ROMANCE DEL EMPLAZADO
Para Emilio Aladrén 
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¡Mi soledad sin descanso! 
Ojos chicos de mi cuerpo 
y grandes de mi caballo 
no se cierran por la noche 
ni miran al otro lado, 
donde se aleja tranquilo 
un sueño de trece barcos. 
Sino que, limpios y duros 
escuderos desvelados, 
mis ojos miran un norte 
de metales y peñascos, 
donde mi cuerpo sin venas 
consulta naipes helados. 
Los densos bueyes del agua 
que se bañan en las lunas 
embisten a los muchachos 
de sus cuernos ondulados. 
Y los martillos cantaban 
sobre los yunques sonámbulos 
el insomnio del jinete 
y el insomnio del caballo. 
El veinticinco de junio 
le dijeron a el Amargo: 
-Ya puedes cortar, si gustas, 
las adelfas de tu patio. 
Pinta una cruz en la puerta 
y pon tu nombre debajo, 
porque cicutas y ortigas 
nacerán en tu costado, 
y agujas de cal mojada 
te morderán los zapatos. 
Será de noche, en lo oscuro, 
por los montes imantados, 
donde los bueyes del agua 
beben los juncos soñando. 
Pide luces y campanas. 
Aprende a cruzar las manos 
y gusta los aires fríos 
de metales y peñascos. 
Porque dentro de dos meses 
yacerás amortajado. 
Espadón de nebulosa 
mueve en el aire Santiago. 
Grave silencio, de espalda, 
manaba el cielo combado. 
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El veinticinco de junio 
abrió sus ojos Amargo, 
y el veinticinco de agosto 
se tendió para cerrarlos. 
Hombres bajaban la calle 
para ver al emplazado, 
que fijaba sobre el muro 
su soledad con descanso. 
Y la sábana impecable, 
de duro acento romano, 
daba equilibrio a la muerte 
con las rectas de sus paños. 
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