TRIBUNA:
DESPUES DEL HORROR EN EL AULA
Exclusión social y afectiva
La
tragedia en Carmen de Patagones requiere análisis en distintas
perspectivas, que consideren tanto rasgos del victimario como de la sociedad
en la que el crimen fue posible.
Por
Jorge Corsi. Psicologo, Director de la carrera de especializacion en violencia
familiar (UBA).
Lo
ocurrido en Carmen de Patagones no puede ser esquemáticamente definido
como un acto de "locura momentánea" de un muchacho. Antes
bien, debe ser entendido como un síntoma que nos interroga como
sociedad.
Las
conductas violentas juveniles son consideradas una grave epidemia de este
comienzo de siglo y los menores de edad son los nuevos protagonistas de
las crónicas médicas y policiales. Los comunicadores sociales
hablan con inquietud de los "jóvenes violentos". La sociedad
entera considera que existen graves confusiones y una clara ausencia de
valores en los niños. Pero rara vez se reflexiona sobre la responsabilidad
que le cabe al sistema de progresiva exclusión social en estos
problemas. Una exclusión social que no es solamente económica,
sino que, en el caso de los menores, es fundamentalmente afectiva.
Los
jóvenes que están tratando de aprender a hacer y a ser son
estimulados con intensidad inusitada a consumir toda clase de productos
culturales. Las drogas, el alcohol, los cigarrillos son sólo algunas
de las adicciones que los jóvenes incorporan a sus riesgos. Junto
con el uso compulsivo de las nuevas tecnologías, constituyen intentos
de anestesiar el dolor producido por el abandono o la represión,
que son las dos caras de la misma moneda.
La
alarma social que hoy se genera a partir de este caso lamentable no debería
impedir que reflexionemos acerca de los procesos que pueden haber conducido
a semejante desenlace. Presiones culturales, institucionales, familiares
que, sumadas a la negligencia que supone dejar al alcance de un menor
un arma de fuego, pueden comenzar a darnos alguna pista. Sin embargo,
la pregunta fundamental sigue siendo por qué los adultos podemos
estar tan distraídos y ocupados en otras cosas, como para que comencemos
a preocuparnos por un chico recién cuando nos lo pide de un modo
tan violento y explosivo.
Clarin, 30 de septiembre de 2004 |