Los
médicos y los mercaderes
Por Eduardo San Román
La
medicina es una profesión maravillosa: nos ofrece un contacto
humano único, diferente de cualquier otra profesión. Es
de los pocos trabajos en los que una persona (paciente) cuenta detalles
íntimos de su vida e incluso se desnuda frente a otra (médico)
aun sin conocer demasiado a su interlocutor. Los médicos han
gozado siempre de un prestigio social diferente. Cuando era chico y
venía el doctor a casa había una suerte de rito que incluía
reverencias, y el médico respondía dedicándole
al paciente y a su familia el tiempo que fuera necesario. El médico
era, ante todo, un ser que inspiraba confianza.
La
modernidad trajo cambios valiosos en relación con la salud: confort,
conocimientos sólidos y métodos de diagnóstico
más precisos; no reconocerlos sería una torpeza. Sin embargo,
la modernidad también marcó pautas para el desempeño
del ser humano: todo tiene un valor y la vara que lo mide se llama Mercado.
Y ese Mercado trajo una nueva escala de valores: "Primero tengo,
luego existo", diría un Descartes económico preocupado
por encontrar algo de verdad.
La
despersonalización de la práctica médica es un
estado actual frecuente: los pacientes ya no confían en los médicos
y a éstos les resulta difícil disfrutar de la profesión.
En
la universidad aprendí que un médico debía estudiar
"al menos una hora todos los días toda la vida" como
única fórmula para actualizarse y ofrecer lo mejor. Estudios
recientes, realizados en países desarrollados tales como Canadá
o EE.UU., revelan que la dedicación al estudio de los médicos
ha decaído sensiblemente, ya que la presión por producir
les quita tiempo al estudio y a la reflexión. Pero el problema
del mercado como proveedor de paradigmas en la sociedad moderna es aún
más grave. Una revista tan prestigiosa como el Journal of Trauma
se pregunta en un editorial si, por ejemplo, un cirujano podrá
sobrevivir a la medicina-negocio, ya que se estima que, debido al incremento
en el precio de los seguros de salud, para el año 2010 en EE.UU.
habrá 61 millones de personas sin seguro privado que recurrirán
a los centros de trauma y emergencias, usualmente estatales, donde el
trabajo es mucho y los salarios bajos. Ya nadie quiere seguir estudiando
una carrera con muchas responsabilidades y pocos placeres. "En
los balances de las grandes compañías de seguros de salud
-dice el editorial- el salario médico figura en la columna de
las pérdidas." Otra prestigiosa publicación, el New
England Journal of Medicine, revela que la expectativa de vida de la
población negra en los estados de Philadelphia, Baltimore, Nueva
York y Columbia, en EE.UU., es actualmente semejante a la de algunos
países "adelantados" africanos (alrededor de 60 años),
y estas cifras no son interpretadas como desigualdades en la atención
de la salud, sino como "variaciones", según el léxico
que ha impuesto la visión econometrista de la sociedad. Las causas
más importantes no sólo serían económicas
(pobreza), sino fundamentalmente ignorancia en cuidar la propia salud,
con una clara ausencia del Estado. El mismo Estado que luego recibirá
al paciente ya muy enfermo y con un alto costo financiero y personal
para recuperarlo. Esto es un claro ejemplo del deterioro de la salud
y de una medicina cada vez más difícil de practicar.
¿No
cabría pensar, a estas alturas, que las leyes del mercado, aplicadas
a la administración de la salud sin un filtro adecuado, están
generando pacientes más enfermos y médicos menos médicos?
¿Acaso la prevención de las enfermedades no es lo que
se opone a un gran negocio de medicamentos y tecnología? Entonces
¿qué es avanzar en medicina: prevenir o curar?
La
investigación clínica resulta imprescindible para el bienestar
de los pacientes; trabajar como médico y no poder siquiera mensurar
nuestros resultados significa ignorancia y amputa el futuro, ya que
nada se puede corregir si no se conocen los hechos y sus resultados.
Sin embargo, pensar que todo paciente debería participar en un
ensayo (investigación) de intervención terapéutica
es un exceso. Hoy, en los grandes hospitales de los países más
desarrollados, un número creciente de pacientes son incorporados
a diferentes protocolos, muchos de ellos patrocinados por la industria
farmacéutica o de tecnología médica. Esto ha generado
un nuevo conflicto de interés, ya que una porción importante
de los ingresos de las instituciones de salud y de los médicos
en general depende de los ingresos derivados de la investigación
clínica. Muchos de los denominados "protocolos de investigación"
son encubiertamente estudios de marketing científico.
Un
artículo reciente publicado en American Respiratory and Critical
Care Medicine por S. B. Benatar, director del departamento de bioética
de la Universidad de Cape Town, en Sudáfrica, acerca de las enfermedades
respiratorias en el mundo globalizado da cuenta de que el presupuesto
en promoción y marketing de las compañías farmacéuticas
es superior a ¡once mil millones de dólares por año
solamente en EE.UU.! Es fácil entonces comprender por qué
los medicamentos son tan caros.
Los
médicos, actualmente, estamos tironeados por dos factores de
poder que minan nuestra libertad de elección: por un lado está
lo que se puede indicar según quién sea el financiador
(Estado o seguros de salud) y por otro la imperiosa necesidad de reducir
costos, ya que el precio final de un paciente puede no encontrar un
límite y más caro no siempre es mejor tratamiento. A lo
anterior debe agregarse que la llamada industria del juicio por mala
praxis ha generado el desarrollo de una "medicina defensiva"
basada en un aumento desmesurado en la solicitud de prácticas
de diagnóstico y tratamientos, muchas veces fútiles, como
defensa frente a futuros litigios.
En
el subdesarrollo
Del otro lado de la frontera del "mundo rico", la mayor dificultad
no es sólo la ausencia de recursos sino su mala administración.
La copia de soluciones importadas sin un análisis de la realidad
local sería la segunda causa de malos resultados. Y, finalmente,
la ignorancia no sólo de conocimientos, sino también por
ausencia total de registros de las enfermedades asociada a una investigación
prácticamente nula.
En
la mala administración relacionada con décadas de prácticas
irregulares y oscuras nuestro país tiene un modelo -aunque no
el único-, que es el servicio a los jubilados (PAMI). En copiar
soluciones sin un análisis local, en nuestro medio ha sido catastrófica
la compraventa de instituciones de salud por empresas cuyo único
móvil era hacer un buen negocio, ya que el mercado paga el menor
salario para un mismo trabajo. Y hasta "un mismo trabajo"
ni siquiera es equivalente: no es disparatado decir, por ejemplo, que
los antecedentes mínimos para dirigir una terapia intensiva son
veinte años de profesión y acreditada experiencia; sin
embargo, he visto reemplazar a prestigiosos colegas por aprendices de
la noche a la mañana.
Parecería
que nuestros países copian las contradicciones del mundo desarrollado
y no sus soluciones. En el desarrollo -aun con las contradicciones mencionadas-
hay reglas de juego más claras: hay calificación estricta
en los concursos, se observa con lupa la calidad y los derechos y obligaciones
están balanceados. Además, se planifica. En el subdesarrollo,
donde la planificación es imprescindible, se improvisa.
La
ignorancia también sucede. Y una de las causas más importantes
es la proletarización de la profesión; médicos
mal formados durante décadas y con trabajos precarios dan por
resultado una mala medicina global para el subdesarrollo. Menos del
20% de los médicos que egresan de las universidades tienen la
posibilidad de una adecuada formación de posgrado. Los restantes,
a pesar de las excepciones, se convierten en profesionales que, si bien
con mucho esfuerzo logran cierta formación autodidacta, favorecen
involuntariamene los caprichos del mercado al recibir salarios pauperizados
y practicando una medicina llena de riesgos.
La
comunidad médica no está exenta de responsabilidades dentro
de esta crisis global y local. Los ministros de Salud, directores de
empresas de salud, directores de hospitales, presidentes de colegios
médicos, presidentes de sociedades científicas, incluso
algunos directores de la industria son médicos; sin embargo,
es muy difícil encontrar acuerdos y deponer intereses para el
bien común.
Sería
bueno recordar a John A. Morris en su discurso de asunción como
presidente de la Asociación de Cirujanos de Trauma, en EE.UU.
"Las sociedades científicas -dijo- deben tener un rol envolvente
basado en los siguientes principios: proveer de un espacio de discusión
para crear contenidos científicos, educacionales y de práctica
clínica; adjudicar un valor a cada uno de estos contenidos; difundir
los contenidos por medio de publicaciones, congresos, jornadas o reuniones;
estimular la discusión entre sus miembros y crear productos de
valor para sus miembros. Finalmente debemos entender que los médicos
seremos exitosos y nuestros pacientes bien tratados únicamente
si recordamos nuestra misión. Y nuestra misión no es la
misión del mercado."
El
autor es vicepresidente de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva
y jefe de Clínica de la unidad de terapia intensiva de adultos
del Hospital Italiano
La Nacion, 28 de septiembre de 2004