En
igual nivel que en 1987
La inversión se asemeja hoy a la de 17 años atrás
Según
el último dato oficial disponible, el nivel de inversión
neta -es decir, la inversión bruta, menos la depreciación
de capital- fue durante el segundo trimestre del año de casi el
17% del producto bruto interno (PBI). Para hallar un nivel semejante es
preciso remontarse a los niveles de inversión de 1987.
Según
el economista Luis Secco, el promedio de inversión de la Argentina
entre los años 1913 y 2003 fue del 20,7 por ciento. "Buena
parte de la incertidumbre de hoy está en los servicios públicos,
que invirtieron muy fuerte durante los años 90. Eso hizo que las
compañías de este sector pudieran aguantar en estos años
prácticamente sin invertir", dijo Secco. Durante esos años,
el punto más alto del nivel de desembolsos se registró en
1997, con un 21,7 por ciento.
Buena
macro, mala micro
Esto opinó Federico Sturzenegger, director de la Escuela de Negocios
de la Universidad Torcuato Di Tella: "Así como los 90 podrían
ser considerados de buena micro, con privatizaciones, desregulaciones
y apertura de la economía, y de mala macro en el sentido que no
logró evitar las crisis; ahora tenemos una buena macro, con superávit
fiscal, tipo de cambio flexible y baja inflación y mala micro,
con reestatización, control de las inversiones, y precios de mercados
competitivos que se regulan".
"En
ese contexto es difícil pensar en un boom inversor -sostiene Sturzenegger-.
Quizá se logre alcanzar un equilibrio donde los sectores más
regulados logren recuperar una utilidad razonable, pero sus proyectos
de inversión van a estar digitados en gran medida por el Estado
y probablemente orientándose a proyectos menos eficientes, porque
pesan otras consideraciones. En consecuencia, ese no será un ambiente
donde jugar capitales importantes."
Entonces,
¿no hay posibilidades de cambio? "En absoluto; siempre se
está a tiempo de cambiar", dice Sturzenegger. "Pero el
cambio todavía no se avizora con certeza."
La Nacion, 3 de octubre de 2004
Historia
de los redescuentos Cómo financiar el crecimiento
Por Roberto Cortés Conde
Para LA NACION
Un
mercado de capitales eficiente es un instrumento necesario para canalizar
los ahorros hacia la inversión y promover el crecimiento. Entre
fines de siglo XIX y la Primera Guerra Mundial, la Argentina logró
acceder a una masa enorme de capital extranjero que le permitió
construir ferrocarriles y puertos que acercaron la producción de
sus tierras fértiles a los mercados europeos. Miles de individuos,
en su mayoría británicos en edad activa, colocaban sus ahorros
en acciones de compañías que construían ferrocarriles,
y servicios públicos en la Argentina, para gastarlos al tiempo
de sus retiros. El progreso del país se construyó sobre
el trabajo de millones de nativos e inmigrantes, pero también gracias
a los ahorros de extranjeros. Un eficiente mercado internacional de capitales,
al tomar ahorros de poblaciones más maduras y destinarlos otras
más jóvenes, contribuyó a ese desplazamiento.
Ya
nada fue igual
La Primera Guerra interrumpió esa corriente de capitales, que si
bien retornó en parte en los 20, no volvió nunca con esa
intensidad. Entre otras razones, porque habían aumentado las personas
en edad pasiva que gastaban sus ahorros, porque las empresas que habían
invertido en activos domésticos con ingresos en pesos fueron perjudicadas
por la devaluación y el control de cambios en los 30, pero sobre
todo porque los conflictos y las guerras detuvieron la movilidad de capitales.
Tras la crisis de 1930 sin posibilidad de captar ahorro externo había
que buscar reemplazarlo por el doméstico. Las circunstancias eran
favorables: había aumentado el ingreso nacional, había más
población en edad activa y el mayor esfuerzo en inversión
en infraestructura ya estaba hecho. En los años 20, el aumento
del ahorro en los bancos y en títulos públicos fue importante.
Mientras que entre 1900 y 1913 el grueso de la inversión fue en
infraestructura, en los 20 hubo una ola importante en maquinarias y equipos
importados para la industria que fueron la base de su crecimiento en los
30 aunque no se hicieron tomando ahorros en el mercado de capitales, sino
con reinversión de las ganancias.
En
los países anglosajones, las industrias se financiaron colocando
acciones en la Bolsa. En los continentales, con la banca de inversión.
No fue así en Argentina. Los ahorros se dirigieron a los papeles
más confiables, las cédulas hipotecarias y los títulos
públicos mientras los volúmenes negociados en la Bolsa fueron
menores. Tampoco se generalizó la banca de inversión. La
comercial, descontaba documentos de corto plazo.
Cuando
estalló la Guerra Mundial, el ministro Pinedo, en 1940, preocupado
por no poder colocar nuestras cosechas en la Europa continental y con
un sistema bancario en el que los depósitos (de corto plazo) superaban
ampliamente a los préstamos, propuso, entre otras medidas para
promover a las industrias, que se le facilitara, como emergencia, crédito
de largo plazo. El problema del descalce temporal se resolvería
garantizando el banco Central tomar a su cargo la obligación de
pagar a los depositantes si éstos lo requerían antes de
que los bancos pudieran exigírselo a sus deudores. Poco después,
las perspectivas del comercio argentino mejoraron y este mecanismo no
fue implementado. Pero se había concebido un redescuento distinto
al de la Carta Orgánica del Banco que como prestamista de última
instancia debía usarse para resolver problemas de iliquidez transitoria.
Un
nuevo papel
En 1946, con LA NACIONalización de los depósitos, el redescuento
se utilizó para reemplazar las funciones de un mercado de capitales
que se consideraba poco desarrollado (y lo era con tasas de interés
menores a la inflación). En los años del peronismo no fue
sólo un instrumento de regulación monetaria, sino de promoción
de las más diversas actividades, compras de empresas, adquisiciones
de bienes y subsidio a productores.
El
Banco de la Nación, el de Crédito Industrial y el de la
provincia de Buenos Aires concedían créditos que redescontaba
el Central. Su monto fue enorme y superó ampliamente al de los
depósitos (un 49% en 1950 y un 82% en 1955) siendo el factor principal
de creación monetaria. Con tasas fijas, su expansión produjo
una inflación que rondó cerca del 20% anual y que castigó
a los ahorristas que perdieron entre el 10% y el 20% por año del
valor real de sus tenencias favoreciendo a los deudores que licuaron sus
obligaciones. Las pérdidas impuestas a los ahorristas fueron un
desincentivo para la formación de un mercado de capitales. El favoritismo
en la asignación de los créditos racionados fue fuente de
corrupción y resultó ineficiente cuando se destinó
a actividades que de otro modo no hubieran dado beneficios. Los documentos
redescontados perdieron valor como consecuencia de la inflación
por un equivalente a un 16% del PBI de 1957. Otro monto equivalente a
un 10% del PBI de ese año fue declarada incobrable y reemplazado
en el Banco Central por un bono de saneamiento.
Los
ambiciosos planes de desarrollo de la Argentina, que debían ser
financiados por ese medio, tuvieron un resultado muy pobre. La Argentina,
en el período de Perón, concluyó con un crecimiento
decepcionante: 2,4% total y del 0,7% por habitante por año. El
país se había descapitalizado y tenía una seria crisis
de energía y transportes, como lo advirtieron Prebisch en 1955
y el presidente Frondizi en 1958.
El
problema del financiamiento de la inversión y el de contar con
un eficiente mercado de capitales continuaron siendo hasta hoy dos condiciones
para el crecimiento de la Argentina.
El
autor es profesor emérito de la Universidad de San Andrés.
La Nacion, 3 de octubre de 2004
Pobreza "El mayor desafío es América
latina"
Para Stiglitz, crece la desigualdad
SANTIAGO,
Chile (El Mercurio).- Es uno de los economistas más influyentes
de la última década. Ex asesor jefe del presidente norteamericano
Bill Clinton y una de las principales cabezas del Banco Mundial entre
1997 y 1999, Joseph Stiglitz es famoso -paradójicamente- por ser
una de las voces más críticas de las políticas liberalizadoras
que este organismo y el Fondo Monetario Internacional promovieron en la
década del noventa.
En una entrevista con El Mercurio, durante su
paso por el Forum de las Culturas, dijo que, en materia de pobreza, "el
verdadero desafío es Africa y América latina, donde el crecimiento
no ha sido suficiente hasta ahora para reducir la desigualdad que existe".
-¿Cree que sus duras críticas al
Banco Mundial y al FMI han dado resultado?
-Al menos en parte, porque en los últimos
años han rectificado al reconocer que imponer el libre movimiento
de capitales no fue una idea tan buena. Sin embargo, el FMI sigue sin
cambiar el sistema de elección de su presidente. Toda su actividad
se centra en los países en vías de desarrollo, pero eligen
a alguien [se refiere a Rodrigo de Rato] que no conoce nada este mundo
y que no ha estudiado economía del desarrollo. En vez de preguntarse
quién es la persona más indicada, preguntan a quién
le toca el turno en Europa. Tampoco han cambiado su sistema de gobierno,
donde EE.UU. es el único que tiene derecho de veto.
-Chile, Brasil, España y Francia han puesto
sobre la mesa una propuesta para reducir la pobreza en 2015. ¿Considera
que es un objetivo realista?
-Es realista. El problema es reducir la pobreza
en cada uno de los países por separado. El verdadero desafío
es Africa y América latina, donde el crecimiento no ha sido suficiente
hasta ahora para reducir la desigualdad que existe.
-¿Cuáles son los principales riesgos
que amenazan a Chile y América latina?
-La mayor integración internacional puede
provocar que la mala gestión de la economía norteamericana
repercuta en la región, sobre todo por la creciente deuda norteamericana
que se traducirá en tipos de interés más altos.
-¿Y en el nivel mundial?
-Hay un problema grave con China, que es cada
vez más poderosa y nadie se da cuenta de ello. El G-8 está
obsoleto. Cualquiera puede montarse el club que quiera, pero la pregunta
es si ellos son los que realmente manejan la economía. Nadie que
quiera construir un nuevo orden puede excluir a uno de sus principales
jugadores. |