Crónicas
norteamericanas El estreno de "La Pasión de Cristo", la película de Mel Gibson, es, apenas, una de las más recientes demostraciones de la curiosa relación que los norteamericanos han forjado entre la religión y el entretenimiento. |
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Las infatigables discusiones en los medios acerca de si la interpretación que Gibson hace de los últimos días de Jesús corresponde o no a la verdad no resultan menos asombrosas si se tiene en cuenta que toda la sapiencia escolástica que Gibson puede aportar al esclarecimiento de este enigma se limita a una media docena de capítulos de "Arma letal" y otros films como "Mad Max", en los que lo que prima no es precisamente la sanidad mental del protagonista, amén de un presunto renacimiento espiritual experimentado después de un largo período de inmersión en las drogas y el alcohol, que casi lo llevan al suicidio. Poco importa si el obsceno regodeo de Gibson en la tortura y agonía de Jesús es capaz de iluminar la dimensión del sacrificio o puede instigar una nueva ola de antisemitismo, puesto que el agente provocador, en este caso, no es un descubrimiento arqueológico, como los rollos del Mar Muerto, sino apenas una película. A la generación que creció convencida de que Charlton Heston era Moisés y Gregory Peck era el rey David se añadirá ahora una generación convencida de que Jesús se veía como James Caviezel o, lo que es aún peor, que María Magdalena se parecía a Mónica Bellucci. La industria editorial ha tenido su propia "Pasión de Cristo" con el fenómeno de "El código Da Vinci", un thriller mediocre escrito por Dan Brown que lleva vendidos 4,3 millones de ejemplares e incontables semanas encabezando la lista de best sellers, cuya trama se apoya en la hipótesis de que Jesús no murió en la cruz, sino que se casó con María Magdalena, con quien tuvo descendencia, se mudó a Francia y allí originaron la dinastía merovingia. El misterioso Santo Grial, el cáliz que debía contener la sangre de Cristo y cuya búsqueda originó incontables aventuras, incluyendo la de Indiana Jones, no es, según esta suposición, una copa, sino una mala transcripción de "sangral" o "sangre real", alusión a la presunta estirpe real de Jesús, cuyo linaje (por el lado paterno) se remonta, según los Evangelios, al rey David. |
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El
"filósofo predilecto" Esta teoría ya había sido expuesta con mayor convicción en el libro "Santa Sangre, Santo Grial", un best seller de los años 80 reflotado a caballo del éxito de "El código Da Vinci". Escrito por Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, tres periodistas de la BBC, el libro se empeña en seguir el rastro de una sociedad secreta llamada "el Priorato de Sión", supuestamente fundada en Jerusalén en 1099 y a la cual pertenecieron, según se afirma, luminarias como Botticelli, Isaac Newton, Jean Cocteau y Leonardo da Vinci, cuya misión era, precisamente, preservar el linaje de Jesús. Sin embargo, no es extraño que todos estos fenómenos de populismo pseudohistórico y pseudorreligioso se produzcan en una sociedad invadida de telepredicadores que hablan de Jesús como si se tratara de un vecino, donde el presidente se refiere a Jesús como "su filósofo predilecto" y asegura que el derrocamiento de Saddam correspondía a "un plan divino"; una sociedad donde el 50 por ciento afirma que nunca elegiría a un presidente ateo y donde los automóviles llevan carteles con leyendas como "Jesús ya viene, ¿estás preparado?" o "Darwin está muerto; Jesús está vivo". Tal vez esta poderosa fijación de los norteamericanos con el cuerpo sufriente de Jesús sea una forma de expiar su rampante materialismo. Si Jesús tuviera oportunidad de volver a ver lo que sucede con el merchandising montado en su nombre, incluyendo los cines donde se ofrece la película de Mel Gibson, seguramente reaccionaría como lo hizo con los mercaderes del templo. Por Mario Diament, La Nacion, 28 de febrero de 2004 |
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