Lechuguita
(Hnos. Grimm)


Había una vez una mujer que estaba esperando un niño. Tanto ella como su marido deseaban ardientemente que naciera.

Un día se encontraba la mujer mirando por la ventana cuando vio unas hermosas lechugas que crecían en la huerta de la casa de al lado, y le apeteció comerse una. Por eso rogó a su marido que fuera a buscársela.

El marido saltó la tapia que separaba las dos casas y arrancó una de las lechugas. En ese momento apareció ante él una bruja, que era quien habitaba en aquel lugar, y, a cambio de perdonarle la vida y dejarle irse con la lechuga, le hizo prometer que le daría el hijo que iba a tener en el caso de que este fuera una niña. El buen hombre, atemorizado, así se lo aseguró.

Transcurrieron algunos meses y nació la criatura. Era una niña. Los desconsolados padres no tuvieron más remedio que entregársela a la malvada bruja.

La bruja, en cuanto la niña aprendió a andar y a hablar, la encerró en una torre que sólo tenía una ventana. Cuando quería verla la llamaba y la niña echaba por ésta una hermosa y larga trenza en la que recogía sus cabellos y por ella la bruja subía hasta lo alto de la torre. De este modo transcurrieron largos años.

Un día acertó a pasar por allí un príncipe que, escondido entre unos matorrales, presenció la curiosa escena: vio como la trenza asomaba por la ventana y como la bruja subía por ella.

El príncipe, en cuanto observó que la bruja bajaba de nuevo y se marchaba, salió de su escondite y llamó a la joven. Ésta, creyendo que se trataba otra vez de la bruja, echó su cabellera y el valeroso príncipe subió por ella.

A partir de aquel día no había mañana ni tarde que el príncipe no fuera a ver a la muchacha. Ambos jóvenes se habían enamorado.

Pero sucedió que en una ocasión la bruja regresó antes de lo previsto y descubrió al príncipe subiendo por la trenza de la joven. Loca de rabia, dejó ciego al pobre muchacho por medio de un encantamiento y expulsó a la niña de su casa diciendo que no quería volver a verla jamás.

Los dos jóvenes caminaron por el bosque tristes y cabizbajos. La muchacha no paraba de llorar: "Por mi culpa", decía, "has perdido la vista".

Y resultó que, mientras lloraba y lloraba, sus lágrimas caían sobre los ojos del príncipe pudiendo más que el encantamiento de la bruja y haciéndole, poco a poco, recuperar la vista.

Al ver aquel prodigio, felices, se dirigieron juntos al palacio del príncipe y nunca más se separaron.


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