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Genaro.com
Raquel I.Heffes
Ese día Genaro
salió apurado de la escuela, corrió en dirección a las vías sin detenerse
a jugar a la pelota y las bordeó siguiendo una huella larga entre el pastizal,
por una calle de tierra dejó atrás dos cuadras arboladas de quintas, siguió
costeando el vivero hasta el fin del alambrado y, sin aminorar la marcha,
tomó por un camino angosto y enmalezado, le devolvió el saludo al viejo que
arreglaba el cerco y rodeando la casilla de las gemelas cruzó por el terreno
que la separa de su casa. Sin mucho esfuerzo apartó el alambre tejido, le
dió un abrazo al perro que festejaba su llegada y con el cuaderno entre las
piernas, flacas como huesitos de rana, se puso a bombear el agua que tomó
del chorro. Algo repuesto soltó las cadenas a la puerta, dejó al entrar su
delantal abandonado sobre el catre y comió un poco del arroz de la olla. A
eso de las siete regresaba Teresa chapaleando barro con el pantalón a la rodilla,
casi se le había hecho de noche, una lluvia había dejado el camino intransitable,
de todos modos, aunque hubiese tenido con qué pagar, los remises no entraban
y para colmo, sobre el cansancio del día, el colectivo había pasado por alto
la parada. Genaro la esperaba ansioso, sin fuerzas ni para pensar Teresa se
daba un respiro, no había sido un buen día, su patrona tampoco había cobrado,
los cheques le venían de vuelta, sin fondos, ¿te das cuenta, Teresa?. Y no
era que no entendía su situación, pero algo pudo haberle dado.
Echaba el
agua al primer mate cuando al fin se dió cuenta, ¿qué escondés vos ahí?, a
Genaro se le encendieron los ojos, rápidamente extendió el brazo y le mostraba
sonriente un papel en la palma de la mano, ¿qué es, Genaro?, volvió a preguntarle,
Genaro se apuró a alisarlo entre los dedos, leyó despacio, sin omitir un punto,
su flamante dirección de e-mail.
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