Educación:
no hipotequemos el futuro
Durante la semana que acaba de concluir nos llegó a los argentinos
la peor estadística, la que más nos debe inquietar o angustiar.
Nos referimos al informe oficial que da cuenta de que en el curso del
año último más de 100.000 alumnos que cursaban el
ciclo polimodal en la provincia de Buenos Aires abandonaron la escuela.
Decimos
que es la peor estadística porque es la que muestra hasta qué
punto estamos hipotecando el destino de las nuevas generaciones: es decir,
nuestro futuro como nación. Una sociedad en la cual los adolescentes
dejan las aulas -sea cual fuere el motivo que provoca esa deserción-
es una sociedad que se está cerrando a sí misma el camino
hacia un porvenir abierto al progreso y al desarrollo armonioso de sus
energías vitales.
El
porcentaje de deserción que registra el informe equivale al 12,93
por ciento del total de alumnos del polimodal bonaerense, que asciende
a 788.591 estudiantes. Es decir, uno de cada ocho abandonaron sus estudios
en 2003.
Pero
más allá de lo que esas cifras dicen, asoma el dato humano
visceral, concreto, doloroso. No podemos desconocer que los jóvenes
y adolescentes que dejan de concurrir a una escuela se convierten, en
muchísimos casos, en seres sin destino, que se vuelcan a las calles
y pasan a ser presas vulnerables de toda suerte de vicios y deformaciones.
El problema se agrava porque generalmente pertenecen a familias desarticuladas
o agobiadas por la adversidad social y económica.
Las
autoridades del área educativa bonaerense atribuyen este aumento
de la deserción a tres causas. En primer lugar, al fracaso escolar,
ya que muchos alumnos dejan de concurrir a las aulas cuando advierten
que les va muy mal en los estudios y corren el riesgo de repetir el año.
Una segunda causa es la necesidad que tienen algunos adolescentes de quedarse
en su casa para cuidar a sus hermanos menores cuando los padres se ausentan
para ir a trabajar. El tercer factor de deserción es el que se
genera cuando el alumno consigue un trabajo para ayudar a su familia y
se le hace ya imposible concurrir a la escuela.
Como
bien se dijo en LA NACION días atrás, los chicos que se
alejan del sistema educativo no sólo comprometen su futuro: también
ponen en riesgo su presente, pues se quedan de la noche a la mañana
sin proyecto de vida y abandonan toda referencia institucional que les
permita estructurar su realidad cotidiana. Y, por supuesto, incrementan
su situación de riesgo frente a las acechanzas de la droga, la
violencia o el delito, salvo en los casos en que la contención
familiar o social los pone a cubierto de tales amenazas.
Pero
el problema de la deserción no se manifiesta sólo en el
nivel polimodal. Ya en la escuela primaria -es decir, en la hoy llamada
educación general básica- hay un porcentaje preocupante
de abandono de los estudios, lo cual resulta grave porque se produce en
el nivel en el cual la enseñanza es obligatoria desde la sanción
de la ley federal. El informe consigna, en efecto, que 74.000 chicos de
6 a 15 años dejaron de concurrir a clase en el curso de 2003.
En
estos días, los medios registraron controversias ásperas
entre las autoridades educacionales y los representantes del sector gremial
docente. Estos últimos culpan del fenómeno al gobierno bonaerense,
al que acusan de no haber garantizado a tiempo el buen funcionamiento
de los sistemas de becas, de provisión de útiles y de comedores
escolares. A su vez, desde esferas oficiales se responsabiliza a los docentes
por los días de clase perdidos a causa de los abusivos y recurrentes
paros que suelen declarar, con total desaprensión por el daño
que ocasionan a la continuidad del proceso educativo.
Se
señala también que a las medidas de fuerza se suma la decisión
de los docentes de realizar periódicamente "jornadas de reflexión"
en las aulas, lo cual contribuye también a perturbar el normal
cumplimiento del calendario escolar.
Este
intercambio de reproches no le sirve a nadie ni es socialmente útil.
La educación es un valor demasiado serio para subordinarlo a devaneos
de orden político, ideológico y aun gremial. Es imprescindible
que cada sector asuma la responsabilidad que le corresponde para tratar
de combatir el gravísimo fenómeno de la deserción
escolar y que el país en su conjunto se concentre en la búsqueda
de soluciones efectivas y no demagógicas para los sectores más
vulnerables de la población, pues los alumnos que abandonan las
aulas, en la mayoría de los casos, responden a motivaciones sociales
y culturales que es necesario atender con rigor, con eficacia y sin el
afán de satisfacer los intereses siempre subalternos del clientelismo
y la baja política.
La Nacion, 24 de octubre de 2004 |