Como cualquier madre del mundo, ella se preocupaba por su hijo, y le
quería con locura, pero él era un hijo un tanto diferente.
Nunca fue
buena persona, desde que nació empezo a portarse mal.
Desobedecía en
todo, discutía con su madre y hacía todo lo posible por fastidiarla.
Él fué creciendo y cada día iba a peor, empezó a robar, a juntarse con
mala gente e incluso llegó a matar.
Ella le seguía queriendo, era su hijo.
Así pasaron los días, y ella siempre se precupaba por él, incluso
aunque fuera golpeada y maltratada.
Un día él se hartó y la mató. Llevó su cuerpo al monte y lo enterró.
Cuando se disponía a marcharse tropezó con una enorme piedra y cayó al
suelo, y cual fué su sorpresa cuando desde lo más profundo de la tierra
resurgió la dulce voz de su madre diciendo:.....
-"¿Te has hecho daño hijo mío?".
Esta historia me la contaba mi "sufrida" madre para enseñarme cuanto pueden las madres llegar a querer a sus hijos y a preocuparse por ellos, por encima de todas las cosas.