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VIVIR
EN PELIGRO EN LA ESCUELA
Balas que pican cerca
El
3 de septiembre de 2004, al mediodía, chicos de la Escuela 63 del
barrio General Belgrano, de Cutral Có, quedaron en medio de un
tiroteo entre dos bandas bravas de la zona. Ese episodio generó
tanto susto que, desde entonces, tienen custodia policial y un oficial
les enseñó a los alumnos cómo conducirse en casos
similares.
A
ver, ¿qué nos enseñó el policía? -pide
la señorita Silvia, con las manos en los bolsillos de su guardapolvo
con volados-. ¿Qué hay que hacer si las balas entran por
la ventana?" Tercer grado turno mañana deja de mirar al pizarrón,
donde la consigna es escribir el nombre de los siguientes cuerpos geométricos.
"Y? hay que tirarse al piso", dice un nene de 9 años,
sentado debajo de un afiche que pondera los derechos del niño,
de espaldas a una constelación de estrellas de cartulina con los
nombres de cada habitante del aula. Las patas de los pupitres tronan chirridos
contra el piso y los chicos se hacen bicho bolita debajo de los bancos.
Impunes y lejanos a lo brutal que es verlos reaccionar ante un tiroteo
de mentira, algunos juegan a que son cachorros de algo, ladran, se matan
de risa. Ahí Silvia Riquelme, la seño, abre la puerta en
cuclillas: "Y ahora salimos así, agachaditos, para que no
nos pase nada." Tercer grado de la escuela primaria Nº 63 de
Cutral Có, provincia de Neuquén, hoy aprendió a esquivar
balas.
La
idea fue de Mirta Vázquez, la directora de la escuela que está
en un borde del barrio General Belgrano, el más temido de Cutral
Có, el pueblo que aún no logra cicatrizar la puñalada
de la privatización de YPF que a mediados de los 90 dejó
a 5.000 familias sin trabajo. "El ex 450 viviendas -como se lo conoce
al barrio General Belgrano- es una especie de Fuerte Apache", reconocerá
el jefe de la policía local. Allí mismo, el viernes 3 de
septiembre, a las 12.22, los chicos que salían de clase quedaron
casi en medio de un tiroteo entre Los giles y Los paisanos, dos bandas
bravas de menores que no se pueden ni ver.
En
el revuelo, hasta quisieron ingresar a la escuela para no salir malheridos.
"Aquí, en el barrio, hay tiroteos a diario, mucha gente abandonó
sus viviendas y las casas destruidas son guaridas para los delincuentes",
dice la directora, sentada frente a una página de revista cholula
con la foto de Cheyenne que alguien pegó sobre el marco de la puerta
de la dirección.
Es
una mujer bajita que, a los 44, comprendió bien que estar al frente
de 320 chicos de entre 6 y 15 años en un barrio donde el 65 por
ciento de la gente está subocupada implica no perder la paciencia.
"El último tiroteo generó tanto susto que pedimos colaboración
a la policía -cuenta-. Logramos que dos agentes custodien la entrada
y salida de los chicos y consultamos a Defensa Civil, pero ellos tienen
proyectos para la población en caso de incendio o de terremoto,
no en tiroteos." ¿Cómo transformar aquel viernes de
balas cruzadas en sólo un mal recuerdo? ¿Cómo se
hace para que los chicos no queden anclados en las corridas, el griterío
y los llantos que retumbaron en la escuela? Algunos tienen miedo de ir
a clase. Otros piden, sí o sí, que su mamá venga
a buscarlos. Y ni hablar después de lo de Carmen de Patagones,
donde el 28 de septiembre pasado un alumno de 15 años entró
a clase y disparó contra sus compañeros. Mató a tres
e hirió a cinco.
Días
antes de la masacre de Patagones, Rubén Karsrtan, oficial de la
comisaría 15º, bombero y enfermero, se ofreció a dar
la charla explicativa que se convirtió en simulacro de tiroteo
para los nenes de primero, segundo y tercer grado. Se había comprometido
a continuar con los cursos superiores y luego con el turno tarde, pero
el oficial faltó a la cita. "Parece que el rumor llegó
bien alto y estoy supeditado a órdenes de mis superiores. Por ahora
se interrumpió todo", dice el hombre que junto con el oficial
Ramón Pino custodian, chaleco antibalas de por medio, la salida
de la escuela. El uniforme desentona delante de la pared pintada en tonos
pasteles donde la directora despide a los nenes. "Claro, ustedes
vienen con chaleco, ¿y nosotros? ¿Y los chicos?", se
queja Vázquez.
El
gran simulador
"No fue un simulacro -será la versión del comisario
inspector Adolfo Soto, jefe del Departamento de Coordinación y
Enlace Operativo-. Fue una charla en la que alguien preguntó qué
habría que hacer en caso de tiroteo y el policía respondió.
Nada más." ¿Será que a Soto se la vendieron
cambiada? ¿O el comisario apela a la ingenuidad para tranquilizar
los ánimos? "La escuela no es epicentro de hechos de violencia.
No
queremos crear psicosis. Hay personas con antecedentes que generan bolsones
de inseguridad", sigue el comisario. Según él, "hay
sensación de inseguridad e impotencia porque quienes cometen delitos,
al día siguiente están en la calle". Soto le echa la
culpa a la ley provincial 2.302, cuya posible modificación está
en debate: "Hace tres años que está en vigencia y es
una ley de protección del niño y adolescente -explica-.
Es una ley paternalista que dice que no hay restricción de libertad
para los menores. No puede ser que el que roba caramelos y el que comete
un homicidio se vayan a su casa."
En
el Barrio General Belgrano viven unos 1.300 menores de 18 años,
algunos de los cuales son de temer. "Es cierto que la gente no hace
la denuncia porque si no, al día siguiente, esos mismos chicos
le patean la puerta -admite el comisario-. En el barrio hay 60 delitos
por mes y hace 10 años tuvimos un policía muerto ahí."
Los vecinos aseguran que las patotas circulan por el barrio con armas
en la cintura, la mayoría obtenidas por izquierda. En toda Neuquén
hay 80 mil armas registradas y se estima que unas 300 mil son clandestinas.
La
tierra del olvido
El General Belgrano es un barrio que queda al sudoeste de Cutral Có,
entre las calles 13 de Diciembre y Ejército Argentino. Lo inauguraron
en mayo de 1985 cuando 300 departamentos fueron entregadas por el Instituto
Provincial de la Vivienda y Urbanismo. Está compuesto por 7 manzanas,
15 bloques de tres pisos cada uno. No hay circulación de autos
al interior, lo que ha favorecido su mutación en cuna del delito.
Según
un informe de Mirta Graciela Montalbán, secretaria de Desarrollo
Social de la municipalidad, la gente que abandonó sus casas se
llevó aberturas, sanitarios y artefactos. Hubo usurpaciones, canje
y venta de llaves.
A
María Eva Méndez una vecina le pasó el dato. "Me
avisó que el departamento estaba vacío y nos vinimos",
dice ella, en la puerta de una planta baja sobre la que los buracos en
el hormigón son bostezos abiertos a la oscuridad.
Jugueteando
por ahí, en medio de las ruinas, los cables pelados, las pérdidas
de gas y las goteras, Diego, el mayor, se abrió la cabeza hace
unos meses. Eva, su marido changarín y sus tres hijos de 6, 4 y
2 años viven sin agua, colgados a un cable de luz vecino y delante
de una chorrera de sangre seca que la última pelea entre los pibes
del barrio dejó sobre el caminito de cemento que conduce de un
monoblock a otro. Son seis las familias que aún habitan el bloque
C9, a medio demoler. "Hace dos años, el gobernador (Jorge
Sobisch, del Movimiento Popular Neuquino) se comprometió a demolerlo",
arremete Mario Turrado, intendente interino durante los días de
revuelo por el simulacro en la escuela 63. Desde que le tocó presenciar
un tiroteo, cuando viene de la nocturna Evangelina Ramírez le grita
a su mamá para que baje a buscarla. Son seis y viven en el 3º
D del bloque en ruinas, donde las ventanas están cubiertas con
nylon y un par de mecheros consumen gas que nadie apaga ni paga. "En
verano es terrible, pero si los apago, no vuelvo a tener gas y ¿cómo
cocino?", explica Mónica Videla, la mamá de Evangelina.
¿Yo
señor? No señor
Opositor al partido provincial que gobierna Neuquén, Turrado se
despacha contra las autoridades barriales: "El presidente de la comisión
vecinal es un puntero del gobernador y recibe programas asistenciales
que no pasan por el intendente -dice-. La provincia es responsable de
la seguridad y el presidente del barrio defiende a los chicos delincuentes.
No hay contención para ellos." Sus cifras oficiales dicen
que en Cutral Có viven 40.000 personas de las cuales 5.000 reciben
algún tipo de plan asistencial, nacional, provincial o municipal.
"Aquí no se mide la desocupación -se queja Ramón
Rioseco, secretario de Gobierno-. Miden Neuquén y Zapala, pero
a Cutral Có nos pasan de largo." El intendente interino reconoce,
sin embargo, que hay unas 2.000 personas que no reciben ningún
tipo de ayuda.
"Pero
estoy en desacuerdo con el simulacro porque la violencia que tenemos en
Cutral Có no difiere de la que hay en el resto del país
-opina Turrado-. Nadie nos comunicó lo que iban a hacer en la escuela".
El funcionario admite que ése barrio es conflictivo y que hay una
disputa que encontraría solución si se interviniera la comisión
vecinal.
En
las elecciones del mes de junio, de los 2.800 vecinos que allí
viven, votaron unos 500. Casi la mitad lo hizo por la reelección
de Jorge Pichón Gualme, de 31 años, que lleva siete al frente
del barrio. Las malas lenguas dicen que Gualme cambia votos por favores,
que maneja a los chicos más temidos y que se compró un Duna
blanco con fondos asignados para planes sociales. "Es cierto que
hay pibes que se la pasan tomando mate amargo con rivotril (droga para
tratar estados ansiosos), pero la gente lo votó", defiende
el concejal Juan Carlos Quiñiñiri, quien con sólo
levantar el teléfono hará que Gualme aparezca en el Concejo
Deliberante. Pichón es un hombre robusto, de arito y celular plateado,
que se define como coordinador y supervisor de programas del Ministerio
de Desarrollo y Acción Social de la provincia. Jura que no maneja
dinero y que la casa se la hizo a pulmón. "Vendí diarios
y pinto desde los 14 años. Si tuviera toda la plata que la gente
dice me hubiera ido a la mierda, pero quiero que mis hijos se críen
ahí. Yo vengo de la calle", se defiende.
Sus
hijos van a la escuela 63 y, según él, desde el simulacro
"tienen miedo y no quiere ir a clase". Un grupo de vecinos decretó
la destitución de Gualme y creó una nueva comisión,
cuyo presidente es Domingo Soto. "Los que dicen que están
a cargo de estos chicos son punteros políticos", dice Juan
José Posso, de la subcomisión juvenil. "Hay gente que
se queja de que le pide materiales y no le da porque se los queda para
su casa", agrega Fabián Flores, de la nueva comisión,
que está a la búsqueda de una máquina de hacer pastas
para darle trabajo a los chicos. Una changa así le vendría
bien a El Chino, que a los 19 pasa las tardes viendo cómo el viento
levanta tierra sobre la canchita de ripio. El Chino sólo hizo la
primaria. En febrero, uno de la banda de Los giles -"ésos
que se hacen los porteños", dirá élmató
por la espalda a su hermano José, de 22. Pero como en el barrio
las deudas se pagan, el acusado murió baleado tiempo después.
"Siempre se tiran un par de tiros pero no pasa nada -se quiere convencer
Víctor Zúñiga-. Yo salgo igual porque con tener miedo
no gano nada." Víctor tiene 18 años, está en
quinto año y si el metejón le dura, en el 2005 se piensa
casar con Silvina, su novia desde hace un año y tres meses. Vive
en el bloque C7, donde en una de las paredes de su casa una mano anónima
escribió Muerte a la 15º, muerte a la yuta.
"Me
saludo con todos, pero al medio no se va. Ni de noche, ni de día",
dice. El medio es el núcleo del enjambre de construcciones en semi
ruinas adonde da el patio de la escuela 63. Desde allí se ve la
Biblioteca Popular Buta Ruca, hoy hecha añicos. "Perdemos
matrícula. Nos catalogan como la escuela de los delincuentes -dice
Orlando Cuello, vice director de la 63-. En el 89, había 785 chicos."
Hoy el alumnado ronda el 40 por ciento de aquella cifra. "Estoy esperando
un llamado de atención por lo que hice, pero no avisé a
los papás porque el simulacro fue darle información a los
chicos como con el sida", dice la directora. Según ella, no
hubo quejas de los padres. A Gaby Quintoban, mamá de tres, le pareció
bien. "No está mal que sepan cómo reaccionar si hay
tiros. Esta es una zona peligrosa", dice Gaby, que vive de un plan
Jefa de Hogar. Un colectivo desvencijado de la empresa El Petróleo
escupe ruidos de balas por el escape. Cada tanto, la señorita Silvia
permite cartas y juegos para los recreos.
Es
su modo de combatir el poliladron y los tiroteos imaginarios que se desatan
en el patio cuando suena la campana. •
Clarin,
24 de octubre de 2004
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Chicos
de la escuela 63 recrean en el aula el simulacro de un tiroteo |
Apenas
25 centavos para almorzar
LA REALIDAD DE UNA ESCUELA DONDE COMEN 268 CHICOS.
"Todos
los años pido el traslado y cuando me llega no me voy -se sincera
la directora de la escuela provincial 63 de Cutral Có, Mirta Vázquez-.
Acá vos sentís la vocación. Acá no les podés
pedir un lápiz, un mapa ni nada. La mayoría tiene los 150
pesos de un plan jefe de hogar y manda a los chicos al comedor."
En la escuela comen 268 chicos. "Por cada ración recibimos
0,10 centavos para el mate cocido y 0,25 para el almuerzo. Hace unos meses
que la Nación no nos manda la partida presupuestaria y sólo
disponemos de siete kilos de carne por día", lamenta la directora
que se quedó sin biromes para repartir entre los chicos, muchos
de los cuales ni siquiera tienen guardapolvo. Suena el teléfono
y es una mamá. Está trabajando y pide permiso para que su
nena de 6 años vaya sola hasta su casa, donde dejó a su
hijo menor encerrado. "Esto es todo el tiempo así", dice
Vázquez.
La
mayoría de los maestros de la escuela 63 son de otras provincias.
"En la época de YPF la gente tenía el trabajo asegurado
para las generaciones posteriores por lo que muy pocos estudiaban algo
que no tuviera que ver con la industria petrolera. Por eso los maestros
no somos de acá", dice Miguel Romero, de 33 años, profesor
de educación física que vino hace 8 años de Córdoba.
"No nos queremos ir por el compañerismo. El rol pedagógico
es mínimo. Hay mucha carga social", agrega. Los lunes, él
da clase en la primera hora. "Cuando pasan las porteras con la leche
los chicos se quieren ir detrás. No puedo evitarlo. Tal vez, durante
el fin de semana no comieron bien", dice. |