EL BISONTE 

Montañoso, abrumado, indescifrable, 
rojo como la brasa que se apaga, 
anda fornido y lento por la vaga 
soledad de su páramo incansable. 

El armado testuz levanta. En este 
antiguo toro de durmiente ira, 
veo a los hombres rojos del Oeste 
y a los perdidos hombres de Altamira. 

Luego pienso que ignora el tiempo humano, 
cuyo espejo espectral es la memoria. 
El tiempo no lo toca ni la historia 

de su decurso, tan variable y vano. 
Intemporal, innumerable, cero, 
es el postrer bisonte y el primero.
 

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