Más
control, mejor atención de la salud
Por Aquiles J. Roncoroni
En 1940, ingresamos en la Facultad de Medicina de la UBA, previo examen
de ingreso (salvo los egresados del Colegio Nacional de Buenos Aires,
yo entre ellos) alrededor de 500 aspirantes a médicos. En 1946,
el régimen populista gobernante estableció el ingreso
irrestricto y eligió arbitrariamente a las máximas autoridades
de la UBA. En 1958, Risieri Frondizi instaló la universidad de
la excelencia, liquidada en 1966. Las sucesivas intervenciones militares
causaron la pérdida de centenares de profesores. En 1983, los
denominados "decanos normalizadores", reunidos en un llamado
consejo superior, establecieron el régimen actual de ingreso,
facilitado por un curso ad hoc.
La
universidad es hoy autónoma y debe seguir siéndolo. Sólo
cuando se pierde la libertad académica se ve que la iniciativa
y la creatividad dependen, inseparablemente, de la autonomía.
Pero la politización creciente de la Universidad de Buenos Aires
y el obligado clientelismo han causado un aumento en el número
de médicos: uno cada 300 habitantes, el doble de lo recomendado
por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Además,
hay escasez de médicos en zonas pobres o de escasa población,
mientras que en la ciudad de Buenos Aires tenemos un médico cada
86 habitantes.
Es
curioso que los mismos que rechazan la teoría neoliberal del
derrame de la riqueza desde los sectores más ricos hacia los
más pobres sostengan que esta superabundancia de médicos
soluciona los problemas de la salud. Cómo responderá cada
médico en situaciones de apremio para el enfermo dependerá
del tamaño de la lista de "clientes" que necesite para
subsistir y de la ética que tenga. Inevitablemente, la acumulación
de esfuerzos comprometerá su práctica.
El
Estado compromete demasiados recursos para sostener una masa de médicos
que no necesitamos, recursos que son sustraídos del cuidado de
la salud. Sería razonable que hubiera mayores exigencias para
graduarse. Curiosamente, ocurre lo contrario. En nuestra repleta Facultad
de Medicina, los alumnos, a diferencia de lo que pasa en Cuba, pueden
rendir examen o recursar la materia indefinidamente. Por eso es tan
alto el número de alumnos crónicos (hecho también
imposible en un país como Cuba).
Con
la organización actual, es difícil no graduarse. Creo
firmemente, por el contrario, que las ventajas de la educación
terciaria deben estar disponibles sólo para los decididos a realizar
el esfuerzo necesario para capacitarse. No se debe engañar a
los adolescentes haciéndoles creer que es posible obtener algo
sin esfuerzo. Mis alumnos dicen que mi criterio es elitista. Es, sin
embargo, el criterio habitual en la vida privada. Nadie elige a sabiendas
un mal médico, un mal libro o una mala película. Y eso
puede ayudar a los médicos, autores o cineastas desechados a
que mejoren.
El
Estado prefiere pagar poco a numerosos médicos antes que el triple
a la tercera parte. Exagerando un poco, se podría decir que la
función más importante del médico es irse lo más
rápido posible a su otro lugar de trabajo. No parece reconocerse
que el progreso médico y la mejor atención no se relacionan
con los traslados, sino con el intercambio de conocimientos y con el
contacto prolongado con los pacientes internados. Es frecuente que médicos
de la ciudad de Buenos Aires trabajen en Pilar, y viceversa.
Un
célebre economista inglés, David Ricardo (1772-1823),
describió la denominada "ley de hierro", que establece
que el monto del salario es la resultante del número de trabajadores
disponibles. En los márgenes del sistema, el salario es aquel
que aceptan los médicos menos capacitados o los más apremiados
económicamente. El exceso de médicos permite hoy a las
empresas de salud no sólo pagar salarios marginales, sino también
establecer un férreo control restrictivo de las prácticas.
Se agrega el racionamiento "por retardo", tolerado por médicos
cuya responsabilidad está comprometida por el temor a su cancelación
de la cartilla de la empresa de salud.
El
cuidado de la salud es una responsabilidad irrenunciable de los ministerios
nacional y provinciales. Esa responsabilidad puede ejercerse estableciendo
la licenciatura obligatoria para el ejercicio de la medicina, tal como
ocurre en los Estados Unidos.
Los
ministerios de salud deberían establecer tribunales independientes
de evaluación teórico-práctica de los diplomados
de la UBA. Esto es cada vez más necesario, dado que las autoridades
están permitiendo que comiencen su práctica cerca del
70% de los egresados sin pasar por las residencias médicas que
los capacitan, bajo supervisión.
Mecanismos
como el propuesto existen en los Estados Unidos desde 1912, cuando se
creó la Federación de Exámenes Estatales de Medicina.
Las
calificaciones requeridas son: 1) Elevada conducta ética y moral
del candidato; 2) Final exitoso de del currículum médico
de una escuela aprobada; 3) Calificación aprobatoria del examen
de licencia.
Las
responsabilidades de las escuelas médicas son determinar el programa
de estudios y conferir el título de médico a quienes hayan
cumplido con el entrenamiento. La responsabilidad de las autoridades
de la licenciatura es asegurar que el entrenamiento médico haya
sido adecuado en todas las áreas que constituyen la práctica
médica general.
La
Federación debe vigilar de modo permanente la corrección
de la práctica médica y está facultada, luego del
debido proceso, a suspender o revocar la licencia para ejercer la medicina.
Lleva, además, un registro nacional de faltas que permite conocer,
consultando por Internet, los antecedentes de cualquier médico.
Cuando
hay un exceso nacional de médicos es más imperativo aún
garantizar que sólo aquellos que demuestren el más alto
nivel de capacitación serán autorizados a practicar la
medicina. La licenciatura puede dar esta garantía.
El
autor es profesor emérito de la UBA y miembro de la Academia
Nacional de Medicina.
La Nacion, 28 de septiembre de 2004