José
Ángel Valente es, sin duda, uno de los
escritores españoles más importantes
y significativos de la literatura de postguerra,
pero, al mismo tiempo, es también una de las
personalidades intelectuales más relevantes
de la cultura europea del siglo XX.
Nacido
en Ourense el 25 de abril de 1929, vivió su
infancia y su adolescencia en Galicia, en cuya
Universidad comenzó a estudiar Derecho. En
los años cuarenta publicó versos en
gallego y se relacionó con el galleguismo
cultural, actitud lingüística que
brotará en los años ochenta con el
poemario Sete cántigas de alén
(1981), luego ampliado en Cántigas de
alén (1989), y con otros escritos en
prosa de motivación galaica. Además,
Galicia -y, particularmente, su ciudad natal- tiene
una importante presencia en su obra en
castellano.
La
obra en verso de José Ángel Valente,
muy personal e independiente, fue insertada con
mayor o menor fortuna interpretativa, pero
innegable perspectiva cronológica, en el
llamado grupo poético de los años
cincuenta o generación del medio siglo. Sin
embargo, el permanente alejamiento físico e
intelectual del poeta, la renovadora originalidad
de su obra y la deliberada desconexión de
uno y otra con respecto a dicho agrupamiento, hacen
de José Ángel Valente un autor
único y singular, ajeno a toda escuela y a
cualquier tendencia preestablecida. Se trata, en
fin, de un poeta diferente, que, como ya se
escribió, es lo mejor que se puede decir de
un poeta.
Su
trayectoria poética castellana es
sobradamente conocida por el lugar central que
ocupa en la literatura española de
postguerra y por su progresiva apertura a la
más avanzada modernidad europea. Así
lo atestiguan sus libros y opúsculos A
modo de esperanza (1955), Poemas a
Lázaro (1960), La memoria y los
signos (1966), Siete representaciones
(1967), Breve son (1968),
Presentación y memorial para un
monumento (1970), El inocente (1970),
Treinta y siete fragmentos (1972), El fin
de la edad de plata (1973), Interior con
figuras (1976), Material memoria (1978),
Tres lecciones de tinieblas (1980),
Estancias (1981), Tránsito
(1982), Mandorla (1982), El fulgor
(1984), Nueve poemas (1986), Al dios del
lugar (1989), No amanece el cantor
(1992, premio Nacional de Poesía) y
Fragmentos de un libro fututo
(2000).
Con
el título de Punto cero,
recogió su poesía en 1972 (incluyendo
también Treinta y siete fragmentos,
obra no publicada en edición independiente
hasta 1989) y en 1980. Fue antologado en Noventa
y nueve poemas (1981), por José-Miguel
Ullán, y en Entrada en materia
(1985), por Jacques Ancet, así como
traducido al francés, portugués,
italiano, inglés y alemán en libros y
revistas editados en Francia, Canadá,
Bélgica, Portugal, Italia, Gran
Bretaña, Estados Unidos y Alemania.
Además, alguno de sus poemas castellanos fue
traducido al gallego, mientras que su obra en
gallego fue traducida íntegramente al
castellano y al catalán.
Esporádicamente, escribió
también versos en francés, como los
contenidos en el pliego A Madame Chi, en
remerciement du réveil
(1982).
Su
conexión con la más granada
tradición poética occidental puede
apreciarse también en sus traducciones de
creadores de tan diversa procedencia
lingüística como John Donne, John
Keats, Gerard Manley Hopkins, Konstantinos Cavafis,
Benjamin Péret, Paul Celan, Eugenio Montale
o Edmond Jabés, así como, incluso, en
su versión inédita del prólogo
griego al Evangelio según San
Juan.
En
cuanto a su relación con la más
fructífera avanzada artística
europea, puede recordarse que es autor de libros de
arte en colaboración con pintores como
Antonio Saura (Emblemas, 1978), Antoni
Tàpies (El péndulo
inmóvil, 1982), Paul Rebeyrolle
(Desaparición Figuras, 1982) o
Jürgen Partenheimer (Raíz de lo
cantable, 1991), así como con la
fotógrafa Jeanne Chevalier (Calas,
1980).
Cultivador
de la más rigurosa prosa poética y
narrativa, su primera obra de este género,
Número trece (1971), fue secuestrada
por la censura franquista y le ocasionó un
auto de procesamiento, pero pudo ser parcialmente
reunida en El fin de la Edad de Plata
(1973), ciclo complementado más adelante con
Nueve enunciaciones (1982).
Colaboró
muy asiduamente en la prensa cultural
española de postguerra, a veces en modo
polémico, pero siempre esclarecedor. Buena
parte de sus ensayos esparcidos por medios diversos
fueron reunidos en Las palabras de la tribu
(1971) y en La piedra y el centro (1983). A
este último volumen incorporó su
Ensayo sobre Miguel de Molinos, que había
servido de introducción a su edición
de la Guía espiritual, seguida de
Fragmentos de la «Defensa de la
contemplación», de dicho
místico heterodoxo (1974), textos sobre los
que volvió en prólogo y
edición posteriores (1989). Como Lectura
en Tenerife (1989) fue publicada una
presentación y selección de textos
propios leídos en dicha isla.
El
reconocimiento crítico de la obra en verso y
en prosa de José Ángel Valente fue
inmediato y perdurable, aunque no siempre estuvo a
la altura de su calidad literaria. Su primer libro,
A modo de esperanza, obtuvo el Premio
Adonais, mientras que el segundo, Poemas a
Lázaro, recibió el Premio de la
Crítica. Después de un cierto despego
de los medios culturales españoles en
beneficio de su independencia moral y creativa, se
reanudó su reconocimiento en aquellos al
concedérsele de nuevo el Premio de la
Crítica por Tres lecciones de
tinieblas, el Premio de la Fundación
Pablo Iglesias (1984) y el Premio Príncipe
de Asturias de las Letras (1988).
Desde
el principio, su obra mereció la
atención de los más importantes
estudiosos y escritores (desde Emilio Alarcos
Llorach a Pere Gimferrer), a veces
significativamente relacionados con espacios
diversos de Europa (como Oreste Macrí,
Gustav Siebenmann o María Zambrano), de
Africa (como Juan Goytisolo o Edmond Amran El
Maleh) y de América (como José Lezama
Lima, Andrew P. Debicki, José Olivio
Jiménez o Juan Gelman).
La
riqueza de géneros, formas, contenidos y
connotaciones multiartísticas de la obra de
José Ángel Valente, tan variada como
coherente, está fundamentada en la
máxima exigencia crítica y creativa
que cualquier escritor en castellano haya tenido
alguna vez. No en vano supone al tiempo la
culminación del ensamblaje de
maestría de la tradición
renacentísta y barroca castellana (San Juan
de la Cruz, Góngora, Quevedo),
conexión con el arte de la meditación
(metafísicos ingleses, ascéticos y
místicos españoles) y
asimilación universalista de la
tradición de la ruptura que postulaba
Octavio Paz (románticos alemanes e ingleses,
simbolistas franceses, postsimbolistas europeos y
americanos de vanguardia). Manifestación de
la verdadera vanguardia y conciencia crítica
de la sociedad contemporánea, la obra
literaria y la reflexión intelectual de
José Ángel Valente constituyen, en
suma, una aportación honesta, radical,
completa y absolutamente ejemplar a la cultura de
la búsqueda y del conocimiento.
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