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La
peste en el cuerpo... y en el alma de los hombres
Combatir
la peste
Empecé a ganar fama a los 22 años, cuando inventé
los polvos preventivos durante la famosa peste de Montpellier. En mis
tiempos se descuidaba mucho la higiene, por decirlo de manera suave. La
gente casi no se aseaba ni lavaba mucho la ropa. El tufo resultante se
combatía no con jabón, sino con perfumes y sahumerios.
La suciedad dentro de las ciudades, superpobladas y constreñidas
por las murallas, favorecía las epidemias que, debido a los precarios
conocimientos de la época, se designaban simplemente como peste.
Entonces no teníamos microscopios ni sabíamos de microbios
y virus, pero algunos sospechábamos que el morbo de la peste entra
por la nariz, al respirar el aire infectado que han recogido las miasmas
de los pulmones de un enfermo. En mis tiempos, la peste se combatía
con un capuchón adornado con una especie de pico, como de ave,
que contenía un filtro, en realidad una esponja impregnada de vinagre.
Algún resultado da, pero es mejor interponer una esencia olorosa
que perfume el aire y le quite la ponzoña.
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Fray
Tomas de Torquemada "Prior Santaecrucis, Inquisitor Generalis"
(1420-1498)
El
lenguaje críptico, arcano de los textos de nostradamus
se debe mucho al temor de la demencial persecucion inquisitorial
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Viajero
Con mis remedios me anticipé a conceptos modernos de profilaxis
antiséptica. Los éxitos cosechados me procuraron cierta
fama. Podía haberme quedado en Montpellier a ejercer la medicina,
el próspero oficio de mis abuelos, aunque allí dos de cada
tres personas son médicos o curanderos. No obstante, lo que de
verdad me decidió a viajar fue la muerte de mi esposa, Adriana,
y de mi segundo hijo, todavía niño de corta edad. Tomé
el camino y durante ocho años viajé por Francia e Italia,
observando, leyendo, aprendiendo. Milán, Turín, Ferrara,
Florencia, Venecia... El conocimiento está repartido por el mundo.
Sólo el que lo recorre puede cosecharlo, relacionar noticias, desechar
las falsas y quedarse con las verdaderas.
.
Se han contado muchas cosas de mí, y las que se contarán.
Cerca de Génova, por un camino polvoriento, vi venir a dos franciscanos,
uno joven y otro más viejo. El joven se llamaba Felice Paretti
y había sido porquero. Me arrodillé ante él y le
dije: "Me postro a los pies de la Santidad". El se quedó
extrañado y se sonrojó, pero muchos años después
comprendería mi vaticinio cuando lo hicieron papa con el nombre
de Sixto V.
.
No quiero ser demasiado prolijo. Aprendí muchas cosas en mis viajes,
pero finalmente regresé a Francia, me instalé en Marsella
y abrí una botica y perfumería. No sé si, para los
que me leéis después de siglos, las cosas seguirán
siendo como en mi tiempo, pero entonces una de las más saneadas
fuentes de ingresos eran los ungüentos, pomadas y perfumes para aclarar
la piel de las damas, para realzar su belleza y retrasar la aparición
de las temidas arrugas. Eso es lo que yo fabricaba y vendía con
creciente éxito. Y también filtros de amor, mis famosas
grageas de Hércules con las que los hombres pudientes y viejos
reforzaban su virilidad y cumplían como jóvenes.
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Algunas veces dije que el elemento esencial de mi compuesto eran las limaduras
de cuerno de unicornio. No discutiré con vosotros sobre si ese
animal existe o es solamente un mito. En cualquier caso, reconoceréis
que su leyenda contiene más poesía que la lectura del prospecto
de vuestro Viagra. |
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