La princesa del país de los hielos
Hans Christian Andersen
Érase una vez una princesa que estaba muy triste porque nunca llegaba hasta su palacio un rayo de sol. Cuando miraba por la ventana veía solo montañas de hielo y nieve por doquier.
Sus padres no podían vivir tranquilos viendo a su hija en ese estado, así que decidieron preguntarle qué manera había de hacerla feliz.
- Sólo deseo, contestó la princesa- que me deis por esposo a un príncipe que viva en un país cálido y soleado.
Los reyes se enteraron de qué príncipe estaba soltero en los países cálidos y enviaron mensajeros a sus padres.
Los enviados partieron con numerosa escolta. Pero los mensajeros nunca regresaron. Enviaron otros y jamás supieron de ellos. Finalmente el rey hizo partir un nuevo mensajero y con sus sabios subió a una torre para ver con un catalejo lo que sucedía. Al llegar a países cálidos observó como se desprendía de su abrigo de pieles y cómo poco a poco se iba convirtiendo en humo hasta desaparecer.
- No podemos ir a los países cálidos- dijeron los sabios -, somos de hielo.
Pero la princesa decidió entonces probar suerte ella misma y una mañana subió a su carroza y emprendió el camino hacia el Sur, puesto que su país quedaba muy al Norte, cercano al Polo en el corazón del Ártico.
Anduvo por algún tiempo y por fin vio despuntar a lo lejos un rayo de sol. Entonces las damas de la corte que la acompañaban se despojaron de sus pieles.
La princesa sabía que si seguía adelante moriría de calor como sus mensajeros, por eso decidió pararse en aquel lugar. Envió como todo mensajero a los países cálidos a un pajarillo que volaba por allí. Escribió una notita, se la puso al pajarillo en el pico y le dijo: "Vuela y entrégasela al príncipe." Y así lo hizo el pájaro.
Tres días después una inmensa comitiva dirigida por un príncipe de ojos y tez oscura vino a recogerla. El príncipe nada más ver a la princesa se enamoró de ella y le pidió que se casara con él.
- Sí – dijo la princesa -, me casaré contigo, pero viviremos aquí, en este país que no es frío no caluroso.
El príncipe aceptó y las bodas se celebraron con grandes festines. Vivieron por siempre felices en aquel país.