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TRIBUNA:
DESPUES DEL HORROR EN EL AULA
El paraíso perdido de la infancia
La
tragedia en Carmen de Patagones requiere análisis en distintas
perspectivas, que consideren tanto rasgos del victimario como de la sociedad
en la que el crimen fue posible.
Por
Juan Carlos Volnovich. Psicoanalista de niños.
No
estaría de más preguntarnos cuál es la responsabilidad
que tenemos todos en hechos como éste. Sobre todo cuando la desprotección,
la incertidumbre y la muerte se ensañan, como nunca antes, con
las nuevas generaciones.
¿La
tragedia de Carmen de Patagones nos enfrenta a un aumento de la violencia
ejercida por los niños (y las niñas) capaces, ahora, de
asesinar a sangre fría? ¿Somos testigos de un aumento de
la difusión en los medios de comunicación de una violencia
que viene dándose desde siempre y que, en este caso, está
al servicio de instalar en la opinión pública una posición
favorable a la reducción de la edad de imputabilidad?
Hace
tiempo ya que ha dejado de considerarse a los niños como seres
inocentes libres de cualquier maldad. El reconocimiento de las fantasías
agresivas, los juegos violentos, la crueldad para con los otros niños
acabaron con el mito del paraíso de la infancia. Pero una cosa
es la aceptación de que siempre junto al amor algo del odio se
juega allí y otra, muy distinta, es el entrenamiento en el ejercicio
de ese odio. Una cosa es el juego a través del cual se intenta
elaborar la cuota de agresión que todo niño tiene y otra,
muy distinta, es la de reforzar la crueldad y volverla "natural".
Así,
habría que descartar como causa de semejante salvajada el impacto
que los videojuegos interactivos, aun los más violentos, tienen
sobre la mente de los pibes. En simulacros, en parodias de ejecuciones
verdaderas, con jueguitos electrónicos, el niño que, por
su propia condición, está en posición de indefensión
con respecto a los mayores, se ilusiona con tener el poder de dominar,
castigar y eliminar a otros. Pero es sólo ilusión.
Si,
por el contrario, al aplicar tormentos que generan sufrimiento y muerte,
algo de la realidad cabalga sobre la fantasía y es entonces el
poder mortífero el que comienza a legitimarse y alienta la creencia
acerca del derecho que tenemos, como dioses, a decidir sobre la vida y
la muerte, se ha producido un profundo daño en la estructura simbólica
del niño y un bache irreparable en la percepción familiar
y social capaz de prevenir el crimen.
Clarin, 30 de septiembre de 2004
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