LA MONEDA DE HIERRO 

Aquí está la moneda de hierro. Interroguemos 
las dos contrarias caras que serán la respuesta 
de la terca demanda que nadie no se ha hecho: 
¿Por qué precisa un hombre que una mujer lo quiera? 

Miremos. En el orbe superior se entretejan 
el firmamento cuádruple que sostiene el diluvio 
y las inalterables estrellas planetarias. 
Adán, el joven padre, y el joven Paraíso. 

La tarde y la mañana. Dios en cada criatura. 
En ese laberinto puro está tu reflejo. 
Arrojemos de nuevo la moneda de hierro 
que es también un espejo magnífico. Su reverso 
es nadie y nada y sombra y ceguera. Eso eres. 
De hierro las dos caras labran un solo eco. 
Tus manos y tu lengua son testigos infieles. 
Dios es el inasible centro de la sortija. 
No exalta ni condena. Obra mejor: olvida. 
Maculado de infamia ¿por qué no han de quererte? 
En la sombra del otro buscamos nuestra sombra; 
en el cristal del otro, nuestro cristal recíproco.
 

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