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El canadiense Marshall McLuhan propone, entre sus varias tesis, que los medios son una extensión del Hombre, como sus miembros, que el medio importa más que el mensaje, llegando incluso a radicalizar esta noción en “el medio es el mensaje”, y que es la existencia del medio, y no el mensaje, la que moldea y repercute en la sociedad. Sus investigaciones han dado nacimiento a diversas disciplinas y perspectivas, destacándose de otros pensadores de la comunicación por su capacidad de predecir eventos y tendencias futuras.
Además es digno de destacar que su análisis filosófico no pudo haber llegado en mejor momento, dado que el giro lingüístico, nacido en parte desde Heidegger, había puesto al lenguaje en el ser (Heidegger decía que el ser se revela en el lenguaje poético), y más tarde algunos llegarían a poner al ser en el lenguaje, es decir que el ser es el lenguaje.
Esta maravillosa sincronía nos debe hacer especial eco en la idea de McLuhan, según la cual, el lenguaje mismo es el medio que altera al Hombre y a su realidad, es decir, el lenguaje, “la palabra” como dice el canadiense, es un medio, los medios son extensión del Hombre, y si el ser es el lenguaje, el ser es extensión del Hombre.
Para clarificar esta idea debemos recordar que, según McLuhan, un medio es todo aquello que implique un mensaje (no solo que el mensaje sea explícito), de modo tal que un foco es un medio, en tanto que crea atmósferas, o “crea espacios” en sus propias palabras, es así como el medio es, en sí mismo y en cuanto tal, un mensaje.
La Palabra es un medio y a la vez, en cuanto tal, un mensaje (independientemente de lo que exprese dicha palabra), pero solo en el lenguaje podemos encontrar al ser, según Heidegger. En lo particular prefiero la tesis de Heidegger por sobre la de otros pensadores según la cual el lenguaje mismo es el ser, pues la encuentro demasiado apurada, por no contar que no puede sino lanzarnos al absoluto nihilismo, o a la intoxicante demencia de Nietzsche.
Los medios crean atmósferas, alteran al mundo y lo hacen a la imagen y semejanza del Hombre; quizás por ello Heidegger hacía tan ácidas críticas a la tecnología. Sin embargo la palabra es el descubrimiento del ser, y esto posee implicaciones profundas dignas de ser tomadas en cuenta. La palabra, o el ser, es sentido, es decir, orden, fundamento de la realidad, pero a la vez, en cuanto el medio (la palabra) altera y genera al mundo, es una realidad distinta. Esta es la realidad de lo abstracto que, desde Platón, habrá de marcar a la filosofía hasta el pensamiento de Heidegger, o quizás ya desde Nietzsche.
Es por ello que el término griego, que es en sí mismo un concepto, de “Logos”, se adecua perfectamente a lo que la Palabra, como medio y como mensaje, como extensión del Hombre y como realidad a la vez descubierta (del ser) y manufacturada, viene a significar.
Es por ello que encontramos desde este momento la ineludible dualidad, entre Palabra y Voluntad, entre Logos y Thelema. Esta dualidad es primero manifestada en Nietzsche, quien critica a occidente por haber encubierto a la fuerza dionisíaca bajo la pura formalidad que es lo apolíneo, y peor aún, de haber polarizado ésta dualidad hasta darles una connotación moral. La fuerza de lo dionisiaco es la Thelema, la pura forma que es lo apolíneo, es el lenguaje, y desde Sócrates, diría este alemán, el Logos es sobrepuesto a la Thelema, situación que el cristianismo radicaliza en una polarización exagerada.
Heidegger, por su parte, viene a decir lo mismo, aunque de manera distinta, cuando antepone la Voluntad de Poder de Nietzsche a su “dasein”, crítica que extiende luego a la tecnología. La Voluntad de Poder, dice Heidegger, se antepone al ser de los entes en cuanto ésta le da un sentido, o finalidad (que es la misma cosa), al ser, en vez de dejar que el ente sea lo que es.
El Logos nos revela otra importante característica, lo abstracto de la razón, que conlleva a lo abstracto de la palabra, y frente a esta abstracción, o pura forma, como dijese Nietzsche, encontramos a la Thelema, a la Voluntad, que es puro impulso, aunque no necesariamente bruto y ciego como defendía Nietzsche. Esta dualidad, sin embargo, no debe tomar tintes morales, cuya única consecuencia posible sería una polarización irresoluble, sin embargo es importante detenernos ante esta situación.
El que la Thelema sea mero impulso, y el Logos mera abstracción revela de inmediato que ésta dualidad pareciese ser el hijo bastardo de la dualidad que aquejó al filósofo de Könisberg y a los filósofos del romanticismo, es decir, la indeterminación versus la completa determinación, que en aquellos días se les manifestaba bajo la pregunta ¿cómo puede convivir la libertad, que es indeterminación, con la Naturaleza, que es en esencia determinación? La situación es semejante, en cuanto que encontramos, por un lado, lo que no puede ser determinado, es decir, hecho “concepto” (en el sentido que le da Kant), y por ende no es comprensible o conocible (en tanto que todo conocimiento es, necesariamente, concepto), frente a algo que no puede ser sino concepto, que no puede ser otra cosa que sentido o fundamento.
Ante esta dualidad, semejante a la planteada en el presente ensayo, Nietzsche escogió la indeterminación, como haría también Sartre, aunque con sus diferencias obvias, sin embargo escoger una sobre la otra, es decir, desechar el Logos y acogerse a la Thelema, o viceversa, es un error trágico.
Es un error porque desechar el Logos censura, en ese inmediato momento, cualquier filosofía, es decir, cualquier sentido, cualquier expresión y, exagerándolo un poco, nos negaría del derecho y facultad de hablar, o al menos hablar con sentido; en resumen, que una “filosofía irracional” es tan absurda como su propio título.
Si se desecha, por el otro lado, a la Thelema, se comete también un error, parcialmente comentado por Nietzsche, dado que nos conduce al nihilismo de la pura forma sin contenido alguno. Esto se debe a que si centramos al Logos como única realidad existente y posible, por un lado polarizamos el mundo de la materia del mundo de la Forma, como haría Platón, por otro lado pondríamos en el lenguaje el único fundamento del mundo frente a nosotros, lo cual también conduce al nihilismo, en tanto que el lenguaje es arbitrario, aún si posee en su seno una evolución, misma que, por cierto, tiende siempre hacia un mayor nivel de abstracción.
En suma, que ambas posiciones nos conducen al nihilismo y al sin sentido, desechar la Thelema nos conduce al absurdo que culmina en Nietzsche, por no contar que repetir toda la evolución de la filosofía de nuevo es un insulto y una burla; negar el Logos nos conduce a la irracionalidad de una “filosofía irracional”, lo cual niega de inmediato su propia existencia.
Heidegger cree haber encontrado una solución al invertir a Platón y retomar a los presocráticos, sostiene que el dasein es apertura al ser, y por ende no es que sea en sí mismo abstracto, pero sí puede alcanzar la comprensión de lo abstracto, siendo que su contraposición de Voluntad de Poder versus el ser de los entes, se debe a la lectura de Nietzsche con respecto a la Voluntad y el impulso dionisiaco.
Ahora bien, si sabemos qué es el Logos, o al menos le podemos conceptualizar de manera clara y distinta, aún no hemos abordado qué es la Thelema, ¿es realmente un impulso ciego como lo plantea Nietzsche? Por un lado es importante destacar que, si bien la visión que Nietzsche posee del impulso dionisiaco como explicación del todo y fundamento último de la realidad es, por decir lo menos, aventurado, sí es rescatable su interpretación de la Voluntad.
Nietzsche diría que la Voluntad es indeterminación, pues es contraria a lo apolíneo, aunque no sea una dualidad extrema, en tanto que lo apolíneo es un artificio humano para escapar del reconocimiento de su propia finitud, sin embargo no porque no posea el carácter de abstracto, quiere decir que necesariamente la Voluntad sea una sinrazón, o ciega.
Aquí es donde entra en acción Crowley, quien en su Liber Al Vel Legis exclama, I:44 “Pues querer puro, libre de propósito, rescatado de la lujuria del resultado, es perfecto en todos los sentidos”, expresión que se debe a una visión no dualista entre Logos y Thelema, sino complementaria, es decir, dado que la realidad es devenir, es, en ese sentido, Voluntad, en tanto que es querer puro, pero tal devenir posee un sentido, una finalidad (dado a la cosmología hegeliana que sostiene el inglés), en una palabra, un Logos, mismo que no le hace ser abstracto y trascendental, al estilo Platónico, sino por el contrario, lo más concreto y tangible.
Para aclarar la idea, encontramos en Crowley que la esencia de la realidad es deseo, cosa semejante que en Nietzsche, con la diferencia que Crowley, en vez de hacer de tal deseo un impulso ciego que no va a ningún lugar, carente de sentido, le da un sentido, un sentido dialéctico y muy cercano a la cosmología hegeliana. Ahora bien, tal querer puro es la esencia del Hombre, una visión distinta al dasein de Heidegger, y por ende no encuentra dualidad entre la esencia del Hombre, el querer puro que es el devenir de la realidad, con el Logos, en tanto que, en cierto sentido, el Logos, el Ser, posee Voluntad, deviene, y la palabra “Providencia” me viene a la mente (de hecho el mismo inglés escribió en una ocasión “no hay Dios, solo hay providencia”). El impulso, la “anima mundi”, por decirlo así, es la esencia misma del Hombre, ese impulso que posee sentido, es decir, finalidad.
Sin embargo, y retomando el giro lingüístico de la filosofía, y las ideas de McLuhan, si la Voluntad es la esencia del Hombre, y en ese sentido su ser, ¿qué propósito sirve el lenguaje? Es decir, ¿si el lenguaje nos revela al ser, pero mediante el lenguaje no ejercitamos a nuestra esencia, cuál es la razón de ser del lenguaje? El lenguaje funciona como religador al ser, la extensión del Hombre que le hace poseer una versión abstracta de su propia esencia, en ese sentido, mediante el lenguaje el Hombre se contempla a si mismo, de modo análogo a como, decían los místicos cabalísticos, en la contemplación de Dios nos encontramos a nosotros mismos.
Es urgente precisar esta cuestión, la esencia del Hombre es la Voluntad, pero es mediante el Logos, en pleno sentido (palabra, razón, orden, sentido, etc.), que podemos descubrir y comprender nuestra esencia, y por lo tanto el Logos hace las veces de religador a una versión abstracta de nuestra esencia. Aunque el Logos tal cual, lo puro abstracto, la mera forma, no sea capaz de ejercitar nuestra esencia, en tanto que nuestra esencia, dado que es deseo e impulso (es decir, devenir) no es conquistable con tan solo comprenderla, sino es necesario vivirla.
Cosa inversa ocurre en el cristianismo, donde la Voluntad es la vía mediante la cual se religa el Hombre al Logos, sea mediante la providencia y voluntad divina, o mediante la Voluntad al servicio de la volición divina, en cambio, según Crowley, tendría que ser que el Logos nos religa a la Voluntad, o más exactamente a la Voluntad Verdadera, a aquel impulso en su estado puro más allá de los caprichos de la vida ordinaria. Esta inversión es sumamente interesante y novedosa, por un lado nos constata que la religión le es inherente al Hombre, o mejor dicho lo religioso, y por el otro lado asegura un espacio para el Logos, sin convertirlo en un exagerado único propósito de la existencia humana, dando a la vez un espacio a la Thelema, evitando cualquier polarización moral.
Esta inversión no puede sino llamarnos la atención por sobre la característica de la filosofía contemporánea de invertir papeles, por un lado Marx invierte el sentido del pensamiento de Hegel al anteponer la materia por sobre el espíritu, Nietzsche inicia un proyecto de inversión de todos los valores, Heidegger invierte a Platón mediante una revalorización de los presocráticos (que es a su vez una inversión pues a los presocráticos casi nunca se les daba mayor atención seria), los filósofos del lenguaje invierten los papeles, de modo que no es que el lenguaje se descubre por el ser, sino que el ser se descubre mediante el lenguaje, o que incluso es el lenguaje. Por esta misma línea se mueve la filosofía de la Thelema de Aleister Crowley, en una inversión de papeles entre la Thelema como vehículo de religación al Logos, a tener al Logos como religador a la Thelema.
Es así, y para concluir, que mediante la idea de los medios como extensión, y por tanto del Logos como extensión (más que como esencia) de McLuhan, como podemos finalmente elucidar algunas interesantes cuestiones sobre la filosofía del lenguaje, la Voluntad y la religión. Tan solo cabe añadir, a modo ejemplar dos ideas más, en primer lugar la adoración de la Palabra como análoga a la adoración o enamoramiento de los medios, y en segundo lugar que es posible estudiar a las religiones, es decir, a las relaciones con el Logos o con la Thelema bajo el parámetro de dionisiacas o apolíneas.
Tras la creación o descubrimiento de un nuevo medio, en este caso el lenguaje, algunos tienden a considerarle algo independiente de si, es decir, como si fuese moralmente malo no prestarle atención a los programas de televisión, como si éstos fuesen un ente que no nos necesita y al cual hemos de demostrarle nuestro afecto. En el caso del Logos se trata de la adoración de lo abstracto, de adorar algo que en realidad no existe en sí mismo, la palabra, pues ésta nos remite a otra cosa, es decir, es siempre relacional, y siempre arbitraria pues en la palabra no está la esencia (a diferencia de cómo pensase Platón en la palabra “rosa” no se muestra su olor o forma), es la adoración de la pura formalidad.
Del carácter abstracto del ente al cual se adora, en este caso al Logos, se desprende la continua contradicción de una moral demasiado perfecta para poder llevarse a cabo, en efecto, en tanto que se adora algo abstracto, el sujeto se siente culpable de no ser él mismo algo abstracto, de ser en sí mismo.
De este modo es como podemos encontrar religiones más o menos apolíneas, dependiendo del énfasis que se haga sobre la Palabra, y más o menos dionisiacas dependiendo del énfasis sobre la Voluntad. Por ejemplo, el budismo es una lamentación apolínea, su opuesto dionisiaco es el animismo, que no exige gran sentido o razón, que es más libre en ese sentido, es decir, más indeterminado. El Islam es una dictadura apolínea, donde todo es pura formalidad y pura abstracción, donde solo hay un Logos real o posible al cual se le debe obediencia absoluta en todos los ámbitos de la vida diaria, su opuesto dionisiaco es el judaísmo donde se representa a un dios tan volátil como la Voluntad del Hombre, en cuya mitología misma se desprende la indeterminación de la libertad de Dios frente a la frágil existencia humana, es decir, que la voluntad de Jehová podía cambiar de un momento a otro, tal y como la voluntad humana.
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