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TRAGEDIA
EN CARMEN DE PATAGONES: UNA MULTITUD ACOMPAÑO LOS RESTOS DE LOS
ADOLESCENTES ASESINADOS
Patagones, unido por la tristeza y las preguntas sin respuesta
Muchos
cuestionan por qué no había profesores ni preceptores durante
el ataque. Y apuntan a la responsabilidad del padre de Rafael, el chico
que disparó, y de la Prefectura, la fuerza a la que pertenece.
Pasó
la noche sentado en una silla, pegado al cajón de su hijo, Federico
Ponce (15). Con la mano derecha sostenía el gorrito de Boca que
cubría la cabeza del nene, como para evitar que se volara. Y con
la mano izquierda le frotaba el pe cho, tal vez en un intento vano por
calentarlo. De allí recién lo sacaron a las 11 de la mañana
de ayer, aferrado a una manija tan pesada como es la del ataúd
de un hijo, y acompañado por todo Carmen de Patagones. Es que,
junto al padre de éste y otros dos chicos, todo el pueblo vivió
ayer una mezcla de dolor, desorientación y furia contenida.
Se
vio por la mañana, cuando todo Patagones y una multitud de Viedma
caminaron más de 20 cuadras desde el Club Atenas —donde se
hizo el velatorio— hasta el cementerio. Unos 300 metros de largo
ocupaba la columna que se apretujó frente a la capilla donde quedaron
los tres ataúdes adolescentes hasta que hoy los entierren.
La
misma mezcla de sentimientos inusuales se vio durante el día, cuando
empezaron a entreverse los reproches mal contenidos de los padres de las
tres víctimas contra la escuela donde las mataron, contra el padre
del chico que los acribilló y contra la fuerza a la que pertenece
este hombre, la Prefectura Naval. Por la noche se agregó un sentimiento
más. Centenares de estudiantes y miembros de las comunidades educativas
de Viedma y Carmen de Patagones hicieron una "Marcha por la Paz"
junto a las familias de las víctimas. "No nos escuchan, nadie
nos contiene", fue el mensaje que dejaron los adolescentes, y echaron
a flotar decenas de velas y flores sobre el río Negro.
Esto,
por si hubiera sido poco el "mensaje" de Rafael "Junior"
S. (15) en la mañana del martes, cuando entró a su aula
de primer año polimodal de la Escuela Nº 2 de Patagones y
vació un cargador de la pistola 9 milímetros de su papá
sobre sus compañeros. Mató a tres —Federico Ponce,
Sandra Núñez y Evangelina Miranda— e hirió
a otros cinco. Uno de ellos, Nicolás Leonardi, fue dado de alta
ayer, mientras que la situación de otro —Pablo Saldías—
se agravó.
La
escuela de la masacre, cerrada como todas las de la zona, recibió
ayer una mano de pintura en el aula de los tiros, como para borrar al
menos el daño material. Los docentes, entre asustados por la posibilidad
de un efecto dominó y desconcertados por lo que no se evitó,
tuvieron una reunión a las 14. Y tendrán más. Magdalena,
maestra rural del vecino pueblo de San Javier, graficó a Clarín
la paranoia: "El martes terminamos de dar clases con un patrullero
en la puerta".
En
la caminata hasta el cementerio, en cambio, sólo se notó
dolor. Y furia contra lo que se pusiera adelante: agredieron a dos fotógrafos,
no sólo de palabra. Los tres cajones fueron llevados a pulso hasta
la capilla, en medio de llantos inacabables y comentarios por lo bajo.
Los familiares de los chicos asesinados se mostraron muy unidos. "Decidimos
no hablar por ahora porque tenemos bronca. Sólo queremos agradecer
al pueblo, a la Policía, al intendente y al gobernador por sus
gestos. Ya vamos a hablar", dijo a Clarín Mariano Miranda,
tío y tutor de Evangelina.
Aunque
no lo dijo, comparte con los otros familiares un reproche a la escuela
por el hecho de que los chicos estaban sin profesor ni preceptor cuando
Rafael disparó. No pueden entender la inimputabilidad del adolescente,
y todos apuntan a la responsabilidad del padre y de la fuerza que le dio
el arma. "¿Quién le enseñó a tirar al
pibe?", se preguntan.
A
las 18, mientras todos los negocios de Patagones mantenían un estricto
cierre por luto, el dolor tomó otro curso cuando empezó
frente a la escuela Paulo VI de Viedma la "Marcha por la Paz".
Mercedes (18), una chica del 5º B de ese colegio, contó a
Clarín el porqué: "Tenemos bronca por las cosas que
dicen sobre nosotros (los adolescentes). Nos juzgaron mal, cuando lo único
que nos pasa es que nos matan", contó. "Queremos que
se nos contenga, que no es lo mismo que se nos controle", agregó
una compañera por micrófono.
Una
multitud caminó cuatro kilómetros hasta Carmen de Patagones.
Al cruzar el río, tiraron piedras al agua "por los múltiples
gritos de jóvenes no escuchados, porque lo de ayer fue un grito,
pero hay otros". Luego volvieron, pero en silencio y para echar a
flotar velas. "Gracias a todos", gritó el papá
de Federico. Se abrazó, como en un scrum, con los otros padres
y entonces sí, sólo se oyeron lágrimas.
COLABORO. Silvina Heguy, Clarin, 30 de septiembre de 2004
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LUCES
EN EL RIO. CENTENARES DE ALUMNOS DE ESCUELAS SECUNDARIAS DE VIEDMA
Y DE CARMEN DE PATAGONES DEJARON VELAS EN EL RIO NEGRO, EN UNA CONMOVEDORA
MARCHA POR LA PAZ. (Foto: Martín Acosta / Enviado especial)
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Las
armas
Oscar Spinelli
ospinelli@clarin.com
Si no hubiera tenido un arma a su alcance, ¿qué hubiera
hecho? Quizá lo que hace la mayoría: elaborar los duelos.
Si todos anduvieran armados, las calles serían territorio de la
muerte. Una pequeña disputa dispararía una tragedia. Las
preferencias ideológicas de Rafael inducen a pensar que mucho de
lo siniestro que se lleva dentro alguna vez explotaría en él.
Pero sus problemas también podrían soportarlos millones
de chicos. ¿Cuál es la diferencia? Las armas. Están
destinadas a matar. Y ese es el peligro. Están los que dicen que
todo depende de la cultura. ¿Una sociedad armada es culturalmente
sana?
TRAGEDIA
EN CARMEN DE PATAGONES: HABLA JONATAN, COMPAÑERO DEL AUTOR DE LOS
ASESINATOS
"Rafael aprobó con 9 un trabajo sobre las masacres en EE.UU."
Mucho
le dolía la cabeza a Jonatan Gaitán el lunes, tanto como
para faltar a clases e ir al médico. Mucho le dolía al día
siguiente, tanto que pensaba entrar más tarde a la escuela. Al
final, así lo hizo, pero empujado por la noticia de que un compañero
de su misma edad había asesinado a tiros a su mejor amigo, Federico
Ponce, y a dos compañeras más. "Todavía no entiendo
por qué lo hizo. Si tenía problemas con uno, se las hubiera
arreglado con él. Pero no con personas que no tenían nada
que ver", le dice a Clarín.
El
testimonio de este chico, de 16 años, es clave para entender lo
que pasó en la escuela de la masacre. Conoce a Rafael "Junior"
desde que empezaron octavo grado, jugaba al fútbol con él
en el club Jorge Newbery —el autor de los crímenes lo hacía
de 3 y Jonatan, de 4—, y compartían el gusto por la música
de Marilyn Manson y por los dibujos satánicos.
"No
sé qué se le habrá cruzado. Hoy me acordaba de que
hace poco tuvimos que hacer un trabajo sobre terrorismo para Derechos
Humanos, la materia que iba a empezar cuando él disparó.
¿Sabe qué tema eligió Junior en grupo con Dante (el
amigo que lo desarmó) y Pablo Saldías (hoy internado con
tres tiros)? Los ataques suicidas de estudiantes a las escuelas de Estados
Unidos", cuenta. "Les fue bien, se sacaron un 9".
Jonatan
habla con la mirada clavada sobre un cuaderno, mientras hace dibujos o
se toca uno de sus tres aritos. Su casa, alguna vez un local de carnicería,
tiene los ambientes divididos por cortinas. Un póster de River
cuelga de la pared del living, justo frente a su padre, el sereno Enrique
Gaitán. "Ultimamente, Junior siempre andaba buscando problemas
con todos. Había recibido asistencia psicológica en la escuela
por eso, creo. No se integraba bien a nosotros", explica.
—¿Sabés
si había discutido con Federico el día antes de la masacre,
como se dice?
—Los
chicos me dijeron que sí, pero no me contaron por qué, aunque
Fede era mi mejor amigo. Junior siempre hacía bromas pesadas y
cuando le respondías de la misma manera, se enojaba. Hacía
chistes feos. Decía y escribía cosas en inglés que
uno no entendía. Y en las últimas semanas les hacía
preguntas zarpadas a las mujeres, que le respondían mal. Y él
se ofendía.
—¿Ya
se había peleado fuerte con alguien?
—Sí,
otra vez. Igual, cuando jugábamos a las cartas lo invitábamos,
o le decíamos de ir a bailar, pero a él no le gustaba. Dante,
en cambio, se adaptaba más al grupo aunque andaba siempre con Junior
—¿Junior
hablaba de su papá?
—No.
Creo que el lunes justo fue el cumpleaños del padre.
—¿Lo
habías visto armado alguna vez?
—Yo
sabía que tenía un cuchillo de Rambo, pero no lo había
llevado al colegio antes. Eso sí, se vestía siempre de negro,
con remeras de Marilyn Manson. Escuchaba Manson, Metallica, System of
a Down... Y hacía dibujos satánicos, como estos míos
(muestra cruces en llamas invertidas y cabezas atravesadas por cuchillos).
Le gustaba la cruz invertida, que significa que estás del lado
del diablo y no creés en Dios.
—¿Es
cierto que escribía el pupitre?
—Sí,
tenía una cruz invertida con 10 iniciales. "Todos los que
no sirven deben morir", había puesto. Y tenía un dibujo
que decía "muerte, muerte, muerte", todo en inglés.
También dibujaba eso en el pizarrón.
—¿Eso
influyó?
—Si
creés en los dibujos y en brujerías, hacés algo como
esto (la masacre). Todos los videos de Manson tienen que ver con gente
herida.
—Y
ahora, ¿cómo van a volver a clases?
—Lo
que decidimos es que al aula ésa no entramos más. Hay chicos
que ya dijeron que van a abandonar la escuela por este año. Los
que estuvieron adentro están peor que yo...
Jonatan
mira otra vez para abajo. Y confiesa que la cabeza nunca le dejó
de doler.
Clarin, 30 de septiembre de 2004
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DARK.
JONATAN DICE QUE, AL IGUAL QUE JUNIOR, HACIA DIBUJOS SATANICOS Y
ERAN FANS DE MARILYN MANSON. (Foto: Martín Acosta / Enviado
especial) |
Otra
señal: "Sandra, mañana no vengas"
Dicen que hubo un preaviso, una señal que nadie tomó en
cuenta. La recibió, aseguran, una de las personas a las que más
le hubiera servido: Sandra Núñez, una de las chicas asesinadas.
"Mañana no vengas, va a pasar algo terrible", le habría
dicho Rafael el día anterior.
"Junior
se lo dijo a Sandra, pero no le llevó el apunte. Ella se lo contó
a mi hermana, Pamela, cuando volvían juntas de la escuela el lunes",
contó a Clarín en la puerta del cementerio Mariela, quien
se presentó como hermana mayor de la alumna Pamela Ludueña.
"Mi hermana toma tranquilizantes, no habla de lo que pasó".
Según
Mariela, su hermanita fue una de las tres chicas a las que Nicolás
Leonardi, el chico dado de alta ayer, cubrió de los disparos con
su cuerpo. Un papel tan heroico como el suyo fue el de Pablo Saldías,
quien dicen que intentó desarmar a Junior y así recibió
tres disparos que lo mantienen en terapia intensiva.
La
misma Mariela dijo que a todos los chicos les sorprendió el rol
que tuvo Dante, el mejor amigo de Junior. "Fue el único que
no se tiró al piso. Se quedó parado, porque a él
nunca le apuntaron. Y hay quien dice que al principio se rió",
contó la chica. Dante fue quien, finalmente, se tiró sobre
Junior y le sacó el arma.
TRAGEDIA
EN CARMEN DE PATAGONES: EVANGELINA, FEDERICO Y SANDRA, LAS VICTIMAS DE
LA LOCURA
Cuando la muerte desmorona tres historias repletas de vida
En
la foto se la ve sonriente, con una copa de champán en alto para
festejar el comienzo de una vida adulta que nunca llegó a transitar.
Estaba radiante, Evangelina Miranda, con su vestido de 15 y su sonrisa
brillante. Las tragedias que signaron su vida, la más dura de las
tres que se perdieron en la masacre, parecían a punto de terminar.
Una bala lo impidió.
Evangelina
había sido abandonada a poco de nacer por su mamá. Su padre
la crió junto a sus dos hermanas, una menor y una mayor, hasta
que hace cuatro años se suicidó.
Su
abuelo se hizo cargo de cuidarla, pero murió hace dos años.
Era su tío paterno, Mariano Miranda, quien la tenía ahora
como si fuera hija propia.
A
la nena le encantaba ir a bailar, contaron a Clarín dos amiguitas.
"Amaba la cumbia, todos los fines de semana estaba en Kokoa Tropical
con su grupito y vivía prendida a la radio", explicaron. "Se
hacían llamar Las Fiesteras, porque se divertían como locas",
agregó Daniela, compañera suya en la escuela primaria, al
salir del cementerio.
El
chico con el que salía andaba por allí, desconsolado. Nadie
entendía por qué Junior le disparó primero a ella,
un balazo certero que le atravesó el corazón y siguió
viaje hasta alojarse en una pierna de Federico Ponce.
Este
chico, también de 15 años, recibió otros dos disparos
más. Su papá, dueño de una empresa de camiones, lo
dejó en la escuela a las 7.50. Tres horas después volvía
a verlo, pero en una morgue.
Cinco
vecinos tuvieron que agarrarlo para que no se reventara los puños
contra las paredes al recibir la noticia. Federico era el hijo que los
acompañaba siempre a él y a su esposa —aficionada
a las clases de pintura—, supliendo la ausencia de un hermano mayor
que vive y estudia en Bahía Blanca.
Fede
era fanático de Boca, tanto que lo llevaron al cajón con
gorra y camiseta del equipo. "Era un divino, lo quería todo
el mundo", lo recordaron Bettina y Mayra, compañeras de escuela
pero no de curso. "Tenía mil amigas, pero ninguna novia. Salía
todo el tiempo con los amigos, iban a bailar a Kokoa", agregaron.
Jonatan
Gaitán, su mejor amigo, explicó que a Fede le apasionaban
el fútbol y el padel. "Se la pasaba haciendo chistes",
describió al chico al que algunos le adjudican una pelea con "Junior"
el día anterior a la masacre.
Sandra
Núñez, la tercera víctima fatal, también había
cumplido los 15 este año. Según sus amigas, salía
poco y no le gustaba ir a bailar. Su amiguita más cercana, Natalia
Salomón (16), es una de las alumnas heridas que lucha para superar
un balazo que le rozó un pulmón y el bazo. Al igual que
a los otros chicos que recibieron balazos, a esta nena aún no le
contaron que Sandra y el resto murieron.
El
dato más paradójico sobre Sandra tiene que ver con un noviazgo
que tuvo hasta hace un mes, según Jonatan Gaitán: salía
con Dante, el mejor amigo de Junior. Era hija única y su familia
no encuentra razones. Su abuela le dijo ayer al intendente de Carmen de
Patagones, Ricardo Curetti: "Quiero mudarme de esta casa, tengo miedo
de que vuelva este pibe y ahora me mate a mí".
Clarin, 30 de septiembre de 2004
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NADA
MAS QUE TRISTEZA. UNO DE LOS FERETROS DE LAS VICTIMAS, EN LA CAPILLA
DEL CEMENTERIO DE CARMEN DE PATAGONES. (Foto: Martín Acosta
/ Enviado especial) |
El
aula ahora huele a pintura fresca
Ya no quedan en la Escuela Malvinas Argentinas rastros materiales del
ataque que conmovió a la sociedad. Ni sangre ni orificios en las
paredes. Una vez terminado el trabajo de la Justicia en el lugar, las
autoridades decidieron cambiarle la cara al escenario del horror. Ahora
huele a pintura fresca.
TRAGEDIA EN CARMEN DE PATAGONES: OPINION
Personajes sobre el telón de la tragedia
Como las profundidades, acaso imaginarias, del infierno o los confusos
abismos de la locura, la matanza de Patagones espanta y, a la vez, resulta
inexplicable. Menos, resultan ciertos personajes que se recortan, nítidos.
Dante
P., uno de los mejores amigos de Rafael, juega un papel clave en la trama
macabra. Salió del aula donde había ocurrido la matanza,
siguió al asesino, lo increpó "¡Qué hiciste",
lo desarmó, lo tranquilizó. Rafael le pudo haber disparado
o atacado con su cuchillo. A riesgo de vida, controló y contuvo
al matador.
Pablo S., uno de los compañeros de Rafael. En medio del sonido
y la furia desencadenados, con valor y ardor de héroe, se arrojó
sobre el atacante para desarmarlo. Su cuerpo detuvo y sufre balas acaso
destinadas a otros.
Carlos
Ruiz, profesor de Derechos Humanos. Relató que "iba por el
pasillo hacia el aula cuando sentí lo que creí era un petardo".
Cuando se dio cuenta que eran disparos, salió corriendo hacia su
auto para avisar a la Policía. No indagó, no intervino,
no entró a poner en juego su autoridad. Su escape resultó
inútil: cruzó a una patrulla que iba al lugar.
El padre, suboficial de la Prefectura. Aunque Rafael era muy buen alumno,
según María y Belén, compañeras del chico
"en la casa le exigían demasiado y si traía una mala
nota, el padre lo castigaba, no lo dejaba salir hasta que mejorara".
El padre, también, es el que, contra toda norma, deja el arma letal
al alcance de la mano del adolescente. Y la conflictiva relación
entre ambos fue el primer problema que Rafael, ya detenido, supo referirle
a la jueza.
La familia. Ni el padre, ni la madre —empleada doméstica—
parecen haber detectado nada raro en la conducta del chico. Ni el día
del crimen ni ayer hasta la tarde ningún familiar había
visitado a Rafael. Ninguno, tampoco, llamó por teléfono
para interesarse por él. Ni ropa le mandaron.
El asesino. Había una inscripción en el banco de Rafael:
"Lo más sensato que podemos hacer los seres humanos es suicidarnos".
No se sabe si la escribió él. Pero si su nihilismo llegaba
a semejante punto, no siguió su propio consejo. Eligió —si
se puede hablar de elección en una mente oscurecida y extraviada—
la senda del Mal: en vez de matarse, prefirió desatar una matanza
de inocentes.
Clarin, 30 de septiembre de 2004 |