Alcides Villalba
Especial/El Universal
Caracas.- Al principio creí que la denuncia del
doctor Petkoff sobre un supuesto forjamiento informativo no era una
más de esas declaraciones distraccionistas, si se quiere normales,
en quien siente el peso de la responsabilidad en la conducción de la
política económica, pero resulta que las clasificadoras ya tienen el
rabo largo en esto de desestabilizar gobiernos y países con sus
consabidas evaluaciones.
Por supuesto que su trabajo aparece como más profesional y no
conlleva la chocancia en el resentimiento que producen las llamadas
certificaciones en materia de drogas pero, de 'alguna manera',
(perdóname Ibsen por este pecado) ambos procesos se parecen, al
menos en la arrogancia, y también en la alta subjetividad de quienes
los adelantan.
En primer término, hay que subrayar que las clasificadoras de
riesgo no son entidades tan independientes como suelen cacarear
y en segundo término, hay que decir que en más de una ocasión han
sido objetos de extremos escándalos en los centros financieros
internacionales por sus inocultables vínculos con casas de corretaje
cuyos intereses tienden a proteger, si es que no a favorecer.
Por otra parte, ellas han creado una matriz de opinión, aun en
los altos niveles de gerencia financiera y, por supuesto, de allí
para abajo en el resto de la percepción pública, de cómo sus
clasificaciones o evaluaciones provienen de una serie de parámetros
objetivos elaborados a partir de indicadores estadístico-contables
del sistema financiero y de la gestión fiscal del Estado. Esto es
una media verdad porque, si bien es cierto que tales evaluaciones
intentan afincarse en parámetros cuantitativos, al final de la
charada las expectativas de políticas monetarias, cambiarias o
financieras, tienen que obtenerlas de su propia percepción del
ambiente y ello es tan subjetivo como cualquier otro juicio en
cualquier otra materia.
Pero lo que realmente es preocupante no es el grado de
subjetividad de las opiniones de los clasificadores de riesgo, sino
los vínculos que éstas crean con sus clientes naturales y hasta qué
punto esos nexos pudieran ser utilizados para montar manipulaciones,
no sólo contra el tipo de cambio de un país, sino también contra el
valor internacional de los papeles de deuda pública o de valores
privados de esa nacionalidad, que se coticen internacionalmente.
Hace ya varios años que hice despojo de mis paranoias
estratégicas, pero creo que sería bien ingenuo pensar que los
especuladores internacionales se chupan los dedos y que están
dispuestos a seguir las reglas de caballería y fiducía, las cuales
deberían prevalecer. De allí que no me parecería impertinente que el
Gobierno intentara investigar, realmente, hasta qué punto existen
vínculos entre los diversos agentes informativos, las clasificadoras de
riesgo, y algunas casas de corretaje o particulares que pudieron
haber participado en el desaguisado.
Alcides Villalba es economista