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Contra
los pacifistas y contra el derecho de voto de los inmigrantes
Oriana Fallaci: "La fuerza de la Razón"
El
diario El Mundo publica algunos extractos del nuevo libro de Oriana Fallaci,
La fuerza de la Razón, editado por Rizzoli Internacional --el lunes
pasado salió a la venta en Italia--. En esta obra, la conocida
periodista italiana, nacida en Florencia en 1930 y residente en Nueva
York, trata temas como el pacifismo, el voto del extranjero, Nasiriya
y el cristianismo.
Han
pasado más de dos años desde el día en que, como
una Casandra que al viento habla, publiqué La rabia y el orgullo.
Aquel grito de dolor que los Fray Accursio definieron como impío,
profano, indecente, abyecto, contrario a la fe ortodoxa, sugerido por
el diablo e infectado por la más perniciosa herejía. Un
j'accuse que me engulló como La esfera armilar había engullido
a Mastro Cecco. (Culpable, también él, de haber dicho que
la Tierra es redonda.
Es
decir, de haber escrito la verdad que la ignorancia y la estupidez y la
irracionalidad nunca quieren escuchar). Los esbirros del Santo Oficio
no me han infligido a mí el tipo de sevicias con las que le torturaron
a él en 1327 y 1328. Y aunque estuve expuesta en la plaza de Santa
Cruz a público escarnio, Messer Jacopo de Brescia (1) no me entregó
a las llamas (al menos por ahora) junto a mi maléfico libro y a
mis otros culpables escritos. Ya se sabe que la Inquisición se
ha vuelto más sutil.
Hoy,
declara estar contra la pena de muerte, a las torturas del cuerpo prefiere
las del alma y, en vez de tenazas, cuerdas o cadenas, utiliza artilugios
incruentos. Los periódicos, la radio, la televisión y las
editoriales. En vez de las cárceles gestionadas por el Santo Oficio,
los estadios, las plazas y las manifestaciones que, aprovechándose
de la libertad, matan la Libertad.
En
vez de las sotanas con el capirote, los chador y los uniformes arcoiris
que se definen pacifistas, a pesar de los trajes grises y de las corbatas
de titiriteros que esconden. Diputados, senadores, escritores, sindicalistas,
periodistas, banqueros, académicos y prelados. Miembros, en definitiva,
del Santo Oficio, los Fray Accursio al servicio del Poder aliado con un
anti Poder que es el auténtico Poder...
En
otras palabras, la Inquisición cambió de cara. Pero su esencia
permanece inalterada. Y si escribes que la Tierra es redonda, te conviertes
de inmediato en un fugitivo de la Justicia. Un Barrabás, un Mastro
Cecco.
Pero
la rabia que me consumía hace más de dos años no
se ha aplacado.Más aún, ha aumentado, se ha quintuplicado.
Y el orgullo que hace más de dos años me hacía levantar
la cabeza no se ha debilitado.Al contrario, también ha crecido
en mi interior. Y cuando un Fray Accursio cualquiera me pregunta si en
lo que entonces escribí hay algo de lo que me arrepienta, algo
de lo que me gustaría abjurar, le respondo: «Al contrario.
Sólo me arrepiento de haber dicho menos de lo que habría
debido decir y de haber llamado sólo ciegos a los que hoy llamo
colaboracionistas. Es decir, traidores».
Añado,
además, que la rabia y el orgullo se casaron y han dado a luz un
hijo robusto: la indignación. Y la indignación ha aumentado
la reflexión y ha alimentado la Razón. La Razón ha
incendiado la verdad que los sentimientos no habían incendiado
y que hoy puedo expresar abierta y claramente. Preguntándome, por
ejemplo: ¿Qué tipo de democracia es la que favorece la teocracia,
restablece la herejía, amén de torturar y quemar vivos a
sus hijos? ¿Qué tipo de democracia es aquella en la que
la minoría cuenta más que la mayoría y, en contra
de la mayoría, manda y chantajea? Esa es una no-democracia. Un
embrollo, una mentira. Te lo digo yo.
¿Y
qué tipo de libertad es la que impide pensar, hablar, ir contracorriente,
rebelarse y oponerse a quienes nos invaden y nos amordazan? ¿Qué
tipo de libertad es la que hace vivir a los ciudadanos con el temor de
ser tratados o incluso procesados y condenados como delincuentes? ¿Qué
tipo de libertad que, además de las razones, quiere censurar los
sentimientos y, por lo tanto, establecer lo que debo amar, lo que debo
odiar y, por consiguiente, si odio a los americanos y a los israelíes
voy al Paraíso y si no amo a los musulmanes, voy al Infierno? Una
no-libertad.
Te
lo digo yo. Una burla, una farsa. Con indignación y en nombre de
la Razón retomo, pues, el discurso que hace más de dos años
cerré diciendo basta-stop-basta. Con indignación y en nombre
de la Razón imito a Mastro Cecco, reincido y publico esta segunda
esfera armilar.Mientras arde Troya. Mientras Europa se convierte cada
vez más en una provincia del islam, en una colonia del islam. E
Italia en la vanguardia de esa provincia, en una avanzadilla de esa colonia.
Los
pacifistas
Señores
pacifistas (es un decir), ¿en qué piensan ustedes cuando
hablan de paz? ¿En un mundo utópico donde todos se quieren
como decía Jesús que, sin embargo, no era tan pacifista?
(«No penséis que he venido a sembrar paz en la tierra: no
he venido a sembrar paz, sino espadas; porque he venido a enemistar al
hijo con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra».
Mateo, 10, 34-35). ¿En qué piensan ustedes cuando hablan
de guerra? ¿Sólo en la guerra hecha con tanques, cañones,
helicópteros y bombarderos o también en la guerra hecha
con los explosivos de los kamikazes capaces de matar a 3.500 personas
a la vez?
Se
lo pregunto, ante todo, a los curas y a los obispos de la Iglesia católica.
Una Iglesia que sobre este asunto es la primera en utilizar dos pesos
y dos medidas. Una Iglesia que, amén de las hogueras de los herejes,
nos ha enfangado con sus guerras durante siglos. Una Iglesia que ha tenido
a mansalva papas guerreros como Mahoma, es decir papas expertos en el
arte de matar. Una Iglesia que, con sus lágrimas de cocodrilo,
con sus encíclicas Pacem in terris, pretende ahora rehacerse una
virginidad que ni los cirujanos plásticos de Hollywood podrían
devolverle.
Se
lo pregunto sobre todo a los hipócritas que nunca ondean las banderas
del arco iris para condenar al que hace la guerra con los explosivos de
los kamikazes o con las bombas con mando a distancia de los terroristas
que no están dispuestos a morir.Se lo pregunto a los charlatanes
que, de buena o mala fe, arrojan la culpa de la guerra sobre los americanos
y nada más o sobre los israelíes y nada más.
A
esos que, sin saberlo (son ignorantes puros y duros) plagian la insensatez
de Kant. En 1795, Emmanuel Kant publicó un demagógico ensayo
titulado Proyecto para la paz perpetua. Demagógico porque, sin
respeto alguno hacia la Historia del Hombre y hacia los hechos que estaba
viviendo, sostenía que las que desencadenaban las guerras eran
las monarquías y nada más. Por lo tanto, sólo las
repúblicas podían traer la paz. Y precisamente en 1795,
la Francia republicana, la Francia de la Revolución Francesa, la
Francia que había guillotinado a Luis XVI y a María Antonieta
y, por lo tanto, había abolido la monarquía, le estaba haciendo
a las monarquías de Austria y de Prusia una guerra que, tres años
antes, ella misma les había declarado.
Estaba
haciendo la guerra en la Vandée, es decir la fratricida venganza
que la Revolución había desencadenado contra los católicos
y los monárquicos (la mayoría, campesinos o leñadores)
de la Vandée. Y, en París, el hombre que en nombre de la
Libertad-Igualdad-Fraternidad había llevado la guerra a todos los
países de Europa, a Egipto y a Rusia, es decir, el entonces super-republicano
Napoleón Bonaparte, debutaba para el Directorio en el puesto de
general, es decir, reprimía la insurrección monárquica.
Y
desde entonces, los oportunistas explotan el pacifismo de sentido único
de Kant y, mientras tanto, recurren a la guerra con una caradura total.
Incluso abanderan el Sol del Futuro.
Porque
queridos míos, una revolución es una guerra. Una guerra
civil es algo todavía más cruel que una guerra normal y,
en la Historia del Hombre, todas las revoluciones fueron guerras civiles.
Tanto
en la Historia Antigua como en la más reciente. Véase la
que llamamos Revolución Rusa o la que llamamos Revolución
China.Véase la Guerra Civil española. Véase la guerra
del Vietnam que fue una guerra civil en todos los sentidos y el que no
lo admita es un deshonesto o un cretino.
O
la guerra de Camboya que fue exactamente lo mismo. Piénsese en
las carnicerías con las que los países africanos se autodestruyen
desde el final del colonialismo.Piénsese, por último, en
la guerra civil (moralmente es una guerra civil) que los siervos del islam
han prometido y están haciendo actualmente contra Occidente...
Platón
dice que la guerra existe y existirá siempre, porque nace de las
pasiones humanas. Que de ella no nos podemos librar, porque está
inscrita en la naturaleza humana, es decir, en nuestra tendencia a la
cólera y a la prepotencia, en nuestra ansia de afirmarnos y de
ejercer predominio o, incluso, supremacía. Y sin duda acierta en
su teoría.
Pensándolo
bien, todos nuestros gestos son actos de guerra. Todas nuestras acciones
cotidianas son una forma de guerra que hacemos contra alguien o contra
algo. La competitividad en todos sus aspectos es una forma de guerra.
Las competiciones deportivas son una forma de guerra. Y determinados deportes
son una guerra. Incluso el fútbol, que nunca me ha gustado porque
me desagrada profundamente ver a 22 jugadores dedicados a robarse el balón
y, para hacerlo, entregados a propinarse codazos, patadas, rodillazos
y a hacerse daño.
Sin
hablar del boxeo o de la lucha libre, que todavía son peores. Me
horroriza el espectáculo de dos hombres que se golpean, se destrozan
la nariz y la boca a puñetazos, se retuercen piernas y brazos y
se tuercen el cuello.
Sin
embargo, Platón se equivoca al decir que la guerra nace de las
pasiones humanas, que la guerra la hacen los hombres y nada más.
Una leona que persigue a una gacela, la atrapa por la garganta y la asfixia,
está haciendo un acto de guerra. Un pájaro que se lanza
en picado sobre un gusano, lo coge con el pico y lo devora vivo, está
haciendo un acto de guerra. Un pez que se come a otro pez, un insecto
que se come a otro insecto está haciendo un acto de guerra.
Y
lo mismo hace una ortiga que invade un campo de trigo. O una enredadera
que envuelve un árbol y lo asfixia.La guerra no es una maldición
inscrita en nuestra naturaleza.Es una adicción inscrita en la Vida.
No nos podemos sustraer a la guerra, porque la guerra forma parte de la
Vida. Convengo en que esto es monstruoso. Tan monstruoso que mi ateísmo
deriva principalmente de esto. De mi negativa a aceptar la idea de un
Dios que creó un mundo donde la Vida mata a la Vida y come Vida.
Un
mundo en el que para sobrevivir hay que matar y comer a otros seres vivos,
ya sean pollos, almejas o manzanas. Si tal exigencia la hubiese concebido
realmente un Dios creador, se trataría de un Dios bien ruin. Pero
ni siquiera creo en el masoquismo de poner la otra mejilla. Y si una ortiga
me invade, si una hiedra me sofoca, si un insecto me envenena, si un león
me intenta devorar, si un ser humano me ataca, lucho contra él.
Acepto
la guerra, hago la guerra. La hago con las armas que tengo, que llevo
siempre conmigo y que utilizo sin reservas y sin timidez alguna. El arma
incruenta del pensamiento expresado por medio de la palabra escrita, por
medio de las ideas y de los principios que nos distinguen de los animales
y de los vegetales.
Y
si eso no es suficiente, estoy dispuesta a hacer algo más.Como
hacía de joven, cuando la ortiga invadía mi país,
cuando la hiedra lo sofocaba. Y ningún juglar que me grita ahora
en las plazas, ningún lansquenete (2) que pisotea mi foto en la
tele, ninguna orca cruel que me golpea con el yelmo en la cabeza y se
ríe de mi enfermedad conseguirá nunca impedírmelo.
Ninguna
manifestación de bribones que caminan con carteles en los que han
escrito Oriana, puta o Fallaci, belicista conseguirá jamás
intimidarme y hacerme callar. Ningún hijo de Alá que invita
a castigar-a-la-perra-infiel conseguirá jamás amedrentarme
o cansarme.Jamás. Aunque esté en el atardecer de mi vida
y ya no tenga la energía física de la juventud. Porque es
un atardecer que espero vivir y beber hasta la última gota.
El
voto de los extranjeros
El
trauma más violento lo tuve al analizar la experiencia del voto
y al leer el proyecto de acuerdo que las comunidades islámicas
reclaman para imponernos sus normas: matrimonio islámico, vestido
islámico, comida islámica, sepultura islámica, festividades
islámicas y escuelas islámicas.
Amén
de una hora de Corán en las escuelas estatales. Reclaman dicho
acuerdo, basándose en el artículo 19 de nuestra Constitución.
El artículo que afirma que «todos tienen el derecho de profesar
su propio credo religioso». Lo reclaman fingiendo remitirse a los
acuerdos que, en los últimos 15 años, Italia ha suscrito
con la comunidad hebrea, budista, valdesa y evangélica.
«Fingiendo»,
porque detrás de las demás comunidades no hay una religión
que se identifica a sí misma con la Ley y con el Estado. Una religión
que, colocando a Alá en el puesto de la Ley y en el lugar del Estado,
gobierna en todos los sentidos la vida de sus fieles y, por lo tanto,
altera o molesta la vida de los demás.
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La prohicion
en Francia del uso del velo islámico en las escuelas
provoco marchas de protesta. La ley es criticada, inclusive en el
exterior, como discriminatoria. Pero, según la BBC, el 70% del
electorado francés apoya el proyecto. Francia tiene una numerosa
población musulmana que, se teme, no se está integrando plenamente
a la sociedad gala. La preocupación mayor sería ver un brote fundamentalista
musulmán. Los detractores de la ley señalan que ésta, en todo caso,
alimentará los sentimientos islamistas en vez de reprimirlos.
5 millones de musulmanes viven en Francia |
Una
religión que en la separación entre Iglesia y Estado ve
una blasfemia y que en su vocabulario ni siquiera existe el vocablo libertad.
Para decir libertad utiliza la palabra Emancipación, Hurriyya.
Palabra que deriva del adjetivo hurr, esclavo emancipado y que fue utilizado
por vez primera en 1774 para firmar un pacto rusoturco de naturaleza comercial.
Por
eso, al que quiera escucharme, le digo: ¿Vamos a claudicar, después
de todo lo que hemos luchado por romper el yugo de la Iglesia católica,
es decir, de un credo que era nuestro credo y que, todavía hoy,
es el credo de la inmensa mayoría de los ciudadanos? Un credo que,
a pesar de sus errores y de sus horrores, impregna nuestras raíces
y pertenece a nuestra cultura.
Un
credo que, a pesar de sus papas y de sus hogueras, transmitió la
enseñanza de un hombre enamorado del amor y de la libertad, un
hombre que decía: «Dad al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios». Tras haber roto ese yugo, ¿vamos
a resignarnos al yugo de un credo que no es el nuestro, que no pertenece
a nuestra cultura, que en vez de amor siembra odio y en vez de libertad,
esclavitud y que en Dios y en el César ve la misma cosa? Digo más.
¿Para
quién ha sido redactada nuestra Constitución? ¿Para
los italianos o para los extranjeros? ¿Qué quiere decir
el «todos» del artículo 19? ¿Todos los italianos
y nada más o todos los italianos y todos los extranjeros, o todos
los extranjeros? Porque, si se entiende todos los italianos y nada más,
no me preocupa demasiado.
Según
las estadísticas oficiales, de los 58 millones de italianos, apenas
10.000 son musulmanes. Si, en cambio, en ese «todos» se entiende
todos los italianos y todos los extranjeros, nos estaríamos refiriendo
al millón y medio o a los dos millones de extranjeros musulmanes
que hoy afligen Italia.
Nos
estaríamos refiriendo a los que tienen permiso de trabajo y a los
irregulares, que deberían ser expulsados. En este caso, me preocupo
profundamente.Más aún, me indigno e, indignada pregunto
para qué sirve ser ciudadano y tener los derechos del ciudadano.
Pregunto dónde cesan los derechos de los ciudadanos y donde comienzan
los derechos de los extranjeros.
Pregunto
si los extranjeros tienen derecho a proclamar derechos que niegan los
derechos de los ciudadanos, que ridiculizan las leyes de los ciudadanos,
que ofenden las conquistas civiles de los ciudadanos. Pregunto, en definitiva,
si los extranjeros cuentan más que los ciudadanos. Si son una especie
de superciudadanos. Nuestros amos y señores.
Por
lo que al voto se refiere... mucho ojo, señores, y deshagamos entuertos.
El artículo 48 de la Constitución italiana establece de
modo inequívoco que el derecho al voto corresponde a los ciudadanos
y nada más. «Son electores todos los ciudadanos, hombres
y mujeres, que han alcanzado la mayoría de edad», dice. Antes
de que Europa se convirtiese en una provincia del islam, nunca se había
visto, de hecho, un país en el que los extranjeros fuesen a las
urnas para elegir a los representantes de quienes les reciben.
Yo
no voto en Norteamérica. Ni siquiera para elegir al alcalde de
Nueva York, a pesar de residir en Nueva York. Y me parece justo. ¿Por
qué iba a votar en un país del que no soy ciudadana? Tampoco
voto en Francia, en Inglaterra, en Irlanda, en Bélgica, en Holanda,
en Dinamarca, en Suecia, en Alemania, en España, en Portugal, en
Grecia, etc., a pesar de que en mi pasaporte está escrito «Unión
Europea».
Y
por los mismos motivos me parece justo. Pero en uno de sus artículos
el Tratado de Maastricht «contempla» el presunto derecho de
los inmigrantes a votar y a ser votados en las elecciones municipales.
Y la resolución aprobada el 15 de enero de 2003 por el Parlamento
Europeo «asume» la idea, recomienda a los estados miembros
extender el derecho de voto a los extracomunitarios que lleven al menos
cinco años en uno de sus países.
Derecho
o presunto derecho que la demagogia unida al cinismo ya ha concedido en
Irlanda, en Inglaterra, en Holanda, en España, en Dinamarca, en
Noruega, y que, en Italia, una ley aprobada en 1998 por el gobierno de
centroizquierda concedió para los referendos consultivos.Derecho
o presunto derecho que el presidente de la Toscana y el presidente de
Friuli-Venecia Giulia, por ejemplo, quieren extender «al menos»
a las elecciones municipales.
Derecho
o presunto derecho que alguno querría conceder incluso a los irregulares,
es decir, a los clandestinos (¿Y por qué no a los turistas
de paso?). El Partido Comunista Italiano piensa también en luchar
por el derecho a votar y ser votado incluso en las elecciones generales,
al tiempo que postula reducir a tres años el periodo de 10 actualmente
en vigor para conseguir la nacionalidad...
Nasiriya
No
puedo olvidar las palabras que parecen salidas del cerebro de Sigrid Hunke
(3). No puedo, ni debo, porque el 12 de noviembre de 2003, en Nasiriya,
los caballeros del Sol-de-Alá-que-brilla-sobre-Occidente masacraron
a 19 italianos que en Irak estaban haciendo una labor de ángeles
de la guarda.
Dar
comida y agua y medicinas, proteger los sitios arqueológicos, recuperar
los tesoros robados de los museos, requisar lar armas y, en definitiva,
poner un poco de orden público. Los masacraron como tres días
antes masacraron a 17 saudíes en Riad. Y el 19 de agosto, 24 funcionarios
de la ONU en Bagdad.
El
16 de mayo masacraron 45 civiles en Casablanca y el 12 de mayo a otros
34, de nuevo en Riad. El 12 de octubre de 2002 ya habían masacrado
a 200 turistas en Bali y el 11 de abril de ese mismo año, a 21
en Yerba. El 11 de Septiembre de 2001 habían masacrado a 3.500
en Nueva York, en Washington y en el avión caído en Pensilvania.
El
7 de agosto de 1998 habían masacrado a 259 en Nairobi y Dar es
Salam. Y el 18 de julio de 1994, a 95 (casi todos judíos) en Buenos
Aires. Y el 3 de octubre de 1993 a 18 marines en misión de paz
en Mogadiscio. Sigue en la página 24
(Y
después se divirtieron con ellos mutilando sus cuerpos).El 17 de
marzo de 1992, otros 29 en Buenos Aires. El 19 de septiembre de 1989,
los 171 pasajeros del avión francés siniestrado en el desierto
de Níger. El 21 de diciembre de 1988, los 270 pasajeros del avión
de Pan American que explotó sobre la ciudad escocesa de Lockerbie.
Y
el 23 de octubre de 1983, los 241 militares americanos y los 58 militares
franceses (siempre en misión de paz) de Beirut.Sin contar los israelíes
que, desde hace medio siglo, masacran con monótona cotidianidad.
Sólo desde la Segunda Intifada, es decir desde finales del mes
de septiembre de 2000 hasta hoy, 1.000 israelíes. Así pues,
haciendo la suma y excluyendo las víctimas de los años setenta,
se llega a más de 6.000 muertos en poco más de 20 años.
¡6.000! Muertos para la mayor gloria del Corán.
Obedeciendo
a sus versículos. Por ejemplo, aquel versículo que dice:
«La recompensa de los que corrompen la Tierra, se oponen a Alá
y a su Profeta será ser masacrados o crucificados o amputados de
manos y pies, es decir, quedar desterrados de este mundo».Y, sin
embargo, aquellos para los que el 1492 fue una desgracia, y el descubrimiento
de América y la expulsión de los moros dos errores de los
cuales la Humanidad todavía no se ha recuperado, no lo quieren
admitir.
El
telediario de la RAI de la tarde del 12 de noviembre es cierto que comenzó
con el presidente del Gobierno que ejercía su obvio deber de condenar
el terrorismo. Es verdad que continuó con la misma dinámica.
Nos regaló incluso la imagen de un Parlamento que, para expresar
su dolor, no se abandonaba a sus habituales disputas. Pero concluyó
con el honorable secretario de los comunistas italianos (ministro de Justicia
durante el gobierno de centro-izquierda) que, en la plaza Montecitorio,
entre un flamear de banderas arcoiris, preguntaba: «¿Quién
les envió a la muerte?» Un ex ministro que, en vez de condenar
a los asesinos, condenaba al Gobierno.
Los
italianos se fueron a la cama con la frase de «¿quién
les envió a la muerte?» dando vueltas en su cabeza. Una frase
que disculpaba a los auténticos culpables. Y al día siguiente,
más de lo mismo. Porque, al día siguiente, ese mismo ex
ministro de Justicia repitió claramente que la responsabilidad
de los 19 muertos era del Gobierno y que éste tenía que
dimitir.
Peor
aún. Dejando entrever que el derrocamiento de Sadam Husein era
otra desgracia para la Humanidad y que los asesinos de Nasiriya eran auténticos
combatientes de la resistencia, el presidente del mismo partido afirmó:
«Italia se ha unido a una guerra imperial y colonial». Más
aún. Utilizando el lenguaje de los médicos en la cabecera
de Pinocho (si no está muerto, está vivo y, si no está
vivo, está muerto), incluso la izquierda (que, absteniéndose
en la votación, no se había opuesto al envío de tropas
a Irak), pidió su retirada. Y entre sus diputados, el término
resistencia comenzó a difundirse.
Por
lo que a los llamados exponentes de la Comunidad Islámica se refiere,
ni uno de ellos expresó la más mínima palabra de
censura o, al menos, de dolor. Ni uno sólo pronunció la
palabra «terrorismo». Ni uno. Todos presentaron la matanza
como el fruto de una legítima «resistencia popular».
Y
el presidente de la UCOII (Unión de las Comunidades y de las Organizaciones
Islámicas de Italia) dijo que los 19 italianos caídos en
Nasiriya estaban allí «en contra de los valores fundamentales
de la República».El imam de la mezquita de la plaza del Mercado
de Nápoles dijo que Occidente estaba provocando más víctimas
de las que hubo en ambas guerras mundiales y que, por consiguiente, la
nación musulmana tenía que defenderse. «Si Occidente
no cambia de ruta, será golpeado por los hermanos que están
bajo la bandera de los honorables personajes de los que tanto se habla».
(Donde dice honorables personajes, léase Bin Laden). El imam de
la mezquita de Fermio, en la provincia de Ascoli Piceno, afirmó
que «los ataques contra los invasores anglo-americanos-italianos
en Irak y en Afganistán son producto de la yihad defensiva y respetan
los dictámenes coránicos».
El
imam de la mezquita anexa al centro cultural islámico de Bolonia
señaló que «los kamikazes que saltaron ayer por los
aires en Nasiriya murieron por una causa justa, por lo tanto el Profeta
les habrá recompensado y Alá les habrá llenado de
gloria».
Todo
esto mientras en Bari los pseudorevolucionarios padres combonianos sentenciaban
que impartir la comunión a los militares en Irak no estaba bien.
«Si le negamos la hostia consagrada al que se divorcia y al que
practica el aborto, ¿cómo podemos darle este sacramento
a los que abrazan un arma y están dispuestos a matar?».Y
el 16 de noviembre, en la catedral de Caserta, durante la misa dominical
de la tarde, el nada eximio obispo Raffaele Nogaro (4) pronunció
una homilía durante la cual dijo que no estaba bien bendecir los
ataúdes de los militares masacrados en Nasiriya.
Que
bendiciendo esos ataúdes se legitimaba el uso de las armas.Que
era penoso asistir a las celebraciones a las que Italia se estaba abandonando
en su honor. Celebraciones para los que habían llevado la guerra
a Irak.
Los atentados de Amia y la embajada de Israel en Buenos Aires
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La
iglesia católica no defiende a Cristo frente al islam
Soy
una atea cristiana. No creo en eso que denominamos con el término
Dios. Ya lo escribía en mi primera Esfera Armilar. Desde el día
en que recuerdo no creer (cosa que sucede bastante pronto, es decir cuando,
de niña comienzo a preguntarme sobre el atroz dilema: Dios existe
o no existe), pienso que Dios ha sido creado por los hombres y no viceversa.
Creo
que los hombres lo han inventado por soledad, impotencia y desesperación.
Es decir, para dar una respuesta al misterio de la existencia, para atenuar
las irresolubles preguntas que la vida nos arroja a la cara... ¿Quién
somos, de dónde venimos, a dónde vamos? Qué había
antes de nosotros y de estos mundos, miles de millones de mundos, que
con tanta precisión giran en el universo. Qué vendrá
después...
Creo
que lo hemos inventado incluso por debilidad, es decir por miedo a vivir
y a morir. Vivir es muy difícil. Morir es siempre un trauma. Y
el concepto de Dios que ayuda a afrontar esos dos momentos puede proporcionar
un alivio infinito. Es algo que entiendo perfectamente.
De
hecho, envidio al que cree. A veces, me siento incluso celosa de los creyentes.
Nunca, sin embargo, hasta el punto de madurar la sospecha y, por lo tanto,
la esperanza de que Dios exista.Un Dios que con todos los miles de millones
de mundos que hay tenga el tiempo para localizarme y ocuparse de mí.
Ergo, me las apaño sola. Y por si eso no fuese suficiente, soporto
mal a las iglesias.
Sus
dogmas, sus liturgias, su presunta autoridad espiritual, su poder. Y no
comulgo con los curas. Incluso cuando se trata de personas inteligentes
e inocentes, no consigo olvidar que están al servicio de ese poder
y hay siempre un momento en el que aflora mi innato anticlericalismo.
Un
momento en el que sonrío al fantasma de mi abuelo materno que era
un anarquista y cantaba: «Con las tripas de los curas colgaremos
al rey». Y sin embargo, repito que soy cristiana. Lo soy aunque
rechazo varios preceptos del cristianismo. Por ejemplo, el precepto de
poner la otra mejilla, de perdonar (un error que incentiva la estupidez
y que ya no cometo).
Y
soy cristiana porque me gusta el discurso que está en la base del
cristianismo. Me convence.Me seduce hasta tal punto de que no le encuentro
contraste alguno con mi ateísmo y con mi laicismo. Hablo, obviamente,
del discurso de Jesús de Nazaret, no de aquel elaborado o traicionado
por la Iglesia católica e incluso por las iglesias protestantes.
Un
discurso que, superando la metafísica, se concentra sobre el Hombre.
Que reconociendo el libre albedrío, es decir reivindicando la conciencia
del Hombre, nos hace responsables de nuestras acciones y señores
de nuestro destino. En ese discurso, veo un himno a la Razón, al
raciocinio. Y porque donde hay raciocinio hay posibilidad de optar y donde
hay posibilidad de optar hay libertad, veo en él un himno a la
Libertad.
Al
mismo tiempo, veo en él la superación del Dios inventado
por los hombres por soledad, impotencia, desesperación, debilidad
y miedo a vivir y a morir. Veo en él la ocultación del Dios
abstracto, omnipotente y despiadado de casi todas las religiones. Zeus
que reduce a cenizas con sus rayos, Jehová que se venga con sus
amenazas y sus venganzas o Alá que sojuzga con su crueldad y sus
estupideces.
Y
en vez de esos tiranos invisibles e intangibles, una idea que nadie había
tenido o, en cualquier caso, nadie había divulgado. La idea del
Dios que se hace Hombre. Es decir, la idea del Hombre que se hace Dios,
Dios de sí mismo.
Un
Dios con dos brazos y dos piernas, un Dios de carne que se lanza a hacer
o a intentar hacer la Revolución del Alma. Un Dios que hablando
de un Creador sentado en el Cielo (¿quién nos escucharía
si no?), se presenta como su hijo y explica que todos los hombres son
sus hermanos y, por lo tanto, a su vez, hijos de aquel Dios y capaces
de vivir su enseñanza divina.Vivirla predicando el Bien, que es
fruto de la Razón y de la Libertad, dando Amor, que antes de ser
un sentimiento es un razonamiento.
Un
silogismo del que deduje que la bondad es inteligencia y la maldad, una
estupidez.. Un Dios, por último que afronta el drama de la Etica
desde el hombre. Con el cerebro de un hombre, el corazón de un
hombre, las palabras de un hombre y los gestos de un hombre. Un Dios que
es más que benignidad. Más que dulzura, ternura, dejad que
los niños se acerquen a mí.
Como
un hombre, echa con cajas destempladas a los fariseos y a los rabinos
que comercian con la religión.Como un hombre afronta el tema del
laicismo: dad al César lo que es del César y a Dios lo que
es de Dios. Como un hombre detiene a los cobardes que van a lapidar a
la adúltera: el que esté libre de pecado que tire la primera
piedra. Como un hombre grita contra la esclavitud.
¿Quién
se había levantado contra la esclavitud? ¿Quién se
había atrevido a decir que la esclavitud es inaceptable, inadmisible
e inconcebible? En definitiva, lucha como un hombre. Se enfada, se atormenta,
se equivoca, sufre, ciertamente peca y, por fin, muere. Muere sin morir,
porque la vida no muere.
Renace
siempre, resucita siempre. Es eterna. Y, junto al discurso de la Razón,
la idea de la Vida que no muere es el aspecto del cristianismo que más
me convence. El que más me seduce. Porque en ella veo el rechazo
de la Muerte, la apoteosis de la Vida. La pasión por la vida se
come a sí misma, pero es Vida y el contrario de la Vida es la nada.
En
definitiva, los principios que están en los cimientos de nuestra
civilización. Esta mañana me he vuelto a leer el famoso
ensayo que Benedetto Croce publicó en 1942: «Para que no
podamos no decirnos cristianos». (Sí, aquel ensayo donde,
en contra de los profesorcillos que exaltan el Faro de Luz, observa: «La
larga edad de gloria que fue llamada Medievo completó la cristianización
de los bárbaros y animó a la defensa contra el islam, tan
amenazador para la civilización europea»).
Hay
dos cosas en dicho ensayo que me llaman poderosamente la atención.
El lapidario juicio con el que exalta lo que yo he llamado Revolución
del Alma, y la fuerza con la que sostiene que todas las revoluciones que
han venido después se derivan del cristianismo. «El cristianismo
ha sido la mayor revolución que jamás haya realizado la
Humanidad.
Ninguna
otra se le puede comparar. Respecto a él, todas las demás
son limitadas». Por otra parte, no es necesario acudir a Croce para
darse cuenta de que, sin el cristianismo, no habría existido el
Renacimiento, no habría existido la Ilustración, no habría
existido siquiera la Revolución Francesa, que, a pesar de sus monstruosidades,
nació del respeto por el Hombre y, en ese sentido, algo de positivo
ha dejado.
No
habría existido el socialismo o, mejor dicho, el experimento socialista.
Ese experimento que fracasó de una forma tan desastrosa pero que,
como la Revolución Francesa, dejó algo de positivo. Y tampoco
habría existido el liberalismo. Ese liberalismo que está
en los cimientos de la sociedad civil y que hoy todo el mundo acepta o
finge aceptar.
A
mi juicio, no habría existido siquiera el ya difunto feminismo.
Por lo tanto, despojado de las bellas fábulas sobre los milagros
y sobre las resurrecciones físicas, lavado de las superestructuras
católicas, liberado de los yugos doctrinarios, es decir reconducido
a la genial idea del espléndido nazareno, el cristianismo es realmente
una irresistible provocación.
Un
clamoroso desafío que el hombre se hace a sí mismo. Y eso
aumenta la culpabilidad de una Iglesia católica que guiando a la
Triple Alianza, favoreciendo y beneficiando al islam, se ha hecho y se
sigue haciendo la primera responsable de la catástrofe que estamos
viviendo.
Porque,
antes de invadir nuestro territorio y destruir nuestra cultura y anular
nuestra identidad, el islam trata de acabar con esa irresistible provocación.
Con ese clamoroso desafío. ¿Saben cómo? Por medio
de la rapiña ideológica. Es decir, robando al cristianismo,
fagocitándolo, presentándolo como un brote degenerado, definiendo
a Jesucristo como «un profeta de Alá».
Es
decir, un profeta de segunda clase. Tan inferior a Mahoma que, casi seiscientos
años después, éste tuvo que comenzar desde el principio.
Para poder adueñarse mejor de nuestro Jesús de Nazaret,
los teólogos musulmanes niegan incluso que fuese crucificado. Lo
meten en sus jaimas a comer como un comilón, a beber como un borrachín
y a azotarse como un maníaco sexual.
Y,
después, sentencian: Pobrecillo, a su manera predicaba el verbo
de Alá, pero sus degenerados discípulos llamaron cristianismo
a lo que en realidad era ya el islam, traicionaron lo que había
dicho y.... Intentan robar incluso el judaísmo. Cuando afirman
que el primer profeta de Alá fue Abraham.
Como
fundador de la estirpe de Israel, el viejo Abraham ocupa un lugar irrelevante
(Es obvio que, si fuese judía, no lloraría por eso. A mi
juicio, un fundador de una estirpe que para mayor gloria de Dios quiere
degollar a su propio hijo es mejor perderlo que encontrarlo). Moisés,
por su parte, se convierte en un impostor que atraviesa el mar Rojo con
las barcazas de la mafia albanesa.
Un
charlatán que se va a la Tierra Prometida para jugársela
a Arafat, su rival. Pero de esas infamias, el judaísmo se defiende
con uñas y dientes. La Iglesia católica, no. La Iglesia
católica sabe bien que, para los musulmanes, Cristo murió
de un costipado y que en la tienda se lo pasa de miedo con las huríes.
Sabe
bien que sus teólogos han efectuado siempre esa rapiña ideológica
y que siempre han considerado al cristianismo como un aborto del islam.
Sabe bien que el imperialismo islámico siempre ha querido conquistar
Occidente, porque Occidente es el primero y el auténtico intérprete
del raciocinio cristiano.
Sabe
bien que el colonialismo islámico siempre soñó con
sojuzgar Europa, porque, además de ser rica, evolucionada y tener
mucha agua, Europa es la cuna del cristianismo (un cristianismo manipulado
cuanto quieran, traicionado cuanto quieran, pero, al fin y al cabo, cristianismo).
Sabe
bien la Iglesia que sin el crucifijo los franceses nunca habrían
vencido a los moros que habían llegado hasta Poitiers. Que sin
el crucifijo, los españoles de Fernando de Aragón e Isabel
de Castilla nunca habrían reconquistado Andalucía, que los
normandos nunca habrían liberado Sicilia, que el zar Iván
el Grande nunca habría puesto fin a dos siglos y medio de dominación
mongol en Rusia.
Sabe
bien que sin el crucifijo nunca habríamos roto el segundo asedio
a Viena y nunca habríamos podido hacer frente a los 500.000 otomanos
de Kara Mustafá (5). (Santidad, en 1683, defendiendo Viena estaban
también los polacos. ¿Recuerda? Llegados de Varsovia y guiados
por el heroico rey Juan Sobieski.
¿Recuerda
lo que gritó Sobieski antes de la batalla? «¡Soldados,
no es sólo Viena lo que tenemos que salvar! ¡Es el cristianismo,
la idea de la cristiandad!». ¿Recuerda que gritaba durante
la batalla? «¡Soldados, luchemos por la Virgen de Czestochowa!».
Sí, sí, por la Virgen de Czestochowa. La Virgen negra de
la que usted es tan devoto). En otras palabras,
La
Iglesia católica sabe bien que sin el crucifijo nuestra civilización
no existiría. Sabe también que una de las raíces
de las que nació la civilización, la raíz de la cultura
grecorromana, no nos fue transmitida por Avicena y Averroes como el diálogo
euroárabe quiere hacernos creer.
Nos
fue transmitida por San Agustín que había integrado la cultura
grecorromana en la teología cristiana unos siete siglos antes de
Avicena y Averroes.Y por último sabe bien la Iglesia católica
que, sin la irresistible provocación, sin el clamoroso desafío,
hablaríamos también nosotros una lengua que no dispondría
del vocablo «Libertad». Vegetaríamos también
nosotros en un mundo que, lejos de rechazar la muerte, ve en la muerte
un privilegio.
Epílogo
La
reincidente herejía está consumada Y Mastro Cecco se prepara
para ir, para volver a ir, a la hoguera. No a la hoguera de nuestra civilización
que, repito, está ya ardiendo. El pobre Mastro Cecco y la pobre
Mastra Cecca pueden imaginar ya desde ahora mismo el auto sacramental
con el que los alumnos de Sigrid Hunke celebran su castigo (un auto sacramental
con el ceremonial de siempre, aunque modificado con el paso de los siglos).
Lo
imagino en Florencia, en la plaza Santa Croce, donde Messer Jacopo de
Brescia me quemó en 1328 y donde, en 2002, el ex republicano de
Saló quería hacer lo mismo. La plaza está llena de
una multitud que no sabe bien quién es el reo o la rea, qué
está pasando o de qué parte ponerse. En cambio, sabe que
la ajusticiada morirá entre atroces sufrimientos y, desde este
punto de vista, la cosa promete. Al menos tanto como un partido de fútbol.
Están
repletos los balcones requisados por las damas y los caballeros de la
Triple Alianza. Parlamentarios, europarlamentarios, extraparlamentarios,
líderes de los partidos, obispos, arzobispos, cardenales, ayatolás,
imames, directores de periódicos, altos funcionarios y funcionarios
de la RAI.
Cada
uno de ellos enarbola una bandera o una bufanda con los colores del arco
iris, mientras las campanas tocan a muerto. Hacía una eternidad
que callaban las campanas. El pluriculturalismo las había mantenido
en silencio por consideración con el Profeta.Pero dado que hoy
se trata de hacerlas tocar a muerto, el alcalde de Florencia ha concedido
un permiso especial.
Su
tañido es bastante sombrío. Tanto más que se mezcla
con la estridente voz de los muecines que ladran sus inevitables Alah
akbar. En este escenario, desfila el cortejo, alma del evento. Lo abren
los frailes dominicos que avanzan llevando el estandarte con el lema Iustitia
et Misericordia, rematado con una rama de olivo.Una rama (según
la noticia de la página 78 de la Inquisición toscana) idéntica
a la que hoy simboliza la actual coalición del Olivo.
Tras
los frailes dominicos, los padres combonianos que distribuyen a los clandestinos
«permisos de residencia en nombre de Dios».Después,
los antiglobalización con sus elegantísimas batas blancas
diseñadas por los estilistas de lo políticamente correcto.
Detrás, los kamikazes palestinos, tunecinos, argelinos, marroquíes,
sauditas, etc., con los explosivos a la cintura y una madre que exhibe
un espléndido cheque en dólares.
Y
después, el Gran Inquisidor que, exhibiendo su kaffiah, desfila
a lomos de un purasangre iraquí. Esta vez, el Gran Inquisidor no
es Fray Accursio. Es el obispo de Caserta. Tras él, los hermanos
Pecadores de la Vanguardia Nacional con el jeque Ahmed Yasin en silla
de ruedas y la gorda nieta de Mussolini que avanza, entre las risas de
la multitud, portando un cartel que dice «Partido del Abuelo».
A
su espalda, Mortadella (6) y el émulo de Togliatti (7) que desfilan
de la mano con un cartel sobre el que está escrito «Partido
del Voto». Tras ellos, los hermanos Aulladores del Frente Antimperialista,
los Franciscanos de Asís que llevan de la mano a los magistrados
de corazón tierno, y los cuatro soft-infibulistas a los que obesos
prelados castrados y reducidos a eunucos alaban a coro: «¡Amame,
Alfreeedooo! Amame, como yo te amo».
Por
último, los periodistas provoca lágrimas y los dibujantes
mea conditio que, felices por mi ya inminente martirio, proclaman a grito
pelado el Requiem Aeternam. Al final de todos, me arrastro yo, descalza,
desangrada, consumida, envuelta en un sambenito que parece un burka y
ridiculizada con una mitra de pan de azúcar que me han colocado
en la cabeza.
A
mi lado, el Ejecutor de la Justicia que, esta vez, no es Messer Jacopo
de Brescia. Es la jefa de las Brigadas Rojas que ha conseguido un permiso
por buena conducta y que, tras haberme atado al palo, me pregunta (según
el ceremonial establecido por el santo Oficio) en qué religión
deseo morir.
Si
respondo en la católica, apostólica y romana o, todavía
mejor, en la islámica, puede ejercer todavía la misericordia
a la que aluden los estandartes de los dominicos olivistas. Es decir,
estrangularme y quemarme muerta. Si respondo (como responderé)
con una blasfemia, entonces no. Declarando que ella sólo responde
de sus acciones ante el proletariado metropolitano, me quema viva.
Entendámonos.
Imagino que me quema viva, sin creérmelo demasiado.El auto sacramental
es una apuesta políticamente arriesgada entre los crucifijos y
las campanas, símbolos demasiado incorrectos para el Diálogo
Euroarabe. Pero de hecho, pienso que el castigo llegará, como explica
Alexis de Tocqueville en la conclusión de su insuperable libro
sobre la democracia.
En
los regímenes dictatoriales o absolutistas, explica Tocqueville,
el despotismo golpea groseramente el cuerpo. Lo encadena, lo tortura,
lo suprime con las detenciones, las prisiones y las inquisiciones. Con
las decapitaciones, los ahorcamientos, los fusilamientos y las lapidaciones.
Haciendo
esto ignora el alma que, intacta, puede levantarse sobre las carnes martirizadas
y transformar a la víctima en héroe. Al contrario, en los
regímenes inertemente democráticos, el despotismo ignora
el cuerpo y se ceba con el alma. Porque es al alma a la que quiere encadenar,
torturar y suprimir. De hecho, no les dice a las víctimas: «O
piensas como yo o mueres».
Les
dice: «Elige.Eres libre de pensar o de no pensar como yo. Y si piensas
de una forma diferente a la mía, no te castigaré con el
auto sacramental.No tocaré tu cuerpo, no confiscaré tus
bienes, no te quitaré tus derechos políticos. Incluso podrás
votar. Pero no podrás ser votado, porque yo sostendré que
eres un ser impuro, un tonto o un delincuente. Te condenaré a la
muerte civil, te convertiré en un fuera de la ley, y la gente no
te escuchará. Más aún, los que piensan como tú
también te abandonarán para no sufrir, a su vez, el mismo
castigo».
Añade
después Tocqueville que en las democracias inanimadas, en los regímenes
inertemente democráticos, se puede decir todo, menos la verdad.
Se puede expresar todo, difundir todo, excepto el pensamiento que denuncia
la verdad. Porque la verdad coloca a las democracias contra la pared.
Da
miedo. Y cuanto más ceden al miedo y, por miedo, trazan en torno
al pensamiento que denuncia la verdad un muro insalvable. Una invisible
pero insuperable barrera en el interior de la cual sólo se puede
o callar o unirse al coro. Si el escritor salta ese muro, supera esa barrera,
el castigo surge a la velocidad de la luz.
Peor
aún. Los que ponen la rueda del castigo en marcha son precisamente
los que, en secreto, piensan como él, pero que por prudencia se
cuidan mucho de oponerse a los que lo anatematizan y lo excomulgan. De
hecho, durante algún tiempo, tergiversan, dan un golpecito al muro
y otro a las botas.
Después
callan y, aterrorizados por el riesgo que incluso dicha ambigüedad
comporta, se alejan pisando con la punta de los pies, abandonando al reo
a su suerte. En definitiva, lo que hacen los apóstoles cuando abandonan
a Cristo arrestado por voluntad del Sanedrín y lo dejan solo incluso
después de la pantomima de Caifás, es decir durante el Vía
Crucis.
Aclaremos
esta cuestión. No me asusta ninguno de los dos castigos.La muerte
del cuerpo porque, cuanto más odio la Muerte, cuanto más
la considero un derroche de la naturaleza, menos la temo (tanto en la
paz como en la guerra, en la salud como en la enfermedad, siempre he jugado
con la Muerte a los dados y el que crea que me va a amedrentar con el
espectro del cementerio comete una grosera estupidez).
Y
tampoco me asusta la muerte del alma, porque ya estoy acostumbrada al
papel de fuera de la ley. Cuanto más se intenta atenazarme, anatematizarme
y excomulgarme, más desobedezco. Más me rebelo.
Y
esta herejía reincidente lo confirma. En cambio, me molesta el
insuperable círculo que los italianos han trazado en torno al Pensamiento.
La insuperable barrera en el seno de la cual sólo se puede callar
o unirse al coro de las condenas y de las mentiras que expresan reverencia
por el enemigo y falta de respeto por el que lucha contra él.
Traducción:
José Manuel Vidal
NOTAS
(1)
Messer Jacopo de Brescia: El verdugo que prendió fuego a la hoguera
de Mastro Cecco, el escritor florentino, autor de La esfera armilar, encarcelado
y torturado hace siete siglos por el inquisidor Fray Accursio. Messer
era la forma antigua de decir «señor». En su última
obra Oriana Fallaci se identifica con Mastro Cecco.
(2) lansquenete: así se conocían a los soldados de Infantería
que recorrían la Europa occidental en los siglos XVI y XVII y actuaban
generalmente como mercenarios.
(3) Singrid Hunke: escritora proislamista y partidaria del diálogo
con la cultura árabe. Autora de El sol de Alá brilla sobre
Occidente.
(4) Raffaele Nogaro: obispo de Caserta desde octubre de 1990.
(5) Kara Mustafá: Gran visir del Imperio Otomano que 1683 emprendió
una expedición contra Austria y sitió Viena, pero fue derrotado
por tropas germano-polacas hasta que se batió en retirada. Fue
condenado a muerte por orden del sultán Mehmet IV.
(6) 'Mortadella': Sobrenombre con el que se designa despectivamente en
Italia a Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea.
(7) Palmiro Togliatti: Dirigente histórico del Partido Comunista
Italiano, que participó en su fundación en 1921.
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