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El
hijo dilecto
Raquel I.
Heffes
En el Nacional
no cabían dudas, Miguel era el más aplicado y el que siempre se conducía con
propiedad, ya era así, puntilloso y responsable hasta el delirio, el rector
no podía evitar una sonrisa de satisfacción, cómo hubiera deseado que fuera
su propio hijo. Tenían la misma edad pero aptitudes diferentes, Tomás era
un soñador empedernido, vivía contorsionándose y, ¡por Dios!, a un ritmo aterrador,
dos polos opuestos, y sin embargo muy amigos, no podía entenderlo. Quizás
fuera por la forma tan poco vanidosa de Miguel, en la indolencia y el desparpajo
de sus compañeros veía virtudes inalcanzables y las andanzas de los más incorregibles
lo cautivaban como si fueran versiones agiornadas de Juvenilia. Por extraña
paradoja, los menos destacados pasaban a ser ídolos del número uno, un ida
y vuelta que conquistaba hasta el más díscolo. A punto de egresar del Nacional
decidieron reunirse en las inmediaciones de las vías, el festejo no podía
ser menos que una borrachera o unas pitadas alucinantes, vamos chabón, pero
Miguel no pasaba del primer intento, soy un flojo hermano, decía con una risa
franca y lo palmeaban condolidos, ser así era una verdadera una carga. Un
motivo más de beneplácito para el rector era su amistad con Tomás, en toda
su trayectoria docente no recordaba un alumno con los méritos de Miguel, algún
rédito obtendría de tan buena junta. Resaltó sus valores en el emotivo acto
de fin de curso y el gesto hizo trascender su ejemplo para orgullo de toda
la comunidad. Distinguido como hijo dilecto de la ciudad, Miguel no podía
faltar a las fiestas juveniles, todos deseaban en sus hogares a ese modelo
emblemático de probidad. Sin embargo, nada más fugaz que aquella gloria. Poco
tiempo después, mientras su amistad con Tomás se estrechaba, el rector se
convertía en su primer y más destacado detractor, no desperdiciaba oportunidad
de hacer comentarios bochornosos sobre su persona y amenazaba furibundo con
confinar a Tomás en el punto más septentrional del continente. La popularidad
de Miguel crecía en sentido inverso, víctima del descrédito, los que antes
se disputaban su presencia ahora trataban de evitarlo y sus amigos prefirieron
una prudente distancia. La situación se hizo insostenible, finalmente Miguel
y Tomás tuvieron que optar por un alejamiento voluntario, el rector respiró
con alivio y la comunidad vió disiparse la amenaza, los valores incólumes
y la descendencia protegida, por fortuna habían elegido un lugar bastante
apartado de la ciudad para recluir su censurada intimidad.
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