Un silbido agudo seguido de un gran estrépito rompió la calma de la zona. Hojas y ramas saltaron por doquier mientras el cuerpo caído del aire atravesaba el follaje de los árboles, hasta llegar al suelo y quedar inerte, después de rebotar un par de veces en él. Durante unos momentos los graznidos de las aves, que habían levantado el vuelo asustadas por la repentina y violenta intromisión en sus dominios, llenaron el bosque. Poco a poco la calma fue regresando al lugar; las aves buscaron de nuevo cobijo entre las ramas de los árboles y sus quejas fueron apagándose...
Pasados unos minutos, el bulto que yacía entre la hojarasca después de su aparatosa llegada al lugar cobró movimiento. Un brazo se movió lentamente llevando la mano hasta una enmarañada cabeza. Los dedos buscaron entre los revueltos cabellos hasta dar con una protuberancia que crecía por momentos. El contacto de la inflamación hizo soltar un respingo de dolor a la figura caída, haciéndole soltar una exclamación...
- ¡Me ca...
Antes de acabar la frase un sordo rumor se oyó en la lejanía...
- ¡¡Me caí...!! ¡¡Iba a decir me caí...!! – dijo apresuradamente la figura que se había puesto de rodillas velozmente al sentir el creciente bramar que venia del cielo, dirigiendo su mirada al mismo.
Lo que parecía que iba a acabar en un gran estruendo perdió intensidad y se diluyó en el aire como había nacido... como un sordo rumor.
- Gracias... – dijo – al tiempo que enarcaba una ceja y una sarcástica sonrisa se dibujaba en sus labios mientras su vista seguía fija en las alturas.
Volvió a llevar la mano a la cabeza y un gesto de dolor hizo desaparecer la expresión irónica de su rostro.
- ¡¡Guauuuu...!! Menudo chichón me he hecho... – exclamó -.
Despacio y sintiendo doloridas todas las partes de su cuerpo, se puso de pié. Giró el cuello e inspeccionó las grandes alas que colgaban de su espalda. Hizo un gesto de desaliento al contemplar el lamentable estado en que se hallaban. Las blancas plumas estaban llenas de hierba y cubiertas por el manto que cubría el suelo del bosque. Estaban completamente desordenadas y tenían un aspecto deplorable. Aparte de eso, una de las alas se había partido por la mitad a consecuencia del golpe y la parte superior colgaba inerte sujeta milagrosamente al resto.
- Ya decía yo que esto de las alas provisionales no es cosa buena... - se lamentó al tiempo que llevaba las manos a su pecho y desabrochaba el arnés que sujetaba las alas, y dejaba caer estas al suelo -. Bueno, la culpa la tengo yo... por descuidado, - se dijo mientras las miraba -. Cuando me las dieron ya me advirtieron, que si bien funcionaban solas, de vez en cuando había que llevarlas al taller para revisarlas y tenerlas siempre a punto. Y he hecho caso omiso de esta recomendación y este es el resultado... - pensó mientras se palpaba la protuberancia de la cabeza -. En buen lío me he metido. Ahora sí que la tengo difícil para volver ahí arriba... Ya veremos como me las arreglo para regresar... si es que me dejan, - siguió pensando mientras recordó de pronto lo que había venido a hacer y su entrevista con el mandamás de los ángeles, antes de bajar del cielo -.
- Vamos a ver Uriel... ¿Cuánto tiempo llevas con nosotros?
- 6 meses, respondió la figura que se hallaba de pie ante la gran mesa de mármol blanco, detrás de la cual una entidad con grandes alas blancas le había hecho la pregunta.
- Ummmmm... ¿Y en 6 meses todavía no has conseguido las alas de verdad?
- Bueno... yo...
- Esta bien, está bien... Déjame ver tu expediente... Hummmmmmm... En este tiempo te han asignado dos misiones y por lo que observo con resultados que dejan mucho que desear.
- Hice lo que se me dijo... – respondió la criatura llamada Uriel con tono de protesta...
- Si, ya veo que te tomaste tu trabajo muy en serio y lo ejecutaste a rajatabla... Tu primera labor consistió en velar y proteger a Toni Alfaro, alias “El Bostero, ”... un mafioso del tres al cuatro. Pero hasta esa gente tiene derecho a su Ángel Guardián...
- Y así lo hice... – dijo Uriel -.
- Si, si... Lo hiciste tan bien que lo ayudaste otorgándole el don de la buena suerte... Atracó varios bancos... estafó millones a hacienda, aparte de muchas otras fechorías... y nunca pudo ser detenido. Ahora vive tranquilamente retirado en una isla del caribe... Y todo gracias a su “Ángel Guardián...”
Uriel sonrió tímidamente, al tiempo que un gesto de circunstancia se dibujaba en su cara...
- En tu segundo trabajo se te confió la custodia del granjero Malaquias y no se te ocurrió mejor idea que provocar un diluvio cuando sus campos atravesaban una época de sequía.
- ¡¡Yo solo quería ayudarlo!!...
- ¡Pero Uriel! ¡Provocaste tal inundación que el pobre Malaquias no tuvo mas remedio que crear una piscifactoría en sus antiguos campos de cereales...!
- Bueno... reconozco que se me fue la mano...
- No Uriel, no se trata de eso. Es que esa no es la manera en que un Ángel debe velar por la persona a su cuidado...
- ¿Entonces? - preguntó Uriel –
- Tendrás que aprenderlo por ti mismo... Entonces... y solo entonces... te convertirás en un verdadero Ángel y las alas que los distinguen brotaran de tu esencia...
- ¿Qué debo hacer para ello? ¿Tengo que esperar mucho?
- Nada... no tienes que hacer nada... y no seas impaciente. Aquí arriba tenemos todo el tiempo del mundo. Cuando llegue el momento te darás cuenta de ello y sabrás qué tienes que hacer.
- Esta bien. Esperaré a que llegue mi tiempo...
- Mientras aguardas, tienes una nueva misión que cumplir...
- ¿Quién? ¿Yo? ¡¡Si me acaba de decir que no sirvo para esto...!!
- Yo no dije tal cosa... Solo dije que te falta madurar y que la labor de un Ángel no consiste en salvar las riquezas ni los bienes materiales de los hombres...
- Esta bien... está bien, haré lo que pueda... ¿Quién es el “afortunado” que caerá bajo mi protección?
- Se trata de Ignacio, un niño...
- Ahhhh... Me gusta... Los niños son fáciles de proteger...
- No Uriel, los niños necesitan mas cuidados que las demás personas... y este en especial...
- ¿Y por qué este en especial? ¿Acaso no es como los demás niños?
- Si, si que lo es...
- ¿Entonces...?
- Ya te darás cuenta tu mismo... Forma parte de tu aprendizaje... No te puedo decir nada más.
- Vale, vale... ¿Cuándo he de partir?
- En el momento en que se acabe esta entrevista. Por cierto... no olvides pasar por el taller a que den un vistazo a tus alas provisionales...
- Si, si...
- Y una última cosa... Hemos observado que eres muy propenso a soltar cierta clase de palabras, llamémoslas “malsonantes”, y esta es una cuestión que El Jefe no tolera. Se enoja mucho si uno de nosotros va diciendo por ahí esa clase de expresiones. Me parece que ya habrás tenido oportunidad de escucharlo...
- ¡¡No me diga que los truenos que he sentido últimamente, aún en días sin una sola nube, eran obra de Él??
- Sí...
- ¡¡La hos...
- ¡¡¡Uriel!!! – le cortó la entidad celeste antes que el aprendiz de ángel terminara de hablar...
- ¡La hora! ¡Que es la hora de irme! – dijo apresuradamente y dando media vuelta se marchó muy deprisa antes que “El Jefe” dejara oír su voz.
Había llegado por fin a la pequeña ciudad en la cual vivía Ignacio. El viaje había sido un poco largo desde el punto en que cayó. Otra vez se regañó a si mismo por no haber llevado las alas al taller antes de partir.
- ¡Un burro...! ¡Eso es lo que soy...! Me hubiera evitado esta caminata si hubiera hecho las cosas bien... y también me hubiera ahorrado el chichón. Burro... ¡que soy un burro! - iba lamentándose mientras buscaba la casa de su protegido -.
No tardó mucho en encontrarla. Estaba situada en una pequeña avenida, donde todos los edificios eran prácticamente iguales, diferenciándose entre si solo por los pequeños detalles que cada familia diera al exterior de su vivienda. Eran casas de dos plantas, con tejados inclinados y de ladrillo rojo. A un lado de estas se hallaba el garaje, al cual se llegaba atravesando un pequeño jardín, rodeado de una coqueta cerca de madera pintada en la mayoría de los casos de blanco.
La zona hablaba de cierta prosperidad...
- Son gente trabajadora – pensó - . Sin duda se ganan bien la vida en oficios cualificados.
Se acercó a la entrada de los jardines y leyó: Calle del Buñuelito Nº 93.
- Vaya... soy un tipo con suerte... Justo la casa que buscaba...
Paseó la vista por el interior del jardín y allí, sentado en la hierba bajo un gran roble, descubrió la figura de un niño que estaba absorto intentando hacer algo con sus manos, algo que Uriel, debido a la distancia, no podía apreciar qué era.
No le cupo la menor duda de que se trataba de Ignacio, su nuevo protegido.
Atravesó la pequeña cerca y se encaminó hacia el niño. Cuando llegó a su lado se sentó cerca de él y miró atentamente lo que Ignacio hacia. El joven pareció no reparar en la presencia de un extraño... cosa muy lógica, pensó Uriel, pues él era un ángel y los ángeles son invisibles para la gente.
Prestó atención a las manos del niño y pudo ver lo que mantenía tan absorto a este. Se trataba de una cadenita de oro, la cual se había roto por uno de sus diminutos engarces. Ignacio trataba de pasar el pequeño aro partido por otro, para así poder cerrar la cadena, pero sus temblorosas manos no atinaban con el agujero y sus esfuerzos resultaban vanos. A pesar de todo, él insistía una y otra vez sin desfallecer.
Durante unos minutos Uriel contempló los fallidos intentos del niño por arreglar la cadenita. Pequeñas gotas de sudor cayeron sobre las manos de Ignacio, provenientes del rostro, oculto a la mirada del ángel debido a la postura inclinada que el joven mantenía en su afán de arreglar la alhaja.
Uriel pensó en lo que le habían dicho arriba antes de partir. Durante breves instantes sopesó la situación. Sabia que no tenia que intervenir, pero una nueva gota de sudor cayendo de la frente del niño hizo que olvidara toda recomendación recibida, y moviendo suavemente una mano, hizo que el engarce roto se metiera por el otro y se soldara sin dejar rastro de rotura.
- Gracias, - dijo Ignacio -.
La sorpresa se instaló en el rostro del ángel. Por unos momentos no fue capaz de reaccionar. Después pensó que el niño se dirigía a otra persona y miró a su alrededor.
No vio a nadie; estaban solos en el jardín, por lo tanto el niño se había dirigido a él. ¡Pero es imposible... no puede verme! – se dijo -.
Ignacio levantó lentamente la cabeza y dirigió la mirada hacia el ángel. Uriel no tuvo duda de que el joven lo estaba viendo cuando observó su cara reflejada en las grandes pupilas del niño.
- Ho... hola –balbuceó –
- Gracias... repitió el niño.
- ¿Por qué? Yo no hice nada – dijo Uriel tratando de ganar tiempo para amoldarse a la nueva situación. No esperaba lo sucedido, ni muchos menos hubiera imaginado nunca que una persona normal pudiera verle y hablar con él.
- Si... si que hiciste. Arreglaste mi pequeña cadenita. Te vi mover la mano levemente y después la cadena se arregló sola. Fuiste tu...
- ¿Me has estado mirando todo este rato?
- Si, desde que te paraste a la entrada del jardín.
- ¿Y por qué no me dijiste nada?
- Tu tampoco saludaste cuando llegaste... – dijo Ignacio.
- Bueno... si... perdona, pero creía que tu no me veías...
- ¿Por qué no iba a verte?
- Déjalo... cosas mías...
- Como quieras...
- ¿Es tuya esa cadenita de oro?... Es muy bonita – preguntó Uriel -.
- Sí... bueno, no... Es de mi mamá. Se pondrá muy contenta cuando vea que ya está arreglada... ¿Te apetece un refresco? ¡Te invito! Es lo menos que puedo ofrecerte después de lo que has hecho.
- Esta bien, acepto... Pero conste que yo no hice nada...
Ignacio miró a Uriel y en su rostro se dibujó una sonrisa entre irónica y triste. No dijo nada y lentamente se puso en pie.
- Ven. Acompáñame a la cocina.
- Oye... espera...
- ¿Si?
- ¿Hay alguien en casa?
- ¡Claro! Está mamá Marta...
- ¡Ohhh! Bueno... veras... es que yo soy un poco especial ¿sabes? – dijo Uriel pensando en la difícil situación en que se vería el niño si alguien lo veía hablando con alguien inexistente.
- ¿Especial? ¿A qué te refieres?
- Pues... mira... no sé cómo explicártelo... Verás... la gente no puede verme. Soy... digamos que soy invisible para las personas... ¡¿Aunque todavía no me explico como tu puedes verme?! No... no estoy loco... ¡Es la verdad! – exclamó Uriel al ver que la sonrisa irónica se acentuaba en la cara del niño...
- Esta bien... no te preocupes... no te delataré. Vamos, acompáñame...
Uriel se sorprendió ante la naturalidad con que el niño había tomado sus palabras y caminó detrás de él extrañado ante el raro comportamiento de este.
Entraron en la vivienda e Ignacio se paró en el recibidor...
- ¿Ves esa escalera? Lleva a mi habitación... Es la segunda puerta. Sube y me esperas allí, mientras yo voy a buscar los refrescos.
- Está bien...
Uriel subió por la escalera, mientras el niño desaparecía por una puerta. Antes de llegar a la habitación indicada sintió la voz de Ignacio y la respuesta de una mujer, que supuso sería la madre. No entendió lo que hablaban y dirigiéndose a la segunda puerta, abrió esta y entró en el cuarto del joven.
Avanzó hasta el centro del cuarto y dio una vuelta sobre si mismo mientras inspeccionaba este. La estancia no era muy grande y estaba limpia y ordenada... Extrañamente limpia y ordenada, pensó Uriel.
Se acercó a una estantería y observó los libros perfectamente ordenados en ella. Volúmenes de aventuras infantiles, un par de libros sobre la vida marina y unos cuantos cómics sobre el héroe de moda. A un lado del estante y separado de los demás libros, un grueso volumen parecía fuera de lugar. Cogió este y abriéndolo por las primeras páginas, lo ojeó.
Era un libro de medicina de reciente edición que trataba sobre la terrible enfermedad que azotaba al planeta desde finales del siglo XX. Extraña lectura para un niño... reflexionó Uriel.
Dejó el libro donde lo había encontrado y se dirigió a la cama, sentándose en el borde de esta, a la espera del pequeño.
Este no tardó en llegar con dos vasos de refresco, uno en cada mano.
- Ya estoy aquí – dijo a modo de saludo -. Toma, está fresca.
- Gracias –respondió Uriel –
Ignacio se subió sobre la cama y se sentó cerca de la cabecera cruzando los pies. Durante unos instantes ninguno habló, limitándose a dar pequeños sorbos a sus respectivas bebidas.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó el niño rompiendo el silencio...
- Uriel... Me llamo Uriel...
- ¡Ahhhh! Curioso nombre... Yo me llamo Ignacio... pero todo el mundo me dice Iñaki.
- Bueno... pues es un placer conocerte Iñaki –dijo el ángel sin revelar que ya sabía el nombre del niño-
- Gracias... igualmente –respondió este -. Oye...
- Dime...
- ¿Dónde están tus alas?
La pregunta pilló a Uriel totalmente de sorpresa, haciendo que el vaso que mantenía en su mano resbalara y cayera esparciendo su contenido sobre el cubrecamas.
- ¡¡Mierda!!... exclamó, al tiempo que se ponía de pie y contemplaba cómo se iba extendiendo la mancha...
Al instante un lejano rumor se fue acercando y aumentando en intensidad hasta estallar en un gran trueno que hizo temblar los cimientos de la casa.
- Lo siento... yo... lo siento...
- No pasa nada... no te preocupes... Es raro – dijo Iñaki al tiempo que saltaba de la cama y se asomaba a la ventana de la habitación que daba al jardín -... Ni una sola nube... ¿Has sentido el trueno?
- Si... bueno... Seguro que cerca de aquí hay tormenta... – dijo Uriel sin creerse el mismo lo que decía -.
- Podría ser, pero no muy cerca de aquí... Se verían las nubes y el cielo está totalmente limpio. Debe ser lejos y sin embargo el trueno ha sonado muy, muy cerca... Muy raro... Bueno, olvidemos eso... anda... ayúdame a cambiar la ropa de la cama.
Mientras quitaban el cubrecamas y las sábanas manchadas, Uriel dijo...
- ¿Por qué me preguntaste antes por mis alas? ¿Qué te hace suponer que tendría que llevarlas?
- Sé quién eres... – respondió Iñaki sin dejar de alisar la sábana que estaba poniendo.
Uriel se quedó inmóvil y miró al niño...
- ¿Sabes quién soy? – preguntó incrédulo –
- Si... sé quién eres...
- ¡Vaya! Y según tu: ¿quién soy?
- Un ángel.
Uriel se sorprendió por la naturalidad con que el joven había dicho esto sin dejar de arreglar la cama y sin mirarlo ni una sola vez durante el corto diálogo.
- ¿Qué te hace suponer que soy un ángel?
- Lo sé... Te estaba esperando...
La capacidad de asombro de Uriel parecía no tener límites. Pasaba de una sorpresa a otra sin tiempo a asimilarlas...
- ¿Que... que me esperabas...?
- Si...
- Espera... espera... Aquí hay algo que no va bien... oye... supongamos por un momento... solo supongamos ¿eh?... que yo soy un ángel... Se supone que la gente no puede ver a los ángeles... ¿Cómo es entonces que tu me puedes ver?
- No lo sé...
- Vale. Eso quiere decir que no soy un ser celestial, puesto que tu me ves...
- Por favor... no te esfuerces... No me engañas...
- Esta bien, esta bien... Sigamos suponiendo que soy un ángel... ¿por qué me esperabas?
- Él me dijo que vendrías...
- ¿ÉL...?
- Sí... ÉL... Ya sabes a quién me refiero... a tu Jefe...
Esta misión se estaba complicando... Arriba no le habían dicho que el niño esperaba su visita. No... no era la manera de proceder normalmente...
- ¿Por qué me esperabas Iñaki? – preguntó Uriel intentando sacar algo en claro del lío que había en su cabeza...-
- El me dijo que vendrías y me llevarías con mi mamá...
- ¡¡Leches!! –exclamó para si -. Cada vez entendía menos lo que pasaba...
- ¿Pero tu mamá no está abajo?
- No... Esa es mamá Marta... Yo me refiero a mi mamá de verdad.
Uriel se quedó pensativo ante la declaración del niño... A estas alturas ya nada lo podía sorprender.
- Explícame eso, quieres?... No entiendo nada –dijo –
- Bueno, veras, es muy fácil... La mujer que está abajo es mamá Marta... Bueno, en realidad es tía Marta, la hermana de mi madre.
- ¿Dónde está entonces tu mamá? – preguntó Uriel temiéndose lo peor...-
- Está muy enferma... ¿Sabes? Está ingresada en un hospital... en un pabellón especial en el cual a mi no me dejan entrar.
Uriel pensó en el libro que anteriormente le llamara la atención y sintió una enorme pena al imaginarse cual sería la enfermedad que padecía la mamá de Iñaki, y el inexorable final que le aguardaba...
- Lo siento mucho Iñaki... de verdad. Si puedo ayudarte en algo, dímelo...
- Pues claro que si... para eso estás aquí... – respondió el joven -. Me tienes que ayudar a entrar en el sitio que tienen a mi mamá.
- Pero... ¿porqué no vas a visitarla con tu tía Marta?
- Ya te he dicho antes que a mi no me dejan verla...
- No lo entiendo... - Uriel no comprendía nada de lo que estaba pasando -.
- Bueno... veras... Mi mamá no fue muy buena... Cometió algunas faltas y frecuentó malas compañías. Su cabeza dejó de funcionar bien y me abandonó. Yo sé que lo hizo para no arrastrarme con ella a la vida de la que no podía salir. Recuerdo un día en que un amigo de ella vino a casa. Cuando marchó, había dejado una pequeña jeringa encima de una mesita... Yo la vi y fui a agarrarla, pero mamá se dio cuenta de mi acción y rápidamente se abalanzó sobre mí alzándome en brazos impidiendo que la tocara... Recuerdo que mamá se puso muy nerviosa y empezó a llorar... Me decía entre sollozos que nunca, nunca me acercara a una cosa de esas. Me lo repetía una y otra vez, al tiempo que me abrazaba y lloraba. Después de aquello montó en cólera y llamó por teléfono a su amigo, diciéndole atrocidades y que nunca jamás volviera por casa. Sentí que le decía que ya estaba harta, que lo iba a dejar, que no pensaba tomar mas mierda... perdón, pero esas fueron sus palabras... Después de un rato de chillar por el teléfono, colgó violentamente y allí mismo, sentada en aquel sillón, se hizo un ovillo y se puso a llorar. Yo me acerqué a ella y la abracé. Intenté limpiar su llanto, pero mi pañuelo pronto quedó empapado y sus lágrimas seguían fluyendo sin cesar.
Uriel contemplaba absorto al niño. Este narraba su historia sin apenas inmutarse. Pero un halo de profunda tristeza se reflejaba en la mirada de Iñaki.
El niño continuó hablando...
- En los siguientes tres días mamá se puso muy enferma. Se pasaba el tiempo tumbada en el sofá, bañada en sudor y temblando. Apenas se movió de ese lugar. Solo lo justo para atender mis necesidades. Al cuarto día descolgó el teléfono y solo sentí que decía: - ven enseguida... y trae una dosis... Al cabo de una hora, el amigo que días atrás había dejado la jeringa sobre la mesa, estaba allí. Mamá me pidió que me fuera a mi cuarto y así lo hice. Cuando más tarde vino a verme estaba más tranquila y los temblores habían desaparecido de sus manos. La vi sonreír y parecía que se encontraba feliz. Yo me sentí muy contento al ver que mi mamá de nuevo estaba bien.
Uriel comprendió lo que había sucedido en realidad y mirando al niño a los ojos, preguntó:
- ¿Tu sabias lo que tu mamá hizo cuando te mandó a tu habitación?
- No, no... Entonces no comprendía los frecuentes cambios de ánimo de ella. Ahora ya lo sé y sé para qué servían aquellas jeringas que mamá siempre trataba de ocultarme.
- Perdona... tal vez te haga una pregunta indiscreta... pero... ¿y tu papá? ¿Dónde estuvo tu papá durante esos días? ¿Dónde está tu papá ahora? – dijo Uriel -
- No lo sé... No lo conocí nunca. Una vez le pregunté a mi madre por él, y se puso muy triste y me dijo que yo no tenia papá... Después de aquello ya no le volví a preguntar mas por él.
- Lo siento... ¿Qué sucedió después? ¿Cómo fue que viniste a vivir con tu tía Marta? – preguntó de nuevo el ángel -... Sentía la necesidad de saber cómo acababa aquella historia.
- Bueno... Durante una temporada las visitas de aquel hombre se hicieron más frecuentes. Por ese tiempo el ánimo de mamá sufría cambios radicales cada vez mas seguidos. Un día se presentó tía Marta en casa, acompañada de otra mujer y un policía. Yo estaba en mi cuarto y sentí como discutían acaloradamente. Los gritos de mamá eran cada vez más fuertes y de pronto irrumpió en mi habitación y alzándome en brazos comenzó a decir: “No... ¡no me lo quitareis..!. No... ¡es mi hijo...!” Recuerdo que la mujer desconocida y el agente se precipitaron sobre ella y me arrancaron de sus brazos. Yo la rodeaba fuertemente, abrazado a su cuello. Al separarme de ella a la fuerza, entre mis manos se quedó la cadenita que tu arreglaste. Y eso es todo. Tía Marta me trajo a su casa. Y desde entonces vivo con ella.
- ¿No has visto a tu madre después de aquel día?
- Si... en cuatro ocasiones, pero siempre acompañado de tía Marta y de aquella señora que me había separado de mi mamá tan cruelmente... Ya hace seis meses desde la última vez que la vi. Tenía mal aspecto aquel día y estaba muy demacrada. Le pregunté si le pasaba algo, si estaba enferma, y me dijo que no, que se encontraba bien. Era mentira. Ella ya sabia entonces que estaba enferma... muy enferma... Ahora sé que desde aquel día su estado debe haber empeorado por momentos. Le pedí en varias ocasiones a tía Marta que me llevara a verla, pero siempre me está poniendo excusas. Y hace una semana oí como tía Marta le decía a su marido que a mamá le quedaba poco y que era conveniente que yo no la viera, pues su estado era lamentable.
Iñaki pasó el dorso de su mano por la cara y secó la lágrima que había resbalado por su mejilla. Uriel no tuvo más remedio que admirar la entereza con que aquel niño estaba relatando lo sucedido.
- Mi mamá se está muriendo ¿sabes?... y tengo que verla antes que eso suceda. Me tienes que llevar junto a ella.
- Pero... – balbuceó el ángel –
- ¡Por favor!... Tu puedes ayudarme... Llévame junto a ella... por favor...
Uriel se debatió en un mar de dudas. Las súplicas del joven le llegaban como dardos hirientes. La sorprendente historia de Iñaki le había conmovido, y a pesar de no poder dejar de sentir un profundo rechazo por el comportamiento que la madre tuvo con el niño, cedió a los ruegos de este.
- Está bien... Está bien... Haré lo que pueda, pero no sé cómo ayudarte. Tu mismo me has dicho que tu mamá está en un lugar especial y que no te dejarán entrar.
- ¡¡Pero tú eres un ángel!! Puedes hacer que pasemos sin que nos vean...
- Si, es verdad... – dijo Uriel, pensando que ya no tenia sentido el negar su condición. Muy bien... sea pues... Te llevaré junto a tu madre...
- ¡Gracias!...
Ahora se encontraban a la entrada de un gran complejo formado por diferentes construcciones. Sobre el arco de entrada se podía leer “Hospital General de Agudos”. La gente entraba y salía en un continuo fluir.
- Bueno, ya estamos aquí. Si esperabas que te trajera volando lo siento, pero perdí mis alas hoy precisamente. De todas maneras el viaje en bus tampoco ha sido tan largo – dijo Uriel con tono de disculpa –
- No te preocupes. No pensaba pedirte que me trajeras por los aires... – respondió Iñaki con cierto tono de sorna en sus palabras...- ¡Un ángel sin alas...! ummmmmmm... – acabó diciendo –
- Bueno, bueno... Menos pitorreo... Venga, vamos adentro. ¿Dónde estará tu mamá?
- No lo sé. Nunca me trajeron aquí. Tendremos que buscarla...
- Está bien. Dame la mano y así la gente no reparará en ti... Será como si fueras invisible; de esta manera podremos indagar sin levantar sospechas. Un niño solo en un lugar como este pronto llamaría la atención –dijo Uriel al tiempo que cogía la mano del niño y se adentraba en el inmenso complejo hospitalario -.
Durante largo tiempo vagaron por los distintos pabellones, salas y recepciones del hospital. Luego de un lapso que pareció una eternidad se hallaron ante una gran puerta, en la que un enfermero parecía hacer guardia. Sobre la misma, y en letras bien visibles, se advertía sobre las condiciones imperantes en el lugar... “ZONA RESTRINGIDA. SOLO PERSONAL AUTORIZADO”
- ¿Piensas que tu mamá puede estar allí dentro? – preguntó Uriel -
- Si... en una ocasión escuché que mis tíos hablaban no sé qué de la zona restringida...
- Está bien. Vamos a mirar – dijo el ángel al tiempo que empujaba la puerta y se adentraba en el lugar, sin dejar de sonreír al ver la expresión de asombro en la cara del enfermero al contemplar este cómo la puerta se abría y se cerraba sola -.
Se hallaron en un ancho corredor con puertas numeradas a cada lado. En cada una de ellas se podía ver una pizarra con un nombre, una fecha y distintos gráficos que para ellos carecían de significado.
Recorrieron las puertas leyendo cada uno de los nombres escritos en las listas. Pasaron ante 5 de ellas, cuando de pronto Uriel sintió que la mano de Iñaki le apretaba con fuerza. Miró al niño...
- ¿Está aquí tu mamá...?
- Si... si... ese es su nombre –respondió con voz trémula Iñaki mientras miraba la tablilla fijamente.
- ¿Vamos...? ¿Estás seguro que quieres entrar...? – preguntó el ángel al ver la turbación del joven –
- Si... si... – respondió Iñaki con voz apenas audible, al tiempo que abría la puerta –
La habitación se hallaba sombría. Era pequeña y un fuerte olor a desinfectante flotaba en el ambiente. En medio de esta, con la cabecera pegada a una pared, había una cama. Frente al lecho, en la pared opuesta, una ventana con las persianas a medio bajar daba paso a la poca luz que formaba la penumbra reinante en el lugar.
Iñaki se acercó al lecho mientras Uriel permaneció quieto en la entrada de la estancia tras cerrar la puerta, contemplando como el niño iba hacia su madre.
Una inmensa ternura y pena se reflejaron en la cara del joven cuando sus ojos se posaron sobre la faz de su madre... Un rostro demacrado, donde los huesos se marcaban con crudeza. Llagas supurantes cubrían la piel. Debajo de las sábanas se podía apreciar sin gran esfuerzo el estado de extrema delgadez de aquel cuerpo.
- Hola mamá... – casi susurró Iñaki, al tiempo que llevaba la mano a la cabeza de la enferma y le acariciaba la frente... - Hola mamá... soy yo... Iñaki... – dijo de nuevo ante el silencio que obtuvo la primera vez.
La mujer siguió inmóvil, con la mirada fija en el techo. Parecía que no se hubiera dado cuenta de la presencia del muchacho. Este llevó la mano al cuello de la mujer y buscó un signo de vida. Un suspiro de alivio se escapó de su garganta al notar unas levísimas contracciones que le indicaron que el corazón de su madre latía, muy levemente, pero latía...
- Escucha mamá... Sé que me estás oyendo... Estás muy débil para hablar... Mamá, no te preocupes... Te pondrás bien, ya lo verás... ¿Sabes? - continuó hablando Iñaki -, al tiempo que las lágrimas brotaban de sus ojos y corrían por sus mejillas... ¿Sabes mami? Te he echado mucho de menos... Si, mucho... todos los días he rezado por ti. ¿Yo te quiero sabes?. He sido un buen chico, sé que a ti eso te hubiese gustado. Si... he sido bueno... y he estudiado mucho... Bueno ma... en realidad te estoy diciendo una pequeña mentira... no he sido tan bueno... Ya sé que a ti no te gusta que me pelee con los demás niños... pero es que... Si los chicos en el colegio se hubieran metido conmigo, bueno... yo... pues no le hubiera hecho caso... pero... mamá... eran tán crueles. Decían cosas horribles de ti... ¿Sabes...? Si... Y yo no podía consentir eso... ¡No...! No mamá... Tu eres muy buena... si... yo lo sé. Solo... solo que te equivocaste... Si... te equivocaste. ¿Verdad mamá que te equivocaste...? Quizás si yo hubiera tenido un padre... no... no mamá... no te reprocho nada...
Uriel oía la entrecortada voz del niño y de sus ojos brotaron lágrimas al ver el sentimiento con que el muchacho hablaba.
Un llanto quedo acompañó las palabras de Iñaki quien siguió hablando a su madre...
- Mira...- dijo al tiempo que ponía a la altura de los ojos de la mujer la cadenita que llevaba consigo - Ves?... ¡Es tu cadena...! Yo la arreglé... bueno, no fui yo, fue Uriel... Uriel es un ángel... ¿Sabes? Si ma!... es un Angel sin alas!... jajajaja... Yo sé que tu quieres mucho esta cadenita. Es el único recuerdo de mi padre que te queda ¿verdad?... lo único que te dejó cuando se fue... Si mamá... yo sé que mi papá nos abandonó... pero tu todavía lo quieres ¿verdad?. Espera... te la voy a poner.
Iñaki alzó la cabeza de su madre con mucho cuidado y colgó la cadena del cuello de esta.
- Ya está. Bueno mamá... me tengo que ir. Es posible que no pueda venir a visitarte en mucho tiempo, pero tu no te preocupes; te pondrás buena enseguida. Entonces mamá... entonces deberás ser feliz. Prométemelo. Reharás tu vida y buscarás a mi papá. El te quiere ¿sabes? Si, te quiere... solo que debió haber sentido miedo cuando comenzaron a aparecer por la casa tus amigos con sus jeringas... Adiós mamá... Oye... acuérdate de darle las gracias a tía Marta. Ella se ha portado muy bien conmigo. No le guardes rencor por separarme de ti. Hizo lo que tenía que hacer. Lo comprendes ¿verdad?
De los inmóviles ojos de la mujer brotaron lágrimas que resbalaron por sus sienes...
- No... ¡no llores! – dijo el niño, secando las lágrimas con su mano -. Mamá... yo me voy por ti ¿sabes?... porque te quiero. Acuérdate de esto antes de obrar en tu nueva vida. Te espero allá arriba. Tienes una nueva oportunidad... aprovéchala... Yo te estaré esperando...
Iñaki se inclinó sobre su madre y depositó un beso sobre su mejilla.
- Ya está... Vámosnos – dijo, dirigiéndose a Uriel.
Caminaban uno al lado del otro en silencio. Iñaki se había negado a coger el autocar de regreso a casa y Uriel no insistió en lo contrario aunque el trayecto era largo.
“Extrañas palabras las de Iñaki" – pensó Uriel, mientras miraba de reojo al joven que marchaba pensativo a su lado. Su rostro no reflejaba ningún estado de ánimo, pero un brillo intenso se desprendía de sus ojos.
- Dime Iñaki... ¿Qué le quisiste decir a tu madre con eso de que “yo me voy por ti”? – preguntó el Angel –
- Pues eso... que yo me voy contigo y ella se queda...
- ¿¿¡¡Queeeeeeeeeeeee!!?? –exclamó Uriel - A ver, explícate... Me pareció entender mal... ¿Qué es eso de que te vienes conmigo...? ¿Dónde se supone que me acompañarás?
- Cálmate... Es bien sencillo. Yo me iré contigo... arriba... al cielo... con Él. A cambio mi madre podrá tener una nueva oportunidad de salvar su alma y ser feliz...
- ¡¡Y una mierda!! ¿Me oyes?... ¡Tu estás loco si piensas que yo te voy a llevar conmigo! ¡Eres un niño! Tienes toda la vida por delante... Tu mamá se esta muriendo y la enfermedad que padece no perdona... ¿Qué te hace suponer que viniendo conmigo ella sanará? – dijo Uriel todo exaltado -.
Mientras hablaba, un lejano rumor, ya conocido por el ángel, empezó a oírse a lo lejos... que fue aumentando de potencia hasta acabar en un gran trueno...
- ¡Si... si... ya sé...! – dijo Uriel levantando la vista al cielo - No lo pude evitar... Este jovenzuelo me sacó de mis casillas con las tonterías que dice... Bajó la mirada al sentir que el niño le tiraba del brazo...
- Oye... por favor... no te enfades... pero tienes que llevarme contigo... Verás... yo sé que mi mamá se está muriendo, y si lo hace ahora, su alma será condenada... No... no puedo permitirlo. Por eso le pedí a El que me llevara a mí en su lugar; de esta manera ella tendrá una nueva oportunidad.
Uriel miró estupefacto al niño... Le costaba creer lo que oía. Sintió que la rabia crecía en su pecho. No... no podía ser que Él hubiera accedido a semejante cambio...
- ¡¡Nooo... no lo voy a hacer...!! – gritó mirando al cielo - ¿Me oyes? Te puedes quedar con tus alas de mierda... No las quiero... ¡¡Ruge...!! Ruge si quieres... pero no se debe cambiar la vida del pequeño por la de su madre... ¿Me oyes? – siguió gritando –
- Uriel... escucha... – dijo el niño –
- ¿Qué quieres tu? ¡Cállate...! No dices mas que tonterías...
- Por favor Uriel. Cálmate y escúchame. Mira, yo le recé todas las noches; le imploré; le rogué; le supliqué para que le diera una nueva oportunidad a mi madre. Me ofrecí a irme por ella y después de muchas noches, Él me escuchó y aceptó... ¿Pero sabes por qué? Es bien fácil amigo... si muere mi madre ahora, su alma se perderá... La mía... la mía quizás cuando llegue mi hora seria suya... En cambio, si yo me voy ahora mi alma la tiene segura y en un futuro, muy probablemente, mi madre pueda enmendar sus errores y salvar también la suya. Así El gana dos almas... ¿Te das cuenta ahora? Él aceptó por mí... aceptó por mi madre... y aceptó por ti... ¡¡¡Mira tu espalda!!!...
Uriel giró la cabeza... Ante sus ojos se mostraron dos grandes y hermosas alas blancas que salían de su espalda. Su cara reflejó perplejidad. Eran alas auténticas, alas que nacían de su cuerpo. No se había dado cuenta de cómo ni cuándo le salieron, pero allí estaban... dispuestas a levantar el vuelo...
- Ya está... ya nos podemos ir... Vamos, no perdamos mas tiempo. Tengo que conseguir pronto unas alas tan bonitas como las tuyas – dijo Iñaki –
Uriel asintió, y sin decir nada, estrechó al niño contra su pecho y batiendo las alas, se elevó en el aire, iniciando un majestuoso vuelo hacia el paraíso...
HOSPITAL GENERAL DE AGUDOS
- Hola Carlos...
- Hola doctor. Buenos días.
- ¿Qué hay de nuevo? ¿Ya están los resultados de los últimos análisis realizados a la paciente?
- Si doctor... y como los anteriores, han dado negativo.
- Es incomprensible...
- Y que lo diga doctor... pero es así. Hemos analizado una y otra vez los tejidos, y ni rastro de anticuerpos...
- Está bien... está bien... ¿Cómo se encuentra ella?
- Muy bien. Mejora a pasos agigantados. Hoy ya ha podido hablar un poco con la enfermera.
- Por cierto... ¿se le ha preguntado de dónde salió la cadena que colgaba de su cuello hace siete días?
- Si doctor... Dice que se la trajo un Ángel....
- ¿Un Ángel?
- Si, eso dijo... sus palabras fueron... “Me las dio un Ángel... mi pequeño Ángel...”