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Pequeña
inmensidad
Es curioso y a la vez sorprendente como Pablo Silveyra logra captar los grandes
espacios del paisaje pampeano o del río más ancho del mundo en
telas que nunca exceden los 80 cm de lado, y en ciertos casos tienen el pequeño
tamaño de 24 por 30 cm. Ello se debe en buena parte al grado de despojamiento
de estas pinturas que en algunas instancias se aproximan a la abstracción,
salvo alguna referencia escueta que podría ser un animal reducido apenas
a un punto.
Dice bien su maestro Francisco Travieso en el prólogo del catálogo:
"No es fácil, tampoco habitual, encarar en forma no corriente asunto
tan común como el paisaje del campo. Una afinada visión argentina
anima la pintura de Pablo Silveyra, reveladora por su penetración de
una intensa observación de lo criollo. Mirada severa, medida e inteligente
elección de los medios adecuados es la clave para el logro de tan buenos
resultados".
Lo cierto es que si quizá pudiéramos rastrear algún rasgo
de estas pinturas a su mentor, el ojo evocaría con más facilidad
la obra de un Guzmán Loza, donde lo pictórico deviene excusa para
traducir vivencias "muy criollas". Toda cultura es diálogo
del creador con su medio. No cabe duda que Silveyra ha establecido un diálogo
muy hondo que lo apega al mundo de su propio telos.
Las tonalidades son grisáceas sin ser apagadas, salvo en contados casos
en que asoma algún muro de colores más cálidos. Yo me atrevo
a decir que se trata de un espíritu recatado que se aviene bien con el
recato de la naturaleza interpretada. |
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Un retorno a las fuentes
De
ancestros indígenas, Claudio Rikelme nació hace 69 años
en Aguada de la Piedra, provincia de Río Negro, al pie de la cordillera
de los Andes. Huérfano de padre desde muy niño, tuvo que ingeniárselas
para llenar ese vacío, entre otras cosas inventando sus propios juguetes,
que fue un acicate para su desarrollo imaginativo.
Su vocación por el dibujo y por la pintura es temprana y, a la vez,
obsesiva. En tal sentido ha llegado a un dominio de virtuosismo artesanal
para volcar su energía al paisaje, hoy preferiblemente pampeano. Como
Rikelme vive en Buenos Aires, para mantener esa comunicación telúrica
que ha signado su personalidad, emprende largas caminatas por parajes agrestes
de la provincia de Buenos Aires y también por La Pampa.
Con técnica derivada del puntillismo, emplea el acrílico sobre
tela para captar ombúes o pequeñas arboledas, a veces con cielos
matinales, otras con los tintes rojizos del `tramonto´, esas puestas
de sol que son parte de la riqueza visual con que nos regala nuestra maravillosa
tierra.
Pero como ya lo observara Plotino, de poco nos valdría la belleza de
lo contemplado si estuviese ausente del alma del contemplador. Y Rikelme indaga
a partir de un espíritu que no por casualidad nos dio una de las almas
más puras de nuestra historia; me refiero a Ceferino Namuncurá.
No es casual que el descendiente de aquella dinastía de los Curá
que tiene entre sus heroicos antecedentes a Calfucurá y a Namuncurá,
padre de Ceferino, llevara ese nombre Curá que significa piedra, si
pensamos en el lugar de nacimiento de Rikelme: Aguada de la Piedra. Detrás
de toda rara coincidencia hay siempre algo más que la casualidad. Son
inescrutables los designios de la Providencia. En épocas en que muchos
se quejan de una crisis de identidad, no estaría de más empapar
ese nervio óptico con estas visiones del gran rionegrino. Hoy más
que nunca debemos abrevar en nuestras fuentes más puras; en esas aguas
cristalinas y transparentes se instalan estos inolvidables paisajes de Rikelme.
Cabe felicitarnos de tener otro Curá entre nosotros.
Por
Rafael Squirru, La Nacion, septiembre de 2002
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