Un
país en plena transformación China, un tigre feroz que se
está despertando
Cómo se prepara para ser la mayor economía del mundo
PEKIN.-
Hay que venir a China para ser testigo desde un lugar de privilegio, desde
primera fila, del mayor duelo entre el pasado y el presente que protagoniza
la humanidad a comienzos de este tercer milenio.
El
país más poblado de la Tierra -tiene casi 1300 millones
de habitantes y nacen 1500 bebes por minuto- se ha convertido no sólo
en el que más riqueza genera sino que su profunda transformación
económica, política, social y cultural, poblada de desconcertantes
contradicciones, empieza a tener un impacto creciente en el futuro de
muchas naciones, incluida la Argentina, que hasta hace unos años
lo consideraban todavía un gigantesco tigre dormido.
Pues
bien, el tigre del que ya nos había alertado Napoleón en
su momento se ha despertado. Y todo indica que con un apetito feroz.
Cinco
o seis datos estadísticos, tomados un poco al azar, pueden ser
más útiles para comprender los alcances de la revolución
actual que ciertos relatos pintorescos de los cambios que el visitante
percibe tan pronto aterriza en esta ciudad o en ciudades como Naanjing
o Hangzhou; por ejemplo, las colas de limusinas y de Mercedes, Audi y
BMW que esperan pasajeros en el moderno aeropuerto internacional, o las
nuevas autopistas de circunvalación planeadas para evitar congestionamientos
durante los Juegos Olímpicos de 2008 pero que ya están en
funcionamiento, o el enjambre de grúas que por momentos cubren
el cielo y el milenario paisaje urbano de Shanghai, sumándole unos
200.000 departamentos por año.
Las
cifras que dicen más que mil palabras y explican mejor el fenómeno
remiten a un nombre y a una fecha. Deng Xiaoping, 1978. Fue el año
en el que el sucesor de Mao, y a la vez su adversario más encarnizado,
anunció la política de "puertas abiertas", en
clara oposición a la violencia, el oscurantismo, la represión
y la ola de delaciones de la Revolución Cultural.
"China
se embarcó en un proceso que produjo el más dramático
estallido de creación de riqueza de la historia", escribió
la revista The Economist al referirse a esa etapa de la historia.
El
ingreso per cápita aumentó siete veces desde entonces. Más
de 400 millones de personas, la gran mayoría campesinos, pudieron
escapar de la pobreza extrema, es decir, del destino aciago que rigió
la vida de infinidad de generaciones que los precedieron. Pero son otros
los logros que despiertan admiración y, por qué negarlo,
diferentes grados de preocupación en las cancillerías de
decenas de países, varios de ellos desarrollados.
La
economía china, aunque se está desacelerando, en parte por
decisión del gobierno para alejar el fantasma de la inflación,
creció de manera sostenida durante dos décadas y se estima
que alcanzará una tasa del 9,2% para este año y del 7,9%
para 2005. Es un país que tiene 470.000 millones de dólares
de reservas, que exporta por un valor de 325.570 millones de dólares
y que recibe inversiones extranjeras por 57.000 millones.
Que
China tenga en estos momentos contratado el 20% de las bodegas de los
barcos mercantes que surcan los mares, que sea el principal comprador
de acero, de petróleo y de soja, y que elabore el 30% de todos
los productos textiles que se comercializan en el mundo revela qué
clase de jugador es en la economía mundial.
Como
le dijo, sin disimular su orgullo, un diplomático chino destacado
en Buenos Aires a LA NACION : "Tenga en cuenta que 400 de las 600
empresas más importantes del mundo que publica anualmente la revista
Forbes ya se han instalado en Shanghai".
En
el han, el idioma más extendido de los 55 que se hablan en esta
parte del mundo, existe una palabra -xiahai- que puede traducirse como
"arrojarse al mar" y es una forma coloquial para referirse a
todo aquel que se arriesga a formar su propia empresa.
Por
supuesto, es una expresión que se ha puesto de moda, sobre todo
en una país en estado de ebullición en el cual en tres años
se han privatizado y creado más de 100.000 empresas. Debe ser el
antiguo espíritu inquieto, emprendedor y amante de los negocios
tan asociado a los chinos. Al parecer sigue vigente después de
tantas dinastías, emperadores y medio siglo de un régimen
comunista cuyo final es motivo de incertidumbre, especulación y
no pocas bromas, dichas en voz baja, claro, pero que es aceptado mayoritariamente
como una suerte de puente hacia un futuro mejor. Al respecto, los expertos
del Banco Mundial ya dieron su pronóstico: China será la
segunda economía mundial en 2010 y posiblemente la más poderosa
antes de 2050.
Li
Tao es un buen ejemplo del emprendedor que busca un camino distinto en
una sociedad en donde los paradigmas se aproximan más a Bill Gates,
Swatch o Carly Fiorina que a la vieja guardia de los líderes dirigistas
del partido. La historia de Li es la de un innovador nato y es así
como acostumbra a presentarlo la prensa europea y norteamericana.
Tiene
35 años, es ingeniero, trabaja para Siemens AG, y hace un tiempo
aceptó un reto formidable como es desarrollar un teléfono
celular, pero diseñando cada uno de sus componentes desde cero.
Junto con otros cinco ingenieros, todos compatriotas, después de
dos años de trabajo presentó en sociedad un prototipo al
que llamó Leopard y es el celular más moderno que se conoce.
Tiene
dos pantallas, una interior para funciones como la agenda y los juegos
y otra exterior que muestra la hora y el nombre de quien llama, pero que
también sirve para hacer espectáculos de luz y tomar fotografías.
Li, que percibía un sueldo cinco veces menor que sus colegas alemanes,
provocó con su celular varias decisiones en la estrategia global
de Siemens. La empresa contrató a otros mil ingenieros chinos e
invirtió 1230 millones de dólares en Pekín.
Parece
un acierto, dado que es uno de los mercados más competitivos del
mundo: ofrece en las vidrieras 500 modelos diferentes, vende 65 millones
de aparatos al año y, lo que no es un dato menor, los usuarios
de Internet -80 millones- ya superan ampliamente a los miembros del Partido
Comunista.
Las
dudas del dragón
"No importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace
ratones", respondió Deng tras la muerte de Mao, cuando las
distintas fracciones del Partido Comunista, que gobernaba el país
desde 1949, trataron de interpretar cuál sería el nuevo
rumbo en la política y en la economía. Esta vez, la metáfora,
por la que sienten tanta debilidad los chinos, resultó profética.
En
un país que parece siempre distante, ya en el tiempo, ya en el
espacio, el pragmatismo es la verdad permanente.
La
gran estatua de Mao, donde los turistas se fotografían con aire
despreocupado, burlón, el mismo con el que posarían junto
a Mick Jagger, convive con una economía de mercado cada vez más
competitiva en los hechos, pero que no siempre enfatizan los discursos
oficiales.
A
comienzos de este año, Lenovo Group Ltd., el mayor fabricante chino
de computadoras, perdió un contrato ante la norteamericana Dell
Inc. por la compra de 360 equipos. Lo más llamativo es que las
computadoras estaban destinadas a una oficina de alto nivel del gobierno
y quien tomó la decisión final fue Ren Jinhua, director
general de tecnología del Departamento de Enlace Internacional,
encargado de las relaciones exteriores de los líderes comunistas.
Existe
una noción bastante extendida entre los funcionarios que apoyan
la política de apertura y es la siguiente: si las empresas locales
tambalean y no soportan las presiones de la competencia global, no sólo
no tendrán éxito, tampoco se las podrá sostener en
el tiempo.
A
fin de cuentas es un sistema de economía mixto que enfrenta desafíos
de una complejidad abrumadora y de una vastedad única. Permitió
que se importara la primera Ferrari en 1996, pero el 60% de la población
todavía vive en el campo, muchos trabajando parcelas de menos de
una hectárea.
Cuando
ningún país europeo considera que Africa sea un objetivo
estratégico para sus inversiones, China, empujada por su imperiosa
necesidad de conseguir petróleo en cualquier geografía,
invierte en el continente 20.000 millones de dólares y de paso
acepta hacer negocios con países fuertemente cuestionados por la
comunidad internacional.
Hay
una pesadilla que quiere eludir China, a pesar tal vez de la conveniencia
de algunos de sus mejores socios comerciales, y es dejar de ser una de
las grandes factorías de Asia, proveedora de artículos masivos
de bajo precio final o con mano de obra cuya retribución es varias
veces inferior a la de países que se rigen por el dólar
o el euro. Esta última es una estrategia que definen como "supervivencia
con futuro limitado".
A
pesar de las enormes desigualdades que subsisten en la población,
pero alentados por ser el tercer fabricante de productos informáticos,
el gobierno de Pekín está convencido de que el camino es
la universidad. Un récord de trescientos mil ingenieros se graduaron
el año pasado en China, diez veces más que en Alemania.
Por
Héctor D´Amico, La Nacion, 6 de septiembre de 2004
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