"Flores ojos ventanas de Vicente Aleixandre divisan serenamente 
pasado, presente y futuro", dijo del poeta Juan Ramón Jiménez. 
Y es que Aleixandre ejerció el papel de maestro de poetas en la 
época de la posguerra, al igual que veinte años antes hiciera 
uan Ramón con los miembros de la Generación del 27. Su casa en 
la calle Velintonia en Madrid fue centro de poesía viva. Su 
capacidad de convocar la poesía en una atmósfera propicia fue ya 
celebrada en su juventud por ese irrepetible grupo de poetas y 
amigos que la guerra separó para siempre. Y así lo evoca Luis 
Cernuda: "Aquella biblioteca y salón en casa de Vicente Aleixandre 
fue escena de nuestros diálogos, en los cuales alternaban, junto a 
nosotros, otros compañeros más fugaces que cualquiera de nosotros 
traía y presentaba. Para todos estaba pronta la bienvenida de 
Aleixandre, con una cordialidad que en pocos como él he conocido". 
Con los años, esa hospitalidad se convirtió en paradigma, y su casa 
acogió del mismo modo a las generaciones poética siguientes. Esos 
encuentros no sólo fueron fructíferos para los discípulos del poeta, 
sino para el propio Aleixandre que en su retiro obligado por la 
enfermedad recibía así el pálpito del exterior y se beneficiaba e él. 
En contacto permanente con los poetas más jóvenes, su poesía siempre 
estuvo abierta a la renovación y a través de ella, en sus distintas 
etapas, podemos ver de alguna forma reflejados momentos esenciales 
de la evolución de la poesía española contemporánea.

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