Una educación tejida de valores,
donde la madre juega un papel primordial, garantiza el ejercicio de
un liderazgo eficaz.
Francisco Alcaide Hernández Asociación
Internacional de Estudios de Management-Asiema
Entre los profesionales del management hay
una pregunta que siempre ha suscitado cierto interés: "El líder,
¿nace o se hace?". Las respuestas en ningún caso son uniformes.
Algunos directivos apuestan por que el líder nace; otros, que se
hace; y los más, piensan que el líder es un poco de todo: nace, pero
también se hace.
Mi visión personal, sin embargo, se aparta
algo de las anteriores propuestas. Más que hacerse, al líder -en
buena medida- le hacen. La educación es el auténtico baluarte del
liderazgo.
En cierta ocasión, preguntado López de Arriortúa
-uno de los directivos más aclamados de inicios de los años 90-
sobre la cuestión de si el líder nace o se hace, afirmaba: "el líder
no nace, se forma, y desde la familia. Ahí es donde el germen del
líder crece realmente; el ochenta por ciento del líder viene de su
familia, y dentro de la familia, la madre".
La educación
marca, modula, perfila y esculpe nuestra forma de ser. Uno es lo que
es su niñez. Somos una proyección de nuestros primeros pasos. En
esta travesía, la madre se convierte en la mejor escuela de
negocios. Los episodios iniciales de la vida son decisivos en la
edificación de la personalidad. En ellos, se sientan las bases de lo
que será la persona adulta, de ahí la importancia de la
educación.
Educar es algo así como enfrentarse a un bloque de
mármol. Cada golpe de educación es una lección de formación. Golpe
tras golpe se va dando forma a la personalidad hasta que tenemos esa
figura que somos nosotros mismos. A la adolescencia uno llega ya
bastante hecho. Entonces, es posible mejorar, aunque difícilmente
cambiar; lo que cabe, es limar por aquí y allá para hacer ciertas
aristas menos cortantes, pero lo que no es posible es crear otra
nueva figura; el mármol ya tiene su forma.
La buena educación
demanda, ante todo, credibilidad; y la credibilidad se basa en el
ejemplo, auténtico estandarte de la educación. Se seduce y conquista
con actos concretos; coherencia entre discurso y conducta;
complicidad entre teoría y práctica; hermanamiento entre palabras y
hechos. La inconsistencia entre lo que uno dice y hace debilita la
construcción de valores. Cuando no convergen palabras y hechos,
cuando se divorcian pensamiento y conducta, se produce un deterioro
en la educación. Pretendemos una cosa pero conseguimos
otra.
"El futuro está en manos de la juventud -decía un
pensador español-, pero la juventud está en manos de quien la
forme". La educación en la infancia siembra hábitos que recogen
conductas rectas en la vida adulta. Una educación tejida de valores
garantiza el ejercicio de un liderazgo eficaz. Saber de valores está
bien, pero lo importante es ponerlos en práctica; y la práctica,
cuanto antes comience, mejor: "¿Te das cuenta de que lo más
importante es el comienzo de cualquier cosa, especialmente en el
caso de que sea joven y tierno? Pues es entonces cuando toma forma y
adquiere la modelación que se quiere imprimir" (Platón). La familia
es el verdadero marco de referencia de las personas. Los valores se
descubren en casa y se afianzan a lo largo de la vida.
La
educación lo es casi todo en la formación de la persona. Una
educación rigurosa otorga estabilidad al ser humano, cultiva la
voluntad, fomenta la generosidad y premia la honradez, aspectos
todos éstos de vital importancia en las organizaciones. Por el
contrario, su carencia deja al desnudo todas esas taras que arruinan
la práctica de un liderazgo carismático, manifestándose en sus
formas menos amables: la agresividad, la falta de respeto, la
prepotencia, y, en general, todo lo propio de un entorno
hostil.
En resumen, la educación no es formar en álgebra,
literatura o dibujo; la educación es formar personas. No sólo es
necesaria una buena preparación en el plano académico, sino también
en el humano. Antes se decía que una buena educación encierra un
tesoro. Hoy se sabe que no, que la educación es el tesoro. Ahí
reside la semilla del liderazgo. Los primeros compases en la vida de
la persona dejan huella, y en ellos, la figura materna es la materia
prima esencial.
(*) No hay que obviar la innegable relevancia
del padre en la educación, pero, en mi opinión, el papel de la madre
hay que situarlo en la cúspide.