¿Qué es una nación?
El solapamiento de este concepto con otros términos políticos, geográficos y antropológicos hace posible que exista una importante confusión entre el público general y, a veces por desgracia, entre colectivos que por su formación o responsabilidad deberían entender si no de un modo unívoco, sí al menos con cierto rigor qué es una nación, un estado, un país o una región. Es fácil que surja una duda: ¿esa confusión es fruto del desinterés o más bien interesada?. Posteriormente en las conclusiones se hará una reflexión alrededor de los intereses creados acerca de esta confusión.
Clásicamente se recurre a dos autores para explicar el concepto nación: Stalin y Renan. El primero hizo una definición que sirvió de referencia al marxismo a la hora de enfrentarse al problema nacional entendiendo como "nacionalidad" a un grupo humano con características objetivables de lengua, cultura, etnicidad, historia, radicado en un lugar geográfico. Este modelo no reconoce el protagonismo político de los pueblos. El motor de la historia revolucionaria no está en las naciones o en los colectivos sino en la lucha del proletariado. Éste tendrá en el hecho nacional un mero accidente de forma. Los problemas del trabajador checo, ucraniano o georgiano vienen dados por su naturaleza de proletario y no por su factum nacional. A lo largo de este siglo el marxismo se ha topado con el problema nacional de diferentes modos. La extinta URSS otorgó a los diferentes pueblos que la formaban "pseudoestados" que partiendo de los criterios objetivos "stalinianos" dividió el imperio soviético en infinidad de repúblicas y subrepúblicas de nacionalidades. La evidencia del fracaso es de plena vigencia hoy. A lo largo de este siglo otros ejemplos de la dualidad marxismo-cuestión nacional reflejan esa filosofía que entiende lo nacional como algo objetivable que se debe tener en cuenta a la hora de dividir o regionalizar las administraciones y que rechina y salta por los aires cuando se deja hablar a la voluntad colectiva. Los ejemplo son de todos conocidos. En otros casos la cuestión nacional aparecía como un conflicto coincidente en tiempo y espacio con la "revolución"; el pueblo trabajador de una nación oprimida por un estado capitalista podía aprovechar la lucha de liberación nacional como catalizador que acelerase la revolución liberadora del proletariado. Nación y proletariado tienen en el estado capitalista un enemigo común. De esta relación son ejemplo los movimientos de liberación nacional tras la segunda guerra mundial.
Renan introduce en la definición de nación el factor voluntad. A lo largo del siglo XIX se desarrollaron movimientos nacionalistas (germanismo, irredentismo italiano, paneslavismo) que desde la concepción "objetiva" de pueblo, parecida a la de Stalin, pretendían un estado soberano. Paralelamente, las revoluciones liberales del XIX, con los referentes francés y americano del siglo anterior, sentaron las bases de los sistemas democráticos liberales que actualmente rigen en Europa y Norteamérica. Los conceptos de ciudadano, sufragio, representatividad y soberanía popular nacen amparados en las revoluciones liberales. En esta situación surge la definición de Renan que entiende la nación como un grupo humano cuya principal característica es la "comunidad de voluntad", voluntad de ser un común, de un vivir compartido. Frente al modelo marxista que divide objetivamente al proletariado "accidentalmente" en nacionalidades, el modelo de Renan, liberal, es aditivo en tanto que la nación es la suma de las voluntades individuales en construir un ser común. Los modelos nacionales etnicistas para los que la definición de Stalin es su concreción teórica, negarían el hecho nacional, por ejemplo, a las jóvenes repúblicas americanas carentes de una lengua diferente a la de la metrópoli o características étnicas definidas; o a entidades pluriculturales como Suiza. Sin embargo, la concepción liberal de Renan se ajusta perfectamente a la realidad "amorfa" en lo objetivo de esos colectivos que con su "voluntad de ser" hoy en día son reconocidas sin duda como naciones.
De cualquier modo, la concepción liberal falla como podremos ver al plantearse ciertas cuestiones polémicas: ¿ Hasta qué punto esa voluntad común es consciente o sentida por la mayoría de los miembro del colectivo en cuestión? ¿Qué sucede con los ciudadanos que inmersos en ese colectivo no comparten, son hostiles o incluso mantienen un sentimiento nacional distinto? ¿Pueden existir apátridas que sin profesar sentimiento nacional alguno no tengan un hecho nacional?
Los dos ejemplos clásicos de definición de nación, como se acaba de exponer, rechinan como cualquier intento generalizador de explicar la realidad humana. Probablemente una síntesis de ambos, es decir, atender a lo objetivo y lo subjetivo de los colectivos para definirlos ayudaría no sólo a entender cuáles, cuántos y cómo son los diferentes pueblos del mundo, sino también a afrontar con otro talante los problemas y los conflictos políticos que lo nacional plantea. Si se es capaz de reconocer en el contrario un sentimiento nacional tan legítimo, irracional y sometido a la arbitrariedad como el propio, el diálogo será más fácil. Ahora bien, si lo nacional es dogma, en un modelo fijo que no admite crítica, donde el heterodoxo es traidor, rebelde o provinciano separatista que se equivoca, la tentación a la intolerancia y la violencia es inevitable.
Anteriormente se mencionó la confusión existente con otro conceptos. Tras aclarar que una nación es un grupo humano, un colectivo, será difícil confundirlo con un estado, superestructura que en politología se entiende como el agente autorizado a ejercer la "violencia", la autoridad; región, concepto geográfico, descriptivo, partitivo, que se puede aplicar a la Bureba, región de Castilla, la península Ibérica, región de Europa o al sistema Solar, región del cosmos. Al comienzo de este capítulo se consideraba como interesada la confusión entre esos términos. A los defensores de los estado-nación (binomio semánticamente perverso) les interesa mantener esa situación que lleva a negar el hecho nacional a los pueblos que carecen de estado o nunca han gozado de instituciones propias; valga el ejemplo común entre nuestros paisanos de argumentar la inexistencia del antecedente histórico de un estado vasco para deslegitimar las aspiraciones del nacionalismo vasco. Esa concepción lleva pareja la negación del factor voluntad como germen de la nacionalidad y a considerar al nacionalismo como un error de percepción de la realidad. Así, siguiendo el ejemplo, el vasco que quiere un estado propio está equivocado porque no tiene derecho a tenerlo, mientras que un aragonés sí. Esta confusión debe ser interesada porque difícilmente un demócrata puede defender que las estructuras políticas o la estabilidad de las instituciones pueden importar más que la voluntad de los individuos.
Para acabar, partiendo de los dos modelos teóricos de nación, el concretado por Stalin (que también se podría llamar eslavo) y el de Renan (o liberal) una síntesis de ambos sería la solución ecléctica que menos violente la realidad de los pueblos cuando se intenta definir qué y cuántas naciones hay en el mundo. En conclusión, en el equilibrio de lo objetivo y lo volitivo podemos entender qué es una nación. No existe un esquema uniforme aplicable a todas; no existe un molde único que de forma al hecho nacional de cada pueblo.