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E & E > Opinión > Liderazgo 06 de marzo de 2004
La madre, cuna de líderes
Una educación tejida de valores, donde la madre juega un papel primordial, garantiza el ejercicio de un liderazgo eficaz.
Francisco Alcaide Hernández
Asociación Internacional de Estudios de Management-Asiema
Entre los profesionales del management hay una pregunta que siempre ha suscitado cierto interés: "El líder, ¿nace o se hace?". Las respuestas en ningún caso son uniformes. Algunos directivos apuestan por que el líder nace; otros, que se hace; y los más, piensan que el líder es un poco de todo: nace, pero también se hace.

Mi visión personal, sin embargo, se aparta algo de las anteriores propuestas. Más que hacerse, al líder -en buena medida- le hacen. La educación es el auténtico baluarte del liderazgo.

En cierta ocasión, preguntado López de Arriortúa -uno de los directivos más aclamados de inicios de los años 90- sobre la cuestión de si el líder nace o se hace, afirmaba: "el líder no nace, se forma, y desde la familia. Ahí es donde el germen del líder crece realmente; el ochenta por ciento del líder viene de su familia, y dentro de la familia, la madre".

La educación marca, modula, perfila y esculpe nuestra forma de ser. Uno es lo que es su niñez. Somos una proyección de nuestros primeros pasos. En esta travesía, la madre se convierte en la mejor escuela de negocios. Los episodios iniciales de la vida son decisivos en la edificación de la personalidad. En ellos, se sientan las bases de lo que será la persona adulta, de ahí la importancia de la educación.

Educar es algo así como enfrentarse a un bloque de mármol. Cada golpe de educación es una lección de formación. Golpe tras golpe se va dando forma a la personalidad hasta que tenemos esa figura que somos nosotros mismos. A la adolescencia uno llega ya bastante hecho. Entonces, es posible mejorar, aunque difícilmente cambiar; lo que cabe, es limar por aquí y allá para hacer ciertas aristas menos cortantes, pero lo que no es posible es crear otra nueva figura; el mármol ya tiene su forma.

La buena educación demanda, ante todo, credibilidad; y la credibilidad se basa en el ejemplo, auténtico estandarte de la educación. Se seduce y conquista con actos concretos; coherencia entre discurso y conducta; complicidad entre teoría y práctica; hermanamiento entre palabras y hechos. La inconsistencia entre lo que uno dice y hace debilita la construcción de valores. Cuando no convergen palabras y hechos, cuando se divorcian pensamiento y conducta, se produce un deterioro en la educación. Pretendemos una cosa pero conseguimos otra.

"El futuro está en manos de la juventud -decía un pensador español-, pero la juventud está en manos de quien la forme". La educación en la infancia siembra hábitos que recogen conductas rectas en la vida adulta. Una educación tejida de valores garantiza el ejercicio de un liderazgo eficaz. Saber de valores está bien, pero lo importante es ponerlos en práctica; y la práctica, cuanto antes comience, mejor: "¿Te das cuenta de que lo más importante es el comienzo de cualquier cosa, especialmente en el caso de que sea joven y tierno? Pues es entonces cuando toma forma y adquiere la modelación que se quiere imprimir" (Platón). La familia es el verdadero marco de referencia de las personas. Los valores se descubren en casa y se afianzan a lo largo de la vida.

La educación lo es casi todo en la formación de la persona. Una educación rigurosa otorga estabilidad al ser humano, cultiva la voluntad, fomenta la generosidad y premia la honradez, aspectos todos éstos de vital importancia en las organizaciones. Por el contrario, su carencia deja al desnudo todas esas taras que arruinan la práctica de un liderazgo carismático, manifestándose en sus formas menos amables: la agresividad, la falta de respeto, la prepotencia, y, en general, todo lo propio de un entorno hostil.

En resumen, la educación no es formar en álgebra, literatura o dibujo; la educación es formar personas. No sólo es necesaria una buena preparación en el plano académico, sino también en el humano. Antes se decía que una buena educación encierra un tesoro. Hoy se sabe que no, que la educación es el tesoro. Ahí reside la semilla del liderazgo. Los primeros compases en la vida de la persona dejan huella, y en ellos, la figura materna es la materia prima esencial.

(*) No hay que obviar la innegable relevancia del padre en la educación, pero, en mi opinión, el papel de la madre hay que situarlo en la cúspide.


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