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La
gran transformación de China
Shanghai, donde Marx y el capitalismo se dan la mano
Busca ser el corazón económico de Asia
Para ello, el gobierno chino apela a iniciativas públicas y privadas
La zona tiene un crecimiento anual del 20%
Unas 200 empresas extranjeras están radicadas allí
SHANGHAI.- La escena es tan didáctica para comprender lo que está
ocurriendo en esta ciudad, la nueva gran atracción económica,
política, social y cultural de Asia, que sería una descortesía
no compartirla de entrada con el lector.
La
escena es ésta. En pleno centro de Shanghai, a un costado del Bund,
la elegante y amplia avenida costanera que fue el corazón de la
vida social en tiempos de la colonia, hay una gran estatua de Mao. Fue
emplazada mirando justo en dirección a donde se levantan los edificios
de varios de los principales bancos de la ciudad, coronados todos con
la bandera roja de la República Popular China, que tiene bordadas
cinco estrellas amarillas, la mayor de ellas emblema del Partido Comunista.
Pero no es este duelo de símbolos lo que más llama la atención,
sino, en todo caso, lo que ocurre unos centenares de metros a la izquierda
del viejo líder, del otro lado del río Huangpu, en la llamada
zona económica especial de Pudong, en donde aplicando un régimen
especial, tan especial que Mao jamás lo habría aceptado,
China levanta el mayor centro comercial, industrial y financiero del Lejano
Oriente.
Pudong
es una suerte de futura Wall Street diseñada para desplazar a Kuala
Lumpur y a Singapur. Sus leyes garantizan a los extranjeros un ingreso
prácticamente irrestricto, amplias facultades para repatriar ganancias
y es frecuente que el gobierno se asocie a proyectos presentados por fondos
internacionales. Eso sí: cada metro cuadrado está edificado
sobre tierra pública, es decir que, técnicamente al menos,
un banquero alemán termina sentado del mismo lado de la mesa que
1300 millones de chinos.
La
palabra ironía resulta insuficiente para explicar la presencia
de Mao en el centro del boom económico. El sitio fue elegido personalmente
por su sucesor, Deng Xiaoping, una vez terminada la trágica experiencia
de la Revolución Cultural, para poner en marcha uno de los proyectos
más audaces y divorciados de la ortodoxia comunista que encaró
la revolución.
Sería
más adecuado, entonces, hablar de pragmatismo, aunque los funcionarios
cercanos al actual presidente, Hu Jintao, prefieren definirlo en público
como "economía social de mercado".
Pensar
en grande
Los números describen así a Pudong. Ocupa una superficie
de 500 kilómetros cuadrados y ya alberga a dos de las estructuras
más altas del mundo: la torre de oficinas Jin Mao y la torre de
televisión Perla Oriental. La economía de la zona crece
al 20% anual, es decir, más rápido incluso que el promedio
de China.
El
ritmo propio de Pudong es el vértigo. Un tren electromagnético
que alcanza 430 kilómetros por hora de velocidad lo conecta con
el nuevo aeropuerto internacional de Shanghai. Decenas de nuevas torres
y centros de convenciones se elevan hacia el cielo sin descanso, gracias
al sistema impuesto por la industria local de la construcción,
que utiliza tres turnos diarios de ocho horas. Antes de fin de año,
otros 32 bancos extranjeros y 62 entidades financieras de Europa y de
los Estados Unidos se sumarán a las 200 que operan en la zona,
considerada la mayor aspiradora de inversiones internacionales de Asia.
El
nuevo puerto de aguas profundas de Shanghai, que será terminado
en 2020, implica, a su vez, un cambio radical en la estrategia de mejoramiento
urbano y ecológico de la región. Lo construyen mar adentro,
al amparo de dos pequeños islotes que apenas asoman sobre la superficie,
y estará vinculado al continente por un puente de 31 kilómetros
de largo. El puerto liberará a la actual zona comercial de los
riesgos cada vez mayores del tráfico marítimo intensivo
y permitirá elevar el manejo anual de contenedores de once a veinticinco
millones de unidades, cifra que lo ubicará entre los dos más
importantes del planeta.
Una
recorrida por el moderno Centro de Exhibición de la Planificación
Urbana es la manera más práctica que tiene un visitante
para comprender el aspecto que tendrá Shanghai dentro de tres décadas.
Allí, se exhibe una impactante maqueta de 600 metros cuadrados
que reproduce cada detalle de las propiedades, las calles, los edificios
públicos y los espacios verdes de la ciudad. El mecanismo electrónico
de la maqueta permite "corporizar" cada futura obra en el sitio
exacto en que alterará la fisonomía de la ciudad.
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Una
escena coloreada por la ironía: la estatua de Mao mira hacia
el centro financiero de Shanghai, poblado por cientas de empresas
extranjeras |
Seducción
y negocios
Shao Huixiang, director de Asuntos Extranjeros del municipio de Shanghai,
reconoce que a veces recorre una zona de la ciudad después de no
haberla visitado durante cuatro o cinco meses y ya no la reconoce del
todo.
Shao
acostumbra homenajear a los visitantes en El Hogar de Shanghai, uno de
los numerosos restaurantes especializados en comidas de negocios. Ante
una mesa sobre la cual está la clásica bandeja giratoria,
los funcionarios seducen a los hombres de negocios en medio de un delicado
y, en ocasiones infinito, despliegue de platos típicos, que incluye
aleta de tiburón, pichones de paloma asados, langosta al jengibre
y queso de soja.
Shao
sonríe halagado y asiente cuando uno de los comensales le recuerda
que "el riesgo de parpadear en Shanghai es que uno puede perderse
el momento exacto en que se inaugura otra torre".
Ma
Xuejie, vicedirector y uno de los funcionarios de mayor rango de Pudong,
tiene sus oficinas en un edificio austero. Pero cuando debe explicar a
los extranjeros la letra chica de los numerosos acuerdos que le dan sustento
jurídico y político a todo cuanto ocurre dentro de la zona
económica especial prefiere ocupar uno de los dos enormes sillones
en la cabecera del amplio salón, llamativamente estilo Versalles,
que hace menos de una década diseñó un arquitecto
japonés a metros de su despacho.
Ma
extiende el brazo, lo desplaza después lentamente de un extremo
al otro del salón, como si quisiera abarcar el paisaje de Pudong,
y comienza su introducción.
"Hace
quince años -cuenta- esto era campo, pantanos y trigales. Hoy tenemos
radicadas doscientas de las mayores empresas del mundo. Nuestro ingreso
per cápita alcanza los 7000 dólares y tal vez lo dupliquemos
en cuatro años, aunque la experiencia de América latina
nos dice que hay que ser muy cuidadosos, porque cuando se pasa ese límite
los países, por lo general, empiezan a tener problemas de otro
tipo."
La
fórmula que ha hecho exitoso a Pudong, insiste, se reduce a un
puñado de principios. Excelentes servicios, una gran oferta de
mano de obra calificada, 200.000 personas dedicadas al desarrollo científico,
40 universidades, un mercado de 300 millones de habitantes sólo
en la cuenca del río Yangtze, una estructura industrial avanzada
y sólidas garantías para las inversiones, muchas de las
cuales se hacen con aportes iguales: una parte la invierte el gobierno;
otra, el inversor privado, y la restante son fondos que vienen de la Bolsa.
"Al
diversificar el origen de la inversión -aclara Ma- nos aseguramos
apoyos dentro y fuera de nuestras fronteras, lo cual es importante para
consolidar la estabilidad del sistema y ampliar las garantías para
quienes vienen a invertir."
Otra
ventaja comparativa de Pudong, asegura, es que una de sus prioridades
es la lucha contra la corrupción. Cuando Ma explica cómo
lo hace, sus respuestas suenan a música, especialmente en oídos
argentinos. "Nuestros funcionarios están sujetos a tres reglas
básicas. Primero, no pueden participar en el proceso de alquiler
o de venta de los derechos de uso de la tierra donde se radican las empresas.
Segundo, no pueden negociar ningún contrato con ellas. Tercero,
no pueden contratar a familiares."
El
permiso de uso de la tierra para vivienda puede extenderse en China hasta
un plazo de 70 años, mientras que para un destino comercial o industrial
el límite es de 50. También hay diferencias notables según
se trate de tierras rurales o en zonas urbanas: en el campo, la propiedad
de la tierra es considerada "colectiva", mientras que en la
ciudad su verdadero dueño es "el pueblo". ¿Es
sólo una cuestión semántica?
"No
-responde Ma, la gran diferencia es que en el campo del uso de la tierra
dependen muchas vidas. En la ciudad, en cambio, hay más recursos
y la vinculación con la tierra no está tan relacionada con
la supervivencia, en todo caso con el concepto de rentabilidad."
Y se despide con un consejo. "Le recomiendo releer a Marx. En El
Capital está todo esto bien explicado".
Por Héctor D´Amico, La Nacion, 19 de
septiembre de 2004 |