Opinión
Del neoliberalismo al neosocialismo
Por Federico Pinedo
El
Presidente mandó al Congreso un proyecto de ley para que se establezca
que "es competencia exclusiva del Estado nacional regular y prestar
los servicios públicos". Del proyecto surge que para el Poder
Ejecutivo esos "servicios públicos" son aquellos cuya
finalidad sea "promover el bienestar general y asegurar el interés
público".
¿Quién
dirá si esos servicios incluyen el transporte de gas o el de verduras,
la distribución de electricidad o la distribución de pan,
a quienes ponen cables para que las personas hablen o a quienes lo hacen
para que se informen libremente? El Poder Ejecutivo ha dado su respuesta:
una ley del Congreso. Sólo una ley del Congreso.
Otras
cláusulas de la proyectada norma establecen que el Estado podrá
cambiar, prácticamente a su antojo, los contratos con los particulares
que presten los servicios por cuenta suya, incluidas las tarifas. También
podrá el Estado apartar al prestador cuando lo considere mejor
para el "interés público" y expropiarle sus activos
por medio de un decreto.
Los
mecanismos de contratación estatal tampoco serían objetivos,
sino determinados por conceptos tales como la contribución al desarrollo
nacional o la conformación de una red de proveedores locales. De
esta manera, la incertidumbre será absoluta, y sabido es que cuando
no hay reglas de juego claras y derechos que se respeten no hay ni propiedad
ni libertad ni, por cierto, capitalismo posible.
El
proyecto pretende redefinir y reinventar el sistema de derecho que rige
nuestra sociedad. Los argentinos seríamos así parte de una
suerte de experimento que podríamos denominar "neosocialista",
para diferenciarlo del socialismo democrático español, inglés
o chileno, que buscó maneras de combinar un mayor igualitarismo
con el funcionamiento de los mercados.
Los
neosocialistas, aunque no lo dicen claramente, piensan que el fruto del
trabajo de la gente es del Estado. Los funcionarios de esta corriente
son observadores de los mercados, pero cuando detectan que algún
sector está ganando dinero (ellos le llaman "renta")
acuden a quitarle su parte. Ese es el caso del congelamiento de las tarifas
de los servicios públicos y de las retenciones a las exportaciones
de productos agropecuarios o hidrocarburos, que no están mal en
la emergencia generada por un tipo de cambio muy alto, pero sí
lo estarían si estuviéramos frente a una modalidad ideológica
permanente, como parece que estamos.
Del
mismo modo se ataca a los productores de soja, por ejemplo, más
porque ganan dinero que porque esté demostrado que el cultivo desertifique,
que el glifosfato contamine o que las variedades transgénicas provoquen
monstruos. El proyecto de ley es de tal gravedad que hace imposible insultar
a los malpensados de siempre, que afirman sin sonrojarse que es un mecanismo
que utiliza el Gobierno para "apretar" a las empresas de servicios
públicos de telecomunicaciones, energía y transporte, en
el proceso de renegociación de contratos en curso.
Es
más, ni siquiera es posible descalificar a aquellos otros que piensan
que en realidad se trata de una artimaña para espantar a todos
los inversores extranjeros que creyeron en la Argentina y le construyeron
una infraestructura importante en la década pasada, financiada
en parte por los usuarios y en parte por los tenedores de obligaciones
negociables en default.
Logrando
la huida de esos personajes -imaginan- sería posible que algunos
"empresarios argentinos" se hicieran cargo de sus compañías,
asociados al Gobierno, por una bicoca. Así quedaría nuevamente
fundada una nueva "burguesía nacional", grupo que en
el pasado la izquierda y la derecha democráticas denominaron capitalismo
prebendario o patria contratista. Hasta el presidente Kirchner utilizó
esos motes para diferenciarlos de lo que él decía defender:
el capitalismo en serio. Los neosocialistas tienen una estrategia de escuela
primaria: achacar todos los males a un monstruo de una sola cabeza, el
neoliberalismo. Ante la furia de quienes se califican a sí mismos
como "los buenos", confieso que tuve un temor íntimo
de ser de "los malos", es decir, un neoliberal. Rápidamente
me di cuenta de que no lo era, pues no me parecía bien justificar
cualquier tropelía con tal de que algunos pudieran ganar dinero,
cosa que hacían los "neo" liberales.
A
estos personajes les parecía bien destruir un Poder Judicial independiente
de los gobiernos y los intereses; no les importaba fortalecer monopolios
siempre que sus titulares fueran amigos del poder; utilizaban el dinero
público de acuerdo con sus conveniencias políticas, aumentando
la deuda hasta niveles inmanejables; sobornaban a los elementos independientes
del poder, de legisladores a sindicalistas y periodistas.
Ahora
bien, los neosocialistas ¿repudian seriamente estos comportamientos
o cuestionan a los otros no por lo malo, sino por lo bueno que hicieron?
Tal vez el mal esté en los "neos" y no en liberales o
socialistas, o tal vez el mal sea antiguo y esté representado por
quienes no creen en el imperio de la ley, en la división republicana
del poder y en los derechos personales de cada ser humano.
Una
vez más, en la encrucijada, a los ciudadanos de a pie sólo
les quedan dos defensas. La primera es la Justicia, y la segunda cambiar
la composición de las Cámaras en las próximas elecciones
para modificar las barbaridades que se voten ahora. Si la Justicia fuera
independiente del poder, con ella sola bastaría, pues afortunadamente
la Constitución Nacional fue reformada en 1994 y se incorporó
a ella el artículo 42, que establece que "los usuarios de
servicios tienen derecho a la libertad de elección" del prestador,
concepto radicalmente opuesto a aquél según el cual el Estado
es el único prestador de servicios públicos.
Luego,
el artículo le impone al presidente Kirchner la obligación
de "defender la competencia contra toda forma de distorsión
de los mercados y controlar los monopolios naturales y legales",
con lo cual no podrá imponer un solo prestador, aunque fuera él
mismo o algunos afines.
El
autor es diputado nacional de Compromiso para el Cambio.
La Nacion, 14 de octubre de 2004 |