4-D. ACTIVAR LA MEMORIA.

Es hoy aniversario de aquel 4 de diciembre de 1977 en que los andaluces gritamos en la calle de nuestras ciudades que éramos un pueblo y teníamos, por ello, el derecho de tomar en nuestra manos el futuro, dotándonos de los instrumentos políticos necesarios para ello. En Sevilla, la histórica bandera que las hijas de Blas Infante habían guardado desde el asesinato de su padre, en aquel lejano verano del 36, salió de nuevo a la calle y fue la única bandera que encabezó la manifestación de cientos de miles de sevillanos desde el Prado hasta la Plaza Nueva. Recuerdo cómo, ante la sorpresa y el entusiasmo general, ríos de gentes bajaban de por el puente de la Enramadilla, venían desde Triana, ocupaban la Ronda, con pancartas donde, de mil diferentes y espontáneas maneras, se exigían Autonomía Plena para, con ella salir del subdesarrollo, de la dependencia, de la subalternidad. Nunca hubo mayor fiesta que aquella mañana gris de domingo.

Fue, a la vez que fiesta, un continuo clamor de afirmación reivindicativa, que en Málaga se tiñó de muerte por el asesinato de José Manuel García Caparrós, cuando intentaba colocar la verde y blanca en el balcón de la Diputación todavía franquistas. Recién salíamos del túnel de la dictadura, aún los tiempos eran de incertidumbre, pero los andaluces nos negábamos a ser simples comparsas en lo que luego se llamaría Transición Política y a ver pasivamente como otros pueblos –el catalán y el vasco- conseguían su autogobierno al serles reconocida su entidad de nacionalidades históricas que a nosotros se nos negaba. Y ese clamor del 4 de diciembre del 77 obligó, un año después, a la firma del Pacto autonómico de Antequera, en el que once partidos se comprometieron a dotar a Andalucía del más alto techo de autogobierno. Y todo ello desembocó en la victoria en el referéndum del 28 de febrero del 80, en el que, a pesar de la posición contraria del gobierno de Suárez –que había traicionado aquel pacto- y de todas las trampas y obstáculos, Andalucía, increíblemente para casi todos, consiguió una autonomía de primera división; aunque ésta, en gran parte, continúen aún sin ser utilizada para los fines que entonces se planteaban.

Convienen recordar hoy todo esto para aquellos que, por su edad, no pudieron vivirlo. Y también para los amnésicos. Recordar significa volver a pasar por el corazón. A todos nos convendría hacerlo con aquel primer 4 de diciembre, pero no es un ejercicio de nostalgia. Tentaciones habría para ello, ya que, 23 años después, Andalucía sigue siendo la última en niveles de renta de todas las Comunidades Autónoma de España y su peso demográfico, histórico y cultural apenas está presente en los escenarios estatal y europeo. No existe proyecto alguno para este país nuestro, a no ser el de convertirlo en búnker frente a los pueblos del Sur y en parque lúdico y folklórico para el divertimentos de las gentes del Norte. La atonía  más chata es la característica fundamental de las instituciones andaluzas y nuestros políticos son simples administrativos de quienes gobiernan o pretender gobernar en Madrid. El partido que se autodenomina "andalucista" no es sino una caricatura, oportunista y desideolizada, de lo que debería ser un verdadero partido al servicio sólo de Andalucía. Y una gran parte de nuestros intelectuales, instalados en el pensamiento único, incluso niegan la existencia de una identidad y una cultura andaluzas. Ante toda estas frustraciones, es hoy más necesario que nunca activar la memoria de aquel 4 de diciembre en que los andaluces nos ganamos el respeto de otros pueblos. Sobre todo, porque, actualmente, a la fuerza de ponernos ante los ojos el espantajo del terrorismo, están consiguiendo atemorizarnos respecto a todo lo que pueda significar legítima reivindicación colectiva de pueblo y ante cuanto pueda oler a nacionalismo, incluso si éste es un nacionalismo democrático, pacífico y solidario, como ha sido siempre el andaluz- basta leer, para comprobarlo, a Blas Infante, a José Aumente o a cualquier otro nacionalista andaluz, de cierta envergadura intelectual- . Y atemorizándonos con el terrorismo y sus consecuencias, nos están volviendo a imponer los más rancios del nacionalismo españolista, homogeneizador e intolerante. Como señalara hace unos días Pasqual Maragall –un raro pero influyente psocialista, culto y con ideas-, se pretende que admitamos de nuevo "una historia única de una España única que nunca ha existido".

Los incofesos predicadores del nacionalismo de Estado quieren convencernos de que la historia es una simple sucesión de hechos, concatenados y necesario como los eslabones de una cadena, cuando, por el contrario, se trata de un proceso no unilineal compuesto por encrucijada siempre con varios desemboques posibles. Quieren hacernos creer que la historia sólo es pasado, cerrado y muerto, cuando, en realidad, es una parte viva y cambiante del presente, ya que se trata de la interpretación que hacemos del pasado desde nuestro propios problemas, realidades y preguntas de hoy. Cuenta García Márquez que un día llegó a Macondo la peste del olvido y, poco a poco, las gentes se fueron internando en una estupidez sin pasado. Por ello perdieron los recuerdos, el nombre de las cosas y hasta la conciencia de su propia identidad. No hagamos de Andalucía una nueva Macondo. Activemos la memoria y rescatémonos del olvido a nosotros mismo. Un 4 de diciembre es, quizá, la mejor ocasión para ello.

 

Isidoro Moreno

Catedrático de Antropología Social de la Universidad Hispalense

Recogido de la Tribuna de opinión del Diario de Sevilla del 4-12-00