Puerto Rico en el Alma de un Niño
Fue allá en la tierra cubana, siempre abierta a las sorpresas emotivas. Iba yo camino de Ceiba de Agua, al Instituto Cívico Militar, que se levanta como gloria para el esfuerzo progresista del presidente Batista, donde reciben alojamiento material, pedagógico y espiritual, miles de niños pobres de toda la nación cubana y de toda hispanoamérica. A mi lado en el automóvil, desfigurando velozmente la visión del paisaje, la exquisita declamadora cubana Dalia Iñiguez, y su esposo el cantante español Juan Pulido, ambos profesores de arte del Instituto, por quienes fui invitada a ofrecerle una charla informal a los niños.
¡ Qué hermosa es tu tierra, Julia ! --comenta Dalia. Nunca olvidarE aquella carretera central, aquel mar tan azul, casi al mío, pero especial por qué sé yo qué cosa.
Esas palabras me trasladaron violentamente a Puerto Rico. Pensé, como pensaba Dalia, en la incomparable belleza de aquel manojo de olas, de brisas y de estrellas constantes que forman laconcha de mi tierra, hecha para la alegría de un mundo feliz. Sentí toda la potencia lírica del suelo que me tiró a cantar para los hombres sus esencias más íntimas. Pero tuvo frontera mi éxtasis momentáneo, frontera de dolor. El dolor de la tragedia colonial de mi pueblo anegó mis sentidos y ya no tuve lecho para el sueño.
-- Sí que es hermosa mi islita, Dalia. ¡ Si sólo fuera libre !
Las palabras me acompañaron toda la distancia, junto al silencio conmovido de asentimiento de mis acompañantes.
La presencia nacional de la tierra de Martí, fielmente expresada en aquella obra de bien social que desarrolla el Instituto Cívico Militar, me volvió a Cuba y a mi misión en aquellas aulas. El salón de actos ya estaba preparado para una especie de velada especial, se me había designado para cerrar el acto.
Además de la charla ilustrativa de un viaje de un niñito puertorriqueño a Cuba, había preparado un poema sencillo, propio para un niño de escuela elementa. Al final de mis palabras les recité el Mensaje de un niño puertorriqueño a un niño cubano. En el mismo enlazaba de amor a las islas, sobre su fondo histórico…
Soy un niñito puertorriqueño,
sobre una isla también nací.
Si tú veneras a mi De Hostos,
yo tengo altares a tu Martí…
Luego expresaba la tragedia del niñito puertorriqueño, al presentarse al niñito cubano con su patria todavía esclava.
Pronunciada la estrofa final, algo extraordinario sucedió en el auditorio. Un niño como de unos once años se había levantado de su asiento y corría hacía mí, profusas lágrimas brotándole de los ojos. Muy sorprendida le pregunté por qué lloraba.
-- Yo soy el niñito puertorriqueño -- me dice, temblando. Ya yo le he dicho a todos mis compañeritos lo que sufrimos allá, y hasta hemos hecho un periodiquito escolar que defiende la libertad de Puerto Rico y su bandera de la estrella solitaria.
Aquellas palabras me electrificaron. No podía creer lo que acababa de pasar. Estreché en mis brazos al niño, como sonámbula. La directora del acto vino en mi ayuda y me corroboró que en realidad aquél era uno de los niños traídos de Puerto Rico, como desarrollo del plan de traer anualmente dos niños de cada país hispanoamericano, con beca del gobierno cubano, a estudiar un oficio en aquel plantel.
Fui a la imprenta de niños que ellos mismos operan, y en uno de los números leí unos versos de aquel niño patriota, que me había hecho sentir una de las experiencias más emocionantes de mi vida. Hablaba de su patria y su bandera, con un grito juvenil de libertad.
No recuerdo ahora el nombre del niño. Sólo sé que estudiaba en las escuelas públicas de Carolina cuando fue becado. Para mí será siempre la expresión viva de Puerto Rico, el símbolo de nuestra nacionalidad encarnada en un niño por generación propia, el ejemplo de fuerza, el estímulo de nuestros defensores, y el látigo sublime para nuestros traidores.
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