..::: | Racionalidad y preferencia social ( Patricia Britos ) | |
1. Introducción El propósito de este trabajo es explicar la importancia del concepto de racionalidad en la ciencia política. Desde el siglo XVIII hasta ahora, fueron apareciendo trabajos académicos aislados que apuntaban a solucionar los problemas de la votación, pero no tuvieron continuidad. Sólo en 1951, cuando K. Arrow probó su famoso teorema, se puede decir que tomó forma lo que hoy se llama la "teoría de la elección social"; ésta es el fundamento del tipo de investigación que analiza cómo a partir de decisiones individuales se llega a una decisión colectiva sin perder racionalidad ni carácter democrático. Probablemente resulte más fácil entender el concepto de racionalidad individual que el de racionalidad colectiva. Si se busca explicar la conducta de los seres humanos, con el convencimiento de que las decisiones tomadas responden a creencias y deseos individuales, la tarea -aunque no exenta de dificultades- no parece imposible. Pero lo que desde un principio presenta problemas es la racionalidad del grupo social. ¿Existen creencias y deseos colectivos? ¿Cómo se puede saber cuáles son? Y si no los hay, ¿cómo se llegan a tomar decisiones de grupo? Los estudios de ciencia política basados en el concepto de racionalidad estratégica intentan dar explicaciones e incluso predecir, aunque esto signifique solamente estimar la probabilidad de que algún hecho tenga lugar. Y, al momento de analizar ciertos problemas políticos, se estudia la forma de que el resultado no termine siendo caótico. Se trata de que las instituciones no se desequilibren; hay que fortalecerlas para así fortalecer la democracia -de cuyo valor ningún individuo razonable parece dudar. K. Dowding y D. King sostienen que las instituciones canalizan las preferencias, disminuyen el proceso cíclico y fomentan la estabilidad. Por ejemplo, la simple institución de una regla que establece que las decisiones a las que se llegó no se pueden cambiar por tres años, asegura al menos tres años de estabilidad. El estudio de la política tiene que ver con la estabilidad y también con el cambio. Por eso, la teoría de la elección racional también incluye el examen de las acciones de los actores racionales que tratan de quebrar situaciones políticas estables. Es importante aclarar que cuando se dice que un actor procede de tal o cual manera para lograr el objetivo que traduce su interés, no se está haciendo ninguna interpretación moral. El interés del individuo, como el del grupo social, no tiene por qué ser egoísta. En muchos casos, algunos miembros de un grupo planean estrategias para que el resultado de una votación sea lo más ventajoso posible para ellos o para el resto de la sociedad; y muchas veces esta ventaja traduce un deseo altruista. 2. Preferencias y elecciones Cuando se expone la teoría de la racionalidad, se habla de "elección" y de "preferencia". A veces, en el desarrollo de la exposición, parece que ambos conceptos significan lo mismo. Sin embargo, el primer término representa una acción y el segundo una opinión. Se pueden observar las decisiones o elecciones de un individuo, pero no las preferencias. Y unas no siempre se corresponden con las otras; se puede preferir una alternativa y elegir una diferente. Esto puede parecer muy extraño, pero en realidad es muy común. Más adelante vamos a tratar un poco más este tema, que está relacionado con los juegos estratégicos. Hay una serie de creencias, deseos o necesidades que forman las preferencias de los individuos. Algunos son más elementales que otros; entonces, en estos casos, cuando el individuo elige, es probable que sea más fácil distinguir cuál era la preferencia que lo llevó a decidirse por cierta alternativa y no por otra. Aunque en esto estamos simplificando mucho la cuestión. Parece obvio que si un actor racional tiene hambre, prefiere como acción "comer"; y si puede elegir entre las alternativas "comer" o "no comer", entonces, va a tratar de satisfacer su necesidad y, en ese caso, va a elegir "comer". Este ejemplo sirve para una situación extrema donde de lo que se trata es de sobrevivir. No estamos pensando en casos de bulimia, anorexia u otros donde la actividad de comer tiene otras connotaciones. En el ejemplo señalado, la preferencia y la elección coinciden; el que intenta saber los sentimientos verdaderos del actor racional en el momento de decidir no necesita investigar mucho: si el individuo comió es porque tenía hambre. Si bien todas las acciones parecen ser problemáticas, elegimos un proceso de esta naturaleza -aunque sea una simplificación de lo que realmente sucede- para contrastarlo con situaciones más complejas. Hay otras metas en la vida de los seres humanos: ansia de fama, deseo de pasar inadvertido, alcanzar ciertos objetivos momentáneos porque éstos me ayudan a mejorar mi posición con respecto a otros más importantes, etc. Y además, cuando las decisiones dependen de las decisiones y preferencias del resto del grupo, se complica todo el proceso; por lo tanto, los actores racionales hacen uso de estrategias que los ayudan a elegir la mejor alternativa posible. Estas consideraciones se hacen en base al convencimiento de que, aunque no se sepa a priori lo que piensan hacer los demás integrantes del grupo social, se podría esquematizar algún curso de acción probable. Y todo esto es posible porque la comunicación y la discusión se apoyan en la premisa tácita de que cada interlocutor cree en la racionalidad de los otros, puesto que de otro modo el intercambio no tendría sentido. Para entender a otras personas, debemos suponer que, en general, ellas tienen deseos y creencias consistentes, y actúan consistentemente sobre la base de ellos. La alternativa a este supuesto no es la irracionalidad, que sólo puede predicarse sobre un amplio fondo de racionalidad, sino el caos. Hay que tener en cuenta que, como sostiene S. Brams, "ser racional es esforzarse por lo que uno desea -o al menos actuar como si uno estuviera persiguiendo algún fin-. Pero no es simple determinar exactamente qué curso de acción es el que satisface estos deseos o fines en una situación particular". Es por esto que los modelos derivados de la teoría de la elección racional parecen ser los más confiables. El mismo autor también explica que "el supuesto de la racionalidad explica bien la conducta política, incluso la que en ocasiones parece paradójica. En realidad, en la medida en que los modelos de la elección racional iluminan los aspectos no obvios de la política, el uso de estos modelos parece justificado". Estos aspectos no obvios son los más preocupantes a la hora de tomar decisiones importantes, especialmente si hay otras otros individuos que con sus decisiones pueden afectar el resultado del proceso. Las decisiones estratégicas se basan en una mínima información sobre las preferencias del resto de los miembros del grupo. Esto parece más fácil en los organismos más viejos y pequeños, dado que la mayoría de los miembros se conocen hace mucho tiempo. Me resulta más viable alcanzar mis objetivos cuando estoy rodeado de personajes bastante previsibles. Igualmente necesito alguna información para votar; entonces, ¿cómo puedo proceder para conocer las preferencias de los otros individuos? Obviamente no es una tarea fácil; aunque estemos en una época donde la información es sumamente accesible, no se puede acceder a lo que una persona quiere ocultar -especialmente si eso es su propio pensamiento-. Lo que sí se puede conocer es la elección que ésta hace sobre un conjunto de alternativas, pero para entonces quizás ya no se pueda hacer nada para que el resultado sea lo más ventajoso posible a mis intereses. En esta teoría, ser un votante sincero significa que el individuo elige de acuerdo con su preferencia, es decir, vota por la alternativa preferida sin considerar el hecho de que ésta pueda perder. Se le llama votante sofisticado al que no es sincero en ese sentido, al que usa estrategias para que su alternativa gane -o por lo menos que no pierda frente a otra extremadamente diferente-. Hay una serie de teoremas formalmente demostrados sobre la manera en que se manipula el proceso de votación para alcanzar un resultado deseado. Lo que ahora nos interesa es que, frente a un conjunto de alternativas, el individuo no siempre elige la alternativa preferida. Entonces, el tema que se discute es el de la votación. En general, la mayoría de las interpretaciones teóricas describen al voto como expresión de una preferencia. Se le suele dar diferentes significados a esta expresión; D. Estlund enumera algunas de las interpretaciones de las preferencias: deseos, intereses, disposiciones para elegir, o informes individuales de uno de los tres anteriores. Este autor intenta demostrar que las interpretaciones de la preferencia fracasan porque no pueden cumplir con las tres condiciones de agregabilidad, defensa y actividad. Finalmente, termina dando argumentos a favor de la interpretación de los votos, no como alguna forma de expresión de preferencias individuales, sino más bien como afirmaciones de que ciertas políticas están en el interés común. Esta posición responde a la teoría deliberacionista de la democracia, y sigue el pensamiento de Rousseau; así, el interés común es la "voluntad general", y ésta cumple con los tres requisitos antes mencionados. Parece ser que lo que más molesta a Estlund es que pueda existir un dictador que imponga el resultado de la elección social -según Arrow, si un individuo tiene un orden de preferencias xPyPz y la elección social es la misma, este individuo, de alguna manera, ha influido en el resto y es un dictador-. Es decir, que no exista un orden de preferencias común. Y el otro tema que le preocupa es que los individuos desean una alternativa pero deciden elegir otra por motivos estratégicos. Para alguien que cree en el modelo de democracia deliberativa, esto no parece posible. En su trabajo, menciona a Gibbard y a Satterthwaite, y a otros que "han enfatizado que la cuestión de por cuál alternativa social votar racionalmente no es la misma que la cuestión de cuál alternativa social elegir racionalmente. Puede haber buenas razones para votar por un resultado menos preferido." En realidad, lo que este autor parece no querer admitir es que si un individuo prefiere A pero finalmente decide votar por B, en realidad, cambió de opinión. Cambiar de opinión al elegir no significa que de ahora en más siempre me va a gustar B, sino que en este momento se prefiere la alternativa B porque se la encuentra mucho más conveniente en el presente estado de cosas. J. Harsanyi sostiene que el modelo de racionalidad medios-fines es demasiado limitado porque no cubre el caso de la conducta que satisface ciertos criterios estipulados, como por ejemplo la conducta que consiste en subir al Aconcagua -que satisface el criterio de ser la montaña más alta de la Argentina- cuando el objetivo es subir a la montaña más alta de la Argentina. E incluso una limitación más importante es que restringe la conducta racional a una elección entre medios alternativos. Por lo tanto, no puede explicar por qué una persona dada puede cambiar un fin por otro. Para superar esta limitación, los economistas introdujeron un concepto más amplio de racionalidad que define la conducta racional como una elección entre fines alternativos, sobre la base de un conjunto de preferencias y un conjunto dado de oportunidades. Así, la conducta racional consiste en elegir un fin específico, después de una cuidadosa consideración y en completo conocimiento de los costos de oportunidad de esta elección. Harsanyi dice que este modelo nos permite explicar por qué un individuo ha cambiado de objetivo, incluso cuando sus preferencias básicas siguen siendo las mismas. Este modelo incluye los modelos medios-fines y de satisfacción de criterios como casos especiales. Para la economía, ha sido muy fructífero el enfoque basado en la teoría de la racionalidad. Para estudiar el mercado, se hace uso de modelos matemáticos que concentran la atención en características seleccionadas del mundo económico. Aquí es donde aparece la necesidad de una metodología como la teoría de los juegos, donde hay juegos de dos o más personas, cada uno con características diferentes. Harsanyi incluye dentro de la teoría de la utilidad a la teoría de la conducta racional individual -bajo certeza, bajo riesgo y bajo incertidumbre-; y define a la teoría de los juegos como la teoría de conducta racional por parte de dos o más individuos racionales que interactúan, cada uno determinado a maximizar sus propios intereses, egoístas o no egoístas, ya especificados por su propia función de utilidad. 3. Decisiones políticas Las decisiones que involucran a un grupo social amplio son las que más le interesan a la ciencia política. La teoría de la elección social, que nace con el teorema de Arrow, nos indica que la forma más efectiva que tiene un grupo de tomar una decisión, si antes no ha llegado al consenso, es a través de la votación. Esta es una forma de agregación de preferencias de los individuos que forman parte del grupo social. Aquí es necesario aclarar algunas cuestiones. Si suponemos que todos los miembros de la sociedad tienen las mismas preferencias con respecto a las alternativas sociales, esto implica que hay una una actitud mental social y también una sociedad homogénea. En ese caso, podría elegir a un solo individuo para conocer la mentalidad social; entonces el requisito de no dictadura del teorema de imposibilidad pierde relevancia. Arrow dice que hay una gran parte de los filósofos políticos, la escuela idealista, que piensan que se debe distinguir entre la voluntad individual y la general. Puede haber amplias divergencias entre una y otra, ya que la voluntad individual puede corromperse por el entorno; en cambio, la verdadera voluntad general nunca puede errar aunque puede estar equivocada en cuanto a los medios. Arrow cita a Rousseau y dice que "en verdad, las dos voluntades solamente acordarán por accidente. Pero se insiste sobre la existencia de la voluntad general como base de la existencia misma de una sociedad." En esta cuestión está presente la preocupación de Rousseau por alcanzar la "voluntad general"; el temor era claramente que los intereses individuales triunfaran sobre los del grupo. Rousseau pensaba que se podía conocer la voluntad general en tanto se consultara a cada uno de los ciudadanos, y éstos dieran su opinión o voto en base al interés común, no a uno personal o privado. W. Riker expresa las diferencias entre la interpretación liberal y la populista de la votación. La última sostiene que "las opiniones de la mayoría deben ser correctas y deben respetarse porque la voluntad del pueblo es la libertad del pueblo. En la interpretación liberal, no hay tal identificación mágica. El resultado de la votación es sólo una decisión y no tiene un carácter moral especial". En el teorema de Arrow está implícita la refutación de la teoría democrática de "la voluntad de la mayoría"; y éste fue el principal obstáculo para la aceptación de la teoría de la elección social. En un momento en que las democracias en el mundo debían fortalecerse después de la segunda guerra mundial, no había mucho entusiasmo en defender una teoría que probaba la "imposibilidad" de la voluntad general. Los que se oponen a la teoría de la elección social, critican especialmente que ésta se base esencialmente en la teoría de la votación. Parece mucho más democrático intentar el consenso que apelar directamente al voto. El error es pensar que estos teóricos rechazan la discusión y el consenso; esto no es así, simplemente creen que si no hay unanimidad, hay que votar. Es cierto que no han dedicado ningún espacio en sus investigaciones a las posiciones de los consensualistas, pero esto ha sido recíproco. Y en el caso de los que se dedican exclusivamente a estudiar el proceso de la deliberación, la cuestión parecería agravarse porque en el momento de tomar decisiones que afectan a la sociedad, no se puede seguir reclamando un consenso que quizás nunca se alcance. De hecho, históricamente, el voto ha sido el proceso más usado en el momento de decidir qué hacer. Toda la bibliografía que surge de la teoría de la elección social, enmarcada en la teoría de la racionalidad, trabaja sobre la construcción de modelos que apuntan a que las instituciones dentro del régimen democrático sean más democráticas. 4. Individualismo metodológico A nadie se le ocurre discutir que la racionalidad es propia de los seres humanos. Pero cuando se trata de extender esta capacidad a otras entidades, surgen inconvenientes. Aquí aparece la oposición de los que no aceptan que la racionalidad se pueda extender a otras entidades que no sean los individuos. Los individualistas metodológicos confían en la racionalidad de las acciones de los seres humanos. Especialmente, éste ha sido un punto importante para los economistas. Se supone que las personas, cuando toman decisiones, lo hacen de acuerdo con sus propios intereses; de un conjunto de alternativas a elegir, cada uno va a optar por la que le conceda más beneficios -o por lo menos la que resulte menos perjudicial-. Cuando se trata de analizar situaciones en el área económica, se estudian las preferencias individuales y cómo ellas hacen que se produzcan ciertos resultados. Hay tres conceptos importantes a tener en cuenta: acciones, resultados y estados de la naturaleza. La acción es la elección que hace una persona en un contexto específico. Y un estado de la naturaleza en conjunción con una acción particular produce un resultado específico. Por lo tanto, hablar de "conducta racional" significa elegir los mejores medios para llegar al mejor fin, es decir, adoptar la acción adecuada para alcanzar el resultado deseado. Volviendo al tema de la racionalidad individual, P. Ordeshook opina que el supuesto del individualismo metodológico no es sino un recordatorio de que sólo la gente elige, prefiere, comparte objetivos, aprende, etc., y que todas las explicaciones y descripciones de acción grupal, si son teóricamente sólidas, finalmente se deben entender en términos de elección individual. En el marco del individualismo metodológico han surgido discrepancias debidas al concepto de racionalidad colectiva. G. Tullock dice que una de las críticas más fuertes al trabajo de Arrow es que impone el requisito de racionalidad a los resultados de la votación; él mismo no acepta este requisito. Existe la creencia de que las instituciones no pueden ser racionales porque únicamente los seres humanos lo son. Es por esto que no pueden admitir que Arrow incluya la condición de "racionalidad colectiva" como requisito de justicia. Sin embargo Tullock es más flexible que Buchanan; comparte la crítica que sostiene que cualquier proceso de toma de decisiones es un mecanismo o conjunto de instrumentos que no tiene inteligencia. Sin embargo, dice que en la época en que se publicó el libro de Arrow, la racionalidad o irracionalidad del proceso tuvo alguna importancia. Explica que una parte importante de la comunidad intelectual sintió que la solución era entregar un control operativo a un gobierno democrático. Entonces, si los gobiernos tenían la función de resolver prácticamente todos los problemas y manejar a una gran parte del aparato económico, claramente debían funcionar de un modo racional. Tullock sigue su exposición diciendo que es difícil argumentar que una determinada función debe ser transferida al gobierno si los procesos de la decisión gubernativa son análogos a tirar unas monedas a cara o cruz. Aquí, tanto Tullock como Buchanan opinan que es inevitable un comportamiento irracional por parte del gobierno bajo cualquier regla factible de toma de decisiones. Como ya habíamos dicho, estos autores no conciben que Arrow exija racionalidad en este paso; creen que no es posible la irracionalidad que describe la prueba del famoso teorema de imposibilidad porque existe el intercambio de votos. El teorema dice que la agregación de preferencias individuales no conduce a una elección colectiva racional y democrática. El resultado es no transitivo -irracional en los términos arrowianos- o es impuesto por alguno de los miembros del grupo, y entonces no es democrático. Lo que se le discute a Arrow es que crea que la votación tiene que dar un resultado transitivo, que no tiene que haber circularidad. Es decir, que no tiene que ser de la forma xPyPzPx. Tullock y Buchanan consideran que es más importante la intensidad que el orden de las preferencias. Esta referencia es fundamental, ya que el teorema de imposibilidad no tiene en cuenta al votante no sincero. Arrow es quizás demasiado idealista en su trabajo y, por eso, piensa únicamente en los individuos que expresan directamente sus preferencias en las decisiones que toman, no en los que eligen estratégicamente. Lo que no queda muy claro es por qué existe tanta oposición al requisito de racionalidad colectiva. Arrow cree que no se puede hablar de democracia si no está presente esta condición; y prueba que no se puede garantizar un resultado racional y democrático al mismo tiempo. Pero en algunos casos sí se da; por ejemplo cuando hay una alternativa a la que se llama "ganador Condorcet", es decir una opción que todos prefieren. Entonces, no en todos los casos las instituciones se comportan irracionalmente; o por lo menos, no todos los resultados a los que nos llevan los procesos o métodos -es decir, instituciones- son irracionales. Sin embargo, hay otros que creen que "los actores de la elección racional no tienen que ser necesariamente gente sino que pueden incluir organizaciones (aunque usualmente los analistas suponen que las acciones de las organizaciones pueden explicarse causalmente considerando a los individuos decisorios que abarcan la organización)". Pareciera que los individualistas metodológicos que se oponen a la condición de racionalidad colectiva del teorema de Arrow, en realidad, no están de acuerdo con la formalización que nos lleva a decir que difícilmente se pueda conocer la preferencia social. En un modelo contruido como ideal de lo que se cree debería ser una institución democrática, no puede estar mal la inclusión de la condición aludida. Un modelo ideal representa lo que "debería ser", y si en la realidad no se da así, entonces veremos cómo ajustar los instrumentos que tengo a mano para que la institución se acerque cada vez más a la caracterización del ideal. El requisito de racionalidad para la elección colectiva, en realidad, parece de lo más pertinente. Conclusión A pesar de que el concepto de racionalidad social o colectiva está presente en los estudios políticos desde hace aproximadamente medio siglo, no hay mucho consenso sobre la utilidad de una metodología derivada de este enfoque. Hay discusiones y críticas muy fuertes dentro y fuera de la teoría de la elección social. La dificultad más grande radica en aceptar la demostración del "teorema de imposibilidad general", es decir, la imposibilidad de que las decisiones colectivas sean al mismo tiempo racionales y democráticas; y lo demás se podría resumir en la posibilidad de usar el "arte de la manipulación", como lo plantea W. Riker cuando propone su "herestética" -la forma de estructurar el mundo para que gane uno-. Estos dos, además de haber sido probados lógicamente, son hechos de la realidad; entonces, ¿por qué negar lo evidente? Podría ser mucho más interesante averiguar los problemas de la democracia como régimen, y luego estudiar la forma de fortalecer sus instituciones. Negar que algunas de ellas son imperfectas, no ayuda a la democracia. Los teóricos de la democracia deberían aportar a la construcción de una sociedad mejor, a través de un análisis y una crítica profunda de las partes del proceso democrático. Si se pasa por alto alguna de éstas, el modelo resultante podría derrumbarse. | ||