinario. Así, los padres muy
altos tienden a
tener hijos más bajos que ellos y los padres muy bajos a tenerlos más altos (si
no fuera así, habría algunos hombres de 30
centímetros y
otros de 30 metros andando por ahí. Es como si el valor medio «tironeara» de los
extremos).
Aunque la
regresión es habitualmente tratada en términos estrictamente estadísticos,
afecta virtualmente a toda una serie de hechos,
aunque sólo
parcialmente estén librados al azar. Y como casi no hay nada en la vida que no
sea, al menos en parte, una cuestión de
casualidad, la
regresión aparece en una gran variedad de lugares distintos: ayuda a explicar
por qué mujeres brillantes tienden a tener
maridos más bien
insulsos, por qué las películas importantes no carecen de secuencias
decepcionantes, y por qué presidentes