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PLANETA
RODRIGUEZ
(Historias no Oficiales)
«Referiré
aquí uno de sus más celebrados y espléndidos banquetes,
lleno de mil viciosas superfluidades y abominables lujurias, el cual nos
podrá servir de ejemplo para excusarnos de contar muchas semejantes
prodigalidades. Hizo, pues, fabricar en el estanque de Agripa una gran
balsa de vigas sobre cuya plaza se hiciese el banquete, y ella fuese remolcada
por bajeles de remo. Eran estos bajeles barreados de oro y marfil, de
encaje, y los remeros mozos deshonestos y lascivos, compuestos y repartidos
según su edad y abominables cursos de lujuria. A las orillas del
estanque había burdeles llenos de mujeres ilustres, y por otra
parte se veían públicas rameras desnudas y haciendo gestos
y movimientos deshonestos: y llegada la noche, el bosque, las casas y
cuanto había alrededor del lago comenzó a resonar y a responder
con ecos de infinitas músicas y voces, resplandeciendo todo con
antorchas...» Los
Anales, L. XV, Tácito
Inmediatamente
a la descripción de Tácito -sin abundar en detalle- de esta
típica y pintoresca francachela romana organizada por el célebre
Nerón, le sigue el relato del pavoroso incendio de Roma ocurrido
aquel 18 de julio del año 64. Orgías e incendios, que tanto
material dieron para los inolvidables pastiches de Hollywood.
Reemplacemos
el marfil y oro por una construcción más tosca y modesta, típica
de suburbio rodriguense; a las gráciles doncellas ataviadas con túnicas
corriendo casquivanamente entre arbustos y estatuas de mármol por un
par de vecinas amatronadas en un intento de jardín rodeando la vivienda;
el dulce fondo de liras y flautas por música bailantera y el vino por
cerveza y tendremos aproximadamente el cuadro -también pintoresco-
del festejo organizado por aquel matrimonio celebrando no se sabe qué,
a unas cuantas cuadras de la ruta 5 yendo hacia Luján.
Sucedió hará quince días atrás y los invitados
empezaron a llegar al mediodía. La cerveza ya estaba fría y
el calor y la sed invitaba a consumirla. La anfitriona -muy dada ella- y algo
achispada, empezó a excederse en la dedicación que toda buena
convidante debe a sus invitados del sexo fuerte, y el marido, harto de llorar
hasta entonces su empecinada costumbre de prodigar tan generosamente sus afectos
y quizás ya resignado y consolado en la bebida y quizás también
por un excesivo celo en complacer a sus invitados como dueño de casa,
optó entonces por compartir los gustos de su esposa más allá
de los razonablemente compartible. Entre pitos y flautas ya eran alrededor
de 20 personas, y nada más que tres mujeres... las horas y la cerveza
corrían y como la necesidad tiene cara de hereje, entre los hombres
(muchos padres de familia de la zona) lo que había comenzaso con bromas
y pícaros toquecitos desencadenó en un revoltijo en el que costaba
distinguir sexos y miembros en una parafernalia a la vista de transeúntes,
pues la algazara se desarrollaba en el jardín frente a la calle. A
media tarde, vecinos solidarios advirtiendo que a pesar de arreglarse los
convidados sin probleas, decidieron espontáneamente prestar su auxilio
solidario entre tanto jaleo, convocando a algunas señoritas bien predispuestas
de las que tuvieran a mano y participar en algo que no sabían que cosa
era lo que se festejaba, pero valía la pena compartirlo.
¿Cuentos nuestros, exageración periodística? Los vecinos
que hayan participado -y son unos cuantos- y los ocasionales (y sorprendidos)
transeúntes saben muy bien que así como lo contamos -y sin abundar
en detalles- sucedieron las cosas... |
La
jarana terminó alrededor de las 8 de la noche, pero entre los exhaustos
y acabados convidados, quedó un chico de catorce años, que debió
lucir unos cuantos días un pañuelo en el cuello para ocultar
los moretones que bestias le habían provocado en sus manoseos durante
su descontrol
Pero
esta vez no nos sentimos como Tácito a relatarlo simplemente «para
excusarnos de contar muchas semejantes prodigalidades» sino para lamentar
el hecho de que si al relato de la orgía de Nerón le siguió
el terrible incendio de una ciudad. A nuestro relato de hoy, le sigue, apenas
unos catorce días después, la internación de un chico
de catorce años en el hospital local con un cuadro de meningitis.
Que es tan terrible, precisamente, como el incendio de una ciudad.
Acción,
viernes 5 de febrero de 1999 |
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