La
dama en cuestión, llegó junto a sus tres jóvenes
festejantes hasta un apartado rincón del barrio Los Viveros,
donde por apenas diez pesos los tiernos adolescentes (dos de ellos
apenas arañaban los quince años, el otro de 20) pudieron
tener sus -completos- quince minutos de gloria. La placidez y calidez
de la noche, las estrellas titilando en el firmamento, el amor fugaz,
transgresor, apresurado y sobre todo el riesgo de ser descubiertos
quizás los excitara aún mucho más. Sin embargo,
los riesgos eran muchos mayores y peligrosos que acabar la noche
en una celda: ni la dama ni los caballeritos se exigieron mutuamente
el uso de preservativos y el "tema" ni siquiera fue mencionado.
La dama quizás acostumbrada a optar por el dinero, sin concesiones
o la nada, o quizás porque ya no le importe tampoco nada
y los jovencitos por comodidad, pudor, inconciencia o ignorancia.
Todos perfectamente concientes (a esta altura) que los riesgos iban
más allá de pasar un mal momento. Luego, los unos
volvieron a sus casas, aquella a su puesto de trabajo... la noche
prometía ser larga y fructífera.
Había además otra inquieta y fría presencia
en aquellas sombras bajo los árboles que agitada y ansiosa,
contemplaba toda una noche también, para ella de larga y
fructifera siembra.
21
de enero de 2000
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