«RODRIGO»
Decía Homero que ningún mortal, sea cobarde o valiente,
puede sustraerse a su destino, determinado por los dioses. No lo pudo
el valiente Héctor, que sucumbió ante la furia de Aquiles,
a quien en aquella ocasión, protegieron los dioses del Olimpo.
No pudo después, sin embargo, el glorioso Peleida, evitar la
muerte a raíz de un certero flechazo de Páris, dirigido
por el dios Apolo.
Ahora aquí, en esta inefable Argentina, sucedió que el
Dios Zeus, el que amontona las nubes, decidió que Rodrigo debía
morir.
Así, quien ascendiera a la popularidad por la propaganda mediática,
murió en un vulgar accidente de automóvil, quizás
porque aviesamente el dios Baco, le aconsejó no ponerse el cinturón
de seguridad.
Y si a Héctor lo lloraron las mujeres troyanas y su padre el
anciano Príamo, aquí la muerte de Rodrigo enloqueció
a los periodistas amigos del "ranking" a tal punto, que ni
el intelectual Mariano Grondona pudo sustraerse a tratar su trágica
muerte en la pantalla, pasando a segundo plano el ajuste, la desocupación
y el romance de Shakira.
Sólo falta ahora que aparezca otro Homero para contar en inmortales
versos la tragedia argentina, si bien el pobre Rodrigo no murió
como Héctor en descomunal batalla por defender su ciudad, igualmente
su muerte fue tan llorada como la del héroe troyano.
Pero el nombre resulta emblemático porque hubo otro Rodrigo que
llevó a cabo también hazañas memorables, como Don
Rodrigo Díaz de Vivar, el conquistador de Valencia, de quien
se dice que hasta ganó una batalla después de muerto,
cosa que no le será difícil emular a su homónimo
argentino.
Esperemos que esta muerte no resulte como al de Héctor, un aviso
fatal y no tengamos los argentinos un final tan funesto como la recordada
Troya...