Al
margen de la semana
Más
modificaciones que explicaciones
Tal vez porque los ministros (Alberto y Aníbal) Fernández
se han llamado a silencio, Julio de Vido habla poco y nada en público
y Roberto Lavagna debe encarar con cara de póquer el canje de la
deuda en default, el Gobierno ha dejado en los últimos días
un llamativo vacío de comunicación, justo cuando se están
produciendo definiciones trascendentales en la política económica.
Si
hubiera que aplicar la regla oficial, se habla para dar buenas noticias
y se calla en caso contrario. Sin embargo, en una semana dominada por
el debate sobre la inseguridad y las provocaciones del activismo piquetero,
hubo silencios tácticos y silencios políticos.
En
el primer caso, el fugaz viaje a la Argentina del número uno del
FMI puede comenzar a descorrer algunos velos. Rodrigo de Rato permanecerá
pasado mañana pocas horas en Buenos Aires. Aunque le ha dado carácter
protocolar a la visita (también irá a Brasil y a Chile),
no podrá obviar que la relación con el Gobierno de Kirchner
pasa por su momento más conflictivo.
La
jugada del Gobierno de avanzar en el canje de la deuda sin el respaldo
del Fondo, pero manteniendo los pagos al organismo, no sólo implica
altos riesgos, sino que tiene un costo fiscal importante. De hecho, el
Tesoro deberá usar los dólares acumulados en los últimos
meses, así como buena parte del superávit excedente, para
cumplir con esos vencimientos. Por eso se sigue negociando la postergación
de pagos por 1000 millones de dólares, cuya prórroga automática
está prevista en las condiciones de los préstamos, así
como el reembolso a partir de enero de 2005 de otros 1500 millones que
se acumulan hasta fin de año.
Por
ahora la situación ha servido para que el Ministerio de Economía
cerrara filas para negar la posibilidad de un pago en efectivo que mejore
la oferta a los bonistas. El argumento es que si se le paga al FMI, no
hay margen para hacerlo con los acreedores privados. No obstante, los
mercados descreen: en los últimos días mejoró simultáneamente
la cotización de los títulos en default y de la deuda nueva.
A pesar de todos los ruidos que provoca la reestructuración, plagada
de rumores cruzados y desmentidas, nadie parece haber perdido el sueño
con la dramática perspectiva de un escenario de ruptura. En esa
hipótesis, la Argentina debería afrontar en 2005 vencimientos
por más de 4000 millones de dólares en bonos que hasta ahora
se pagan puntualmente y de 5000 millones con los organismos internacionales.
Transformados a pesos, sólo esos dos rubros representarían
casi el doble del superávit primario récord que este año
exhibe el Gobierno. Pero en caso de cortarse el acuerdo con el Fondo,
también habría que agregar la suspensión de créditos
del Banco Mundial y el BID, que mayormente se destinan a financiar planes
sociales. Nadie en el Gobierno se atreve sensatamente a asomarse a ese
escenario para el año que viene.
El
fiel de la balanza estará en los resultados del canje. Pero para
eso todavía habrá que esperar varias semanas. Los trámites
para iniciar el road show están más adelantados en Estados
Unidos que en Europa y Japón, por lo cual la presentación
difícilmente pueda arrancar antes de la asamblea del FMI que se
realizará a comienzos de octubre en Washington. Si algo se puede
esperar allí es un nuevo vendaval de presiones sobre la Argentina.
Especialmente de los países del G7 y, dentro de ellos, de Italia,
que busca que el Fondo endurezca sus exigencias de superávit, aunque
ello no signifique mejorar la situación de los miles de jubilados
que invirtieron en títulos argentinos antes del ruidoso default
de fines de 2001.
Imperturbable,
Lavagna ha ordenado silenciosamente a sus técnicos que el presupuesto
nacional para 2005 sea preparado con hipótesis de máxima
en materia financiera. El proyecto que dentro de un par de semanas aterrizará
en el Congreso prevé el 100% de aceptación del canje de
la deuda en default; el roll over de todos los vencimientos con el FMI
y los organismos internacionales y la refinanciación voluntaria
de parte de los bonos de la deuda nueva. El esquema cierra con una proyección
de crecimiento del PBI del 4% y ningún cambio en materia de impuestos
y salarios del sector público para mantener un superávit
primario del 3% del PBI.
Sin
embargo, el Gobierno está tomando sus recaudos para cuidar la caja.
El último aumento de las tarifas mayoristas de electricidad, por
ejemplo, apuntó mayormente a evitar que siga creciendo la deuda
del Estado con las empresas generadoras, que supera los 700 millones de
pesos por la compensación de mayores costos. A esta cuenta hay
que sumar otro tanto por las importaciones de fuel oil desde Venezuela
para cubrir la escasez de gas en las usinas.
Silencios
políticos
Insólitamente, los mismos funcionarios que armaron un pomposo acto
político en el puerto para recibir el primer embarque de fuel oil
venezolano prefirieron el silencio de radio cuando decidieron el segundo
ajuste diferencial de tarifas eléctricas en lo que va del año.
Nadie en el Gobierno quiso poner la cara para dar explicaciones, a tal
punto que se recurrió al Boletín Oficial como único
medio de difusión.
A
partir de septiembre, las distribuidoras de electricidad pagarán
en promedio un 25% más, aunque su margen de intermediación
seguirá siendo el mismo, que no se modifica desde hace cuatro años,
al igual que en el caso del transporte de energía. Cada categoría
de usuario pagará un precio diferente por la electricidad, independientemente
de su poder adquisitivo. El impacto varía del 16 al 20%, según
el nivel de consumo, y seguirá siendo prácticamente nulo
para los hogares, si se exceptúa el casi olvidado sistema de premios
y castigos. Si la comparación se realiza con las tarifas que regían
en enero de este año, los aumentos acumulados alcanzan al 20% para
los pequeños comercios o consumidores no residenciales, al 43%
para los de mayor consumo y al 60% para grandes usuarios industriales.
Los cálculos corren por cuenta de empresas privadas. El Gobierno
prefirió que cada uno se entere cuando reciba la factura.
Sin
embargo, el cambio que promete mayor revuelo es el proyecto de regulación
de servicios públicos privatizados que el Gobierno anunció
la semana pasada sin demasiadas explicaciones y que empuja el péndulo
hacia un fuerte intervencionismo estatal. Las empresas del sector también
optaron por el silencio político. Sólo en voz baja, se quejan
de que el contenido excesivamente ideológico del proyecto las presenta
como una suerte de enemigo público, a la vez que las condena a
ser titulares de permisos precarios de operación, con reglas demasiado
subjetivas. La reforma podría agregar una complicación más
a la conflictiva relación con el FMI, teniendo en cuenta que los
accionistas de las compañías provienen de los países
del G7, que controla el directorio del organismo.
Pero
el problema central es que nadie en el Gobierno aclaró de dónde
saldrán las inversiones a largo plazo en infraestructura si prospera
este cambio de reglas de juego.
Con
contratos suspendidos hace 30 meses, un Estado en default, sin financiamiento
externo y una enorme deuda social, la Argentina no puede darse el lujo
de eludir un debate en serio ni sustituirlo por frases hechas. Los usuarios
actuales cuentan, pero no hay que olvidarse de los futuros.
Por
Néstor O. Scibona, La Nacion, 29 de agosto de 2004 |