Quintana en Tello.
  Te has dormido en el tiempo
  recostado en la sombra de las nieblas.
  Esperas resignado que llegue a ti la noche
  de la muerte en el olvido.
  Te contemplan los ojos marchitos
  de la loma que muere a tu vez
  dando vida a efímeros campos de abrojos,
  ascienden las paredes los zarzales,
  la pradera se aprieta de yerbajos,
  a la tierra se le pudren las entrañas
  y a la iglesia la pueblan madreselvas.
  El Campo Santo con amor te abraza, te circunda
  a ti todo, cementerio de recuerdos.
  Sueña la fuente con las risas
  de los niños ausentes, con los cubos de cinc
  rebosándose en sus bocas.
  Te estás muriendo verde y negro
  color de campo yermo
  y carretera
  Quintana Tello viejo.
  Quintanaentello, más viejo pues te mueres
  acunado en el tiempo, pero mueres.
  Yo te recuerdo vivo,
  yo te sueño vivo en mi nostalgia
  asomando entre las grietas del recuerdo
  como una fotografía en movimiento.
  Se puebla mi memoria de colores,
  el olor de las árgomas quemadas,
  el humo en las horneras, el aroma del pan,
  el chirrido de las altas ruedas de acero de los carros
  ludiendo entre los cantos
  de las viejas callejas aplastados por el paso de los años.
  Quiero ver a lo lejos, doblada la cerviz sobre la gleba
  buscando resplandor en el pardo lucir
  de los terrones,
  tomando su fuerza del leño de la azada,
  a tus gentes.
  Se agolpan en las sombras de mis ojos
  tantos nombres y rostros
  desvaídos por los años. Matías,
  Daniel, José, Felicia,
  Eugenio, Blasa, Matilde, el padre Aurelio
  - aquel cura tan flaco, macilento -
  Baltasar, carpintero de ruedas y carros.
  Yo recuerdo el chopo en el rincón del huerto,
  a Raquel y a Florinda
  con sus trajes de niña simulando que
  esconden en sus ramas sus sonrisas.
  La amplísima familia de Varona,
  Amador - el otro cura - Benita y Domitila
  y Visi, Carmen e Isabel - la Bruja -
  Pepón, Elvira
  y más hijos y nietos, muchos niños
  alegrando con sus risas los corrales.
  Al final de la oscura calleja, isla en el cielo,
  la escuela
  contemplando por encima del hombro la torre de la iglesia.
  Ya no son realidades. Y tampoco fantasmas.
  Instantes de niño que, si tiendo la mano,
  los siento en la yema de la añoranza,
  acarician la piel de la memoria.
  Destellos en el alma,
  el sonido - tolón - de los campanos
  del rebaño moviéndose en las Rasas,
  la canción de los dalles laboriosos
  mientras tronchan las cañas,
  el olor de la yerba,
  el sentir de la tierra fecundada,
  el rumor del arroyo a su paso por la Brena,
  pregona serenidad en las enrañas,
  en Badioso, placidez,
  Quintanaentello.
  Tengo los ojos como las aves hembras
  cluecas,
  contemplando a este hijo, única memoria;
  sé que tu historia se hunde, aún
  más lejos del niño-hombre que soy,
  que no me pertenece
  y está escrita en el aire, cerrada en los recuerdos.
  Pero es tu historia guardada en el baúl
  de aquel ensueño vestido con rocío de nostalgia.
  Son destellos sentados en el tiempo.
  El tío Manuel, la Tiana, Herminia, Quico y Emeterio
  y Miguel - Miguelón - jugando con la arena,
  Aurelia en su delantalón recoge espigas.
  Y los Lobos. Camada de familia inofensiva
  que pululan, amagan y aúllan a la luna
  en busca de su propio sentido de la vida.
  Quintana en Tello.
  Yo no quiero morirte
  ni que mueras.
  Muérdeme la memoria por que yo también muero.
  Moriremos los dos, yo fuera del espacio
  y tú fuera del tiempo. Serás solo recuerdo.
  Serás solo añoranza.
  Eres solo camino en la distancia
  
Jose Luis Abad Peña