Carta abierta a José María Aznar, presidente del Gobierno de España
Hace aproximadamente dos años tuvimos ocasión de trasladarle a través de una cadena de televisión española (creemos recordar que fue Tele5) cuáles eran, respecto a su posible pensamiento, las reflexiones que hacía nuestra Mesa Nacional en torno al papel que tanto usted como su Gobierno podrían jugar en el recién iniciado proceso democrático vasco.
En aquel entonces, permítanos recordárselo, tanto la sociedad vasca, como imaginamos la española, vivían momentos de expectación; tanto una sociedad como otra vislumbraba con cierta claridad que una nueva fase política se abría ante nuestros ojos, y que además esta fase tenía potencialidades suficientes para superar decenios de enfrentamientos entre nuestro pueblo y el Estado español.
La perspectiva social apuntaba, con segura intuición, que si todas las partes éramos capaces de situar nuestras responsabilidades políticas al nivel de exigencia debido, y a la altura de este reto histórico, era posible instalar un escenario político sustancialmente diferente al habido hasta el momento.
En ese contexto, nos atrevimos públicamente a adelantar a modo de hipótesis, haciendo una reflexión en voz alta y en una actitud respetuosa para con su alta responsabilidad institucional, que probablemente su análisis político en aquellos momentos estaría acotado por dos grandes reflexiones que, a buen seguro, a veces tenían posibilidades de convergencia y a veces no.
Dijimos que «el señor Aznar es por un lado consciente de que no puede dejar pasar la oportunidad histórica de superar un conflicto histórico y asentar un modelo de relaciones diferente con nuestro país, y por otro lado, seguramente es consciente de que asentar las bases para la paz entre su Gobierno y nuestro pueblo exije la madurez y la osadía política suficiente para entender que la paz sólo podría ser edificada desde el respeto a la libre voluntad del pueblo vasco», y que eso, en definitiva, podría abrir un día la puerta a la desmembración de España, posibilidad que ciertamente era difícil de asumir tanto por la derecha española como por su presidente.
Siendo conscientes de que ésa podría ser la situación real de pensamiento y reflexión de su Gobierno, le hicimos, como reiteramos hoy, un llamamiento a que fuera audaz y valiente, a que arriesgara políticamente y encabezara una actitud positiva, una actitud que mostrase un afán constructivo y democrático, que permitiera, al fin, la conquista de la razón, la conquista de la paz para ambos pueblos.
Por voluntad propia, y a buen seguro asesorado por ciertos señores de la guerra que todavía sueñan con la imposible derrota política y militar del independentismo vasco (¿en cuántas ocasiones le han ofertado ya en bandeja de plata la escisión definitiva en HB? ¿y la cabeza de ETA?), tomó la grave decisión, que hoy mantiene todavía, de recuperar recetas del pasado intentado por enésima vez el aniquilamiento del adversario, su derrota política.
Fruto de esa decisión mantuvo una actitud de provocación permanente a la izquierda independentista en todos los frentes, y fundamentalmente en su política de acoso contra nuestros prisioneros políticos, sabedor de que era precisamente ése un tema absolutamente sensible en la izquierda independentista, y buscando precisamente con ello el debilitamiento de nuestras posiciones políticas.
Todas sus iniciativas buscaban el colapso del proceso, pretendían transmitir la impresión de que no había salida posible, no siendo consciente en ningún momento (o quizás por ello) que el proceso abierto contaba con el elemento necesario y suficiente para avanzar: el respaldo de la mayoría social, sindical y política de nuestro país.
Esta actitud es la que, a día de hoy, sólo ha conseguido el recrudecimiento del conflicto político, y sus dolorosas consecuencias, la constatación de su estrategia política.
Pero no cabe la resignación, nosotros no estamos instalados en ella; muy al contrario, afirmamos que ésta es una situación que debe ser superada. El cuadro político actual no puede ser satisfactorio para ninguna de las partes, vivimos otra vez inmersos en una vorágine que sólo puede ser caracterizada como una tragedia humana de grandes dimensiones, una tragedia que debemos evitar.
Y hablamos de este sentimiento de tragedia en primera persona. La hemos padecido y la seguimos pade- ciendo. Hemos sufrido en primera persona sus consecuencias, hemos sentido esa horrible sensación de impotencia que supone la muerte de seres queridos, de compañeras y compañeros muertos en combate, en la cárcel, en el exilio o desarrollando su actividad diaria.
Desde esa experiencia podemos entender y entendemos el sufrimiento de los demás. Nadie debería soportar esa traumática experiencia. La muerte de seres humanos, la muerte en España o en Euskal Herria, debería pasar a ser solamente un factor biológico o natural, en su caso accidental, nunca un factor relacionado con la situación política.
Ese es nuestro deseo y se lo volvemos a reiterar: estamos empeñados en sustituir los escenarios de confrontación por escenarios de cooperación y mutuo respeto, ése es nuestro reto y en su búsqueda planteamos todas nuestras iniciativas políticas, incluida esta carta pública que hoy damos a conocer.
En estas circunstancias, le volvemos a reiterar cuáles deberían de ser las reflexiones básicas que deberían animar nuestra actividad política si queremos de verdad dar solución y estabilizar definitivamente un escenario de paz, libertad y democracia en nuestros respectivos países.
El pueblo vasco, Euskal Herria, es un país que a lo largo del último siglo y medio no ha conocido todavía ninguna generación que no haya convivido con familiares o amigos en la cárcel, en el exilio o formando tropas de voluntarios que con las armas en la mano hayan hecho frente a las tropas isabelinas, a los alzados fascistas o a día de hoy a quienes tratan de poner límites a la voluntad popular.
Este es un dato objetivo, no lo acompañamos ni de valoraciones éticas, ni políticas; nos limitamos a constatar ese dato irrefutable desde una óptica de acercamiento objetivo a nuestra historia.
A día de hoy, también podemos constatar que la lucha armada desarrollada por la organización ETA durante los últimos cuarenta años, lejos de remitir, genera permanentemente los mecanismos políticos y sociales necesarios para su permanente realimentación.
Ni los fusilamientos del franquismo, ni la represión posterior, ni la presente han sido capaces de derrotar militarmente a ETA.
Seamos pues francos y honestos en el ejercicio de nuestra responsabilidad política; ni ustedes ni nosotros tenemos el derecho de dejar a las futuras generaciones de vascos o españoles tan obstinada y pesada herencia.
Y éste debería ser el objetivo principal y nuestra única meta: resolver definitivamente esta situación, desde claves democráticas, desde el mutuo respeto y reconocimiento.
Y en este sentido, al hilo de sus últimas manifestaciones, permítanos que le traslademos una reflexión en torno a esa especie de obsesión que tanto usted como otros responsables de su partido o Gobierno tienen en torno a la imposibilidad de hacer ponerse de rodillas al Gobierno español.
Esas reflexiones solamente permiten apuntar la existencia de un esquema intelectual que plantea el conflicto en términos más propios del siglo XIX que del actual. Cabría deducir de sus manifestaciones que la derecha española (y también desgraciadamente esa izquierda representada por el PSOE) sigue aferrada a una dialéctica política que pivota sobre el desequilibrio dicotómico entre vencedores y vencidos, entre ganadores y perdedores.
Su permanente afirmación de que la paz no tiene precio, amén de no corresponderse con la realidad de las experiencias negociadoras desarrolladas en el terreno internacional, nos aboca a hacerle una reflexión desde otro punto de vista. Señor Aznar, lo que tiene un precio incalculable es la guerra, para todas las partes, pues todos somos perdedores en esta situación; todos podemos ser ganadores si superamos las raíces del conflicto.
La izquierda abertzale no desea el arrodillamiento de nadie, solamente deseamos construir un escenario que permita tanto a su pueblo como al nuestro hacer frente en paz y en libertad a los retos económicos, sociales, políticos y culturales que nos afectan. La solución se llama democracia, la solución se llama derecho de autodeterminación.
No podemos aplicar las viejas recetas del pasado, su proyecto para articular España sólo será posible si el PP, junto con los socialistas de Euskal Herria, son capaces de convencer a la mayoría de nuestros ciudadanos de que ésa es la opción que más satisface sus aspiraciones. Cualquier otro interés o perspectiva está condenada al fracaso, ni las antiguas apelaciones franquistas, ni la permanente invocación a la inmutabilidad de su Constitución permitirán lo contrario.
Nosotros, por nuestro lado, tendremos que ser capaces de convencer a nuestro pueblo de que la construcción de un Estado vasco en el marco europeo es la mejor solución para satisfacer las demandas que en cualquier orden tenemos los ciudadanos de este país.
Resulta, pues, urgente superar los códigos impositivos y de fuerza, y sustituirlos en exclusividad por códigos de persuasión democrática y convencimiento social.
Y la resolución de este conflicto pasa precisamente por construir un escenario que permita desenvolverse en esas coordenadas políticas, algo a nuestro alcance si realmente existiera voluntad política.
En definitiva, apelamos una vez más a su sentido de Estado para reclamarle las medidas oportunas que permitan la construcción de ese escenario, le abordamos intelectualmente para que sea capaz de sostener el timón de la historia, y asuma una actitud de reconocimiento de la nación vasca, de su realidad territorial y del derecho de sus habitantes a configurar sin injerencias el futuro.
Esas son las reglas del juego democrático, amparadas en el Derecho Internacional, que han permitido la puesta en marcha de mecanismos de resolución en Irlanda, sin arrodillamientos ni humillaciones, con sentido de la historia y de la necesidad política.
Nosotros le decimos honestamente que estamos dispuestos a recorrer ese camino; en sus manos está ha- cerlo posible.
Permítanos recordarle, por último, que si desgraciadamente ésa no es su actitud, nuestro país, los sectores patrióticos y populares de Euskal Herria, seguiremos haciendo camino, y que ni nuevas medidas de represión, ni nuevos encarcelamientos, ni nuevos ensañamientos contra nuestros prisioneros de guerra le permitirán doblegar nuestra voluntad.
Nacimos como vascos libres, y como vascos libres nos encontrará.
Es por ello que confiamos en que no sea ésa su actitud, y que al final se impondrá la razón a la fuerza, el entendimiento al sometimiento, la libertad a la imposición.
No perdamos más el tiempo, hablemos de pueblo a pueblo, de nación a nación y edifiquemos un marco de relación y convivencia sustentado en el mutuo reconocimiento, la mutua colaboración y la plena soberanía de nuestros países.
Nuestros pueblos nos lo agradecerán.
Arnaldo Otegi