|
Opinión
La culpa no es de Manson
Por Andrés Mega
La pregunta que todos se hacen es ¿qué anduvo mal? Mi respuesta
es: varias cosas, y lo peor es que siguen pasando. Los ingredientes necesarios
para una combinación explosiva son: personalidad predisponente,
contexto familiar, contexto microsocial (escuela y amigos), factores sociales
y factores desencadenantes. La suma detonará en algún momento.
Resulta evidente que los sistemas que deberían
haber detectado la crisis no fueron operativos a la hora de ver qué
le pasaba a este joven, su capacidad de comunicación o no, el grado
de sentirse diferente de los otros y sin pertenencia a grupo alguno; y
aparentemente no existió un intento de preguntarse por qué
estaba tan introvertido, ni en el contexto de la familia o el de la escuela.
Todo esto apunta a una personalidad previa, con
características sensibles y probablemente esquizoides, la que,
sumada a su sensación de no pertenecer a ningún lado, hace
posible, con estímulos tal vez no muy importantes, pero que impactan
en un yo frágil que magnifica toda agresión, la desproporcionada
reacción.
En los últimos tiempos he recibido testimonios
de pacientes docentes que se sienten impotentes frente a la creciente
violencia que sufren de parte de sus alumnos, hasta el punto que quieren
renunciar a sus trabajos, o pasar a cumplir tareas sin alumnos a cargo.
Este punto es un indicador que marca que el grado de conflicto ha superado
a las familias, las que están delegando la contención en
las escuelas que, a su vez, también están siendo rebasadas.
Por esto mismo, creo que hay dos circunstancias
por atender: en primer lugar, el problema del joven en particular, mediante
la asistencia psiquiátrica y psicológica respectiva, y los
intentos que demande su rehabilitación, la asistencia de la familia
y de todos los que han sido impactados por esta tragedia. Pero, en segundo
lugar, la puesta en práctica de un plan de detección temprana
a nivel escolar de alumnos con trastornos de personalidad e historial
violento, no mediante la clásica psicopedagoga escolar, sino mediante
psicólogos, psiquiatras infantojuveniles y asistentes sociales
que apoyen y refuercen el rol docente, que está recibiendo el embate
de la violencia de los educandos, y un trabajo paralelo sobre sus familias.
Tal
vez sería más sencillo que la culpa de lo que ocurrió
en Carmen de Patagones fuera debido a una anomalía genética,
al mejor estilo lombrosiano, o que Marilyn Manson y su música fueran
los culpables, pero no es así. Somos los padres, los educadores
y demás miembros de la sociedad en contacto con estos adolescentes,
los que debemos asumir esta responsabilidad, y actuar en consecuencia.
Negar esta realidad implicará, en el plazo no lejano, la multiplicación
especular de este drama.
La Nacion, 30 de septiembre de 2004
El autor es psiquiatra forense y presidente de Millennium Fundación
Psiquiátrica
|
Bandera
a media asta detrás de la Casa Rosada
Foto: Silvana Colombo |
|