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El presente artículo tiene por objetivo familiarizar al lector con la mitología thelemita del Libro de la Ley, y de este modo explicar la cosmología básica de la Thelema, aquello que le distingue de las demás doctrinas.
El Libro de la Ley se divide en tres capítulos, cada uno de ellos es narrado por un dios mitológico distinto, que conforman la trinidad thelémica, cada uno de ellos es a la vez una característica esencial de la cosmología thelémica. El primer capítulo es narrado por Nuit, el segundo por Hadit y el tercero por Ra-Hoor-Khuit. Es esencial comprender el significado de cada uno de ellos para poder comprender el Libro de la Ley, un libro sumamente oscuro y enigmático, repleto de juegos de palabras, alusiones al Tarot, a la cábala, etc. Es por esta particularidad que el Libro de la Ley es una revelación íntima en si misma, es decir, le habla a cada persona, a cada individuo, en vez de ser un texto sagrado que le habla a una cultura o sociedad y da lineamientos de lo que tiene que hacer, sino que sostiene un diálogo, en ocasiones místico, en otras intoxicante y a veces incluso violento, con el lector, siendo a veces la voz de su interior, y no la voz de un ente metafísico que existe en una realidad ontológica radicalmente distinta.
Cada capítulo del Libro de la Ley se centra en su respectivo dios mitológico, por ende los temas y los motivos podrán ir variando, por ejemplo, en el primer capítulo, narrado por Nuit, versículo tercero se afirma que todo Hombre y toda Mujer es una estrella, tal revelación no es arbitraria en su ubicación pues Nuit, como veremos más adelante, es el cielo estrellado, es decir, donde se ubican todas las estrellas.
No se pretende dar una visión cabalística, o a la luz del Tarot, pues sería una empresa demasiado ambiciosa, sin embargo se hace necesaria una introducción a esta mitología que aclare ciertos aspectos, no solo del Libro de la Ley, sino de la Thelema en general.
Dentro del sistema thelémico, Nuit es un tercio de la triada cosmológica, junto con Hadit (la contraparte masculina) y Ra-Hoor-Khuit, el Niño coronado y conquistador (una representación del dios Horus). Nuit tiene distintos títulos, la reina del espacio infinito, nuestra señora de las estrellas y la señora del cielo estrellado, aunque cabe aclarar que en inglés, la lengua de Aleister Crowley, este último título es “Lady of the starry heaven”, es decir, del cielo en el sentido cristiano.
Nuit representa el círculo expandido hasta el infinito, cuya circunferencia es inmedible y cuyo centro se encuentra por doquier, mientras que Hadit es el punto infinitamente pequeño al centro de cada cosa, de acuerdo a la cosmología thelémica clásica, es la interacción entre estos dos principios que crean el universo manifiesto.
Crowley escribe, en el “Equinoccio de los dioses”, una comparación entre Nuit y el cristianismo que, según mi traducción personal y parafraseando, vendría ser lo siguiente: “Nuit excalam “te amo”, como un amante; mientras Juan tan solo pudo alcanzar la proposición fría e impersonal de “Dios es Amor.”, el Amor abstracto del cristianismo, que con el paso del tiempo se ha ido erosionando y pudriendo, se ha quedado corto, pues al ser abstracto es frío y alejado del Hombre, mientras que el Amor de Nuit es deseo y pasión, es fuego, es íntimo y revitalizante, exigiendo ya no la fría e inhumana vida de la monástica piedad fervorosa, sino éxtasis y felicidad.
Nuit, nuestra señora de las estrellas, no está en el cielo, es el cielo, y esta diferencia es digna de estudio. Santo Tomás de Aquino hace de Dios un ente que piensa, Hegel nota la inutilidad y falsedad de la división presente, es decir, Dios como ente y como pensante (subjetividad, es decir Espíritu), y demuestra que Dios no es ente que piensa, es pensamiento. En este mismo sentido Nuit no está en el cielo, sino que es el cielo, pero ¿y qué es el cielo? El cielo es, desde la perspectiva cristiana o islámica de la existencia post-mortem en un “cielo”, viene a ser el Nirvana que no se puede conseguir en vida (según creen ellos), es el éxtasis que se produce en la unión entre el Hombre y Dios, cuando el finito se convierte en infinito, es notoria la implicación sexual del éxtasis provocado por la unión entre el finito y el infinito (Freud podría decirnos mucho sobre ello), pero después de todo el cielo viene a ser el hieros gamos infinito y eterno.
Aquí se repite la historia que se da en Hegel, quien denuncia la ociosidad de la división en la divinidad, en este caso los cristianos conciben el cielo como una instancia existencial, una realidad ontológica (independiente y radicalmente distinta de la realidad en la que vivimos) en donde se produce tal éxtasis. Esta división entre la realidad existencial donde se da el éxtasis de la unión y el éxtasis mismo es ociosa, y falsa.
Nuit es el cielo, y es el éxtasis, pero más aún, al ser descrita como el círculo infinito, Nuit es a la vez contradicción como unión (¿son todas las uniones, es decir, síntesis, contradicciones? Si no lo son, al menos las albergan en su seno), es la unión de los contrarios que brindan este éxtasis, este hieros gamos. Vale la pena ahondar en esta cuestión.
Decir que Nuit es círculo infinito implica decir que es, a la vez, círculo que línea, lo mismo curvo que infinito, pues un círculo que se expande al infinito se torna en una línea recta, su centro está por doquier, pues es, en sí mismo, inmedible semejante círculo. Nuit es, en esencia, éxtasis, ya que unifica la recta con la curva, el círculo con la línea, ella es el hieros gamos, y por esa razón su alabanza no es en la forma de la piadosa quietud, de la mediocre espera por la muerte en una existencia gris, pálida y sin vida, sino mediante la alegría, la felicidad, el festejo, etc. Pues ser uno con el cosmos, con la Naturaleza (es decir, descubrir la Verdadera Voluntad) equivale a la existencia más intensa, al éxtasis más intenso, al cielo o Nirvana.
Un elemento aún más importante, fundamental para la correcta comprensión de la Thelema, lo brinda una nota de Aleister Crowley en su comentario al Libro de la Ley: << “Nuit es Todo cuanto existe, y la condición de la existencia. Hadit es el principio que causa modificaciones en la existencia. Esto explica porqué uno podría llamar a Nuit la Materia, y a Hadit el movimiento (en inglés “Motion”).”>>.
Esta visión radical necesita ser estudiada más de cerca, por un lado, decir que Nuit es todo cuanto existe y, más aún, la condición de tal existencia, es sinónimo a decir que la existencia es la unión o síntesis de los contrarios (de la curva y la recta, unión formada por la infinitud del círculo), es decir, que la existencia es éxtasis de contrarios, y el llamado de Nuit, un llamado sensual y erótico, es un clamor por amor a la vida, a la existencia (más en un sentido sartreano, o existencialista, que puramente ontológico), un llamado a vivir la vida, más que a esperar una vida post-mortem.
En Sartre, el existencialista más conocido, la existencia es sinónimo de libertad, una libertad infinita, dada a priori (no concibe que la libertad existe en grados, como sí lo hace Crowley), una especie de vacío en el cual el Hombre actúa y, mediante sus decisiones, se da a si mismo su esencia, su identidad o naturaleza. En el caso de la Thelema se identifica a la existencia, no con una libertad tan infinita que termina siendo un vacío, sino con el éxtasis de la unión o síntesis de los contrarios, unión entre el sujeto y el objeto, entre la subjetividad y la objetividad, entre el Yo y el Otro, etc.
Por último, una cita del Liber Al Vel Legis, el Libro de la Ley, que se refiere e ilustra perfectamente a Nuit (AL I:58): <<“Doy goces inimaginables en la tierra; certeza, no fe, mientras en vida, sobre la muerte; paz indecible, descanso, éxtasis; tampoco exijo cosa alguna en sacrificio.”>>.
Se identifica a si mismo como el punto en el centro del círculo, el eje de la rueda, el cubo en el círculo, el espíritu oculto del Hombre, el “Espíritu Santo”, el Elixir Vitae, o bien (AL 2:6): << “Soy la llama que arde en todo corazón de hombre y en el núcleo de toda estrella. Soy Vida y el dador de Vida, sin embargo, por esto el conocerme es el conocer la muerte.”>>. De este modo podemos observar que Hadit, siendo el núcleo de la estrella es semejante a la noción del kundalini, la serpiente que si levanta la cabeza se une a Nuit, pero si suelta su veneno puede ser mortal (AL 26:27).
De este modo parecería sencilla la cuestión, Hadit vendría a ser la Voluntad Verdadera en su estado latente, la capacidad de la iluminación (representada por el Ermitaño en el Tarot), el impulso vital o ánima. Sin embargo encontramos, en el Libro de la Ley que, poco después de describirse a si mismo, Hadit comienza con las maldiciones hacia “Porqué y su parentela” (AL II: 28-34), de este modo Hadit, la Voluntad, la serpiente enroscada que puede alcanzar la iluminación, se muestra en guerra con el Porqué y las falacias de la razón, y este es un rasgo distintivo de la cosmología Thelemita que, si no se comprende adecuadamente, puede llevar a errores vergonzosos.
Para comprender adecuadamente el conflicto en el cual se desarrolla Hadit, habría que retomar la cuestión de Voluntad versus Palabra, Thelema versus Logos, que se había abordado ya en: “Algunas ideas sobre Palabra y Voluntad”, en la segunda parte de “La filosofía del Fin del mundo”. En general el conflicto es una oposición entre el lenguaje y el mundo, o más precisamente entre el lenguaje y la Voluntad, cuyas repercusiones son serias para una radical re-interpretación de categorías como la Verdad, la falsedad, etc.
El problema, si bien es recurrente en la filosofía contemporánea, tiene por antepasado a Heráclito, quien concibe dos principios, el mundo o cosmos, que es caos y desorden, y el Logos, la razón ordenadora, Nietzsche, al retomar a este filósofo habría de argumentar que la fuerza ordenadora, que él llama “impulso apolíneo”, es artificial, una invención del Hombre que se enfrenta a su propia mortalidad, ese impulso apolíneo, ese Logos heraclíteo, es el lenguaje, invención humana que ordena el mundo, al concebir categorías y emitir juicios.
Luego de Heráclito el problema se replantea, quizás indirectamente, en Sócrates, que al preguntar qué es la cosa, no se pregunta realmente por la esencia de la cosa-en-sí, sino que debate qué definición es mejor para palabras como “Belleza”, “Justicia”, etc., en verdad, toda su filosofía es una discusión lingüística para definir claramente cada palabra y saber qué decimos cuando juzgamos un paisaje como “bello” o una acción como “justa”, etc. Con el paso del tiempo, en particular en Platón, y por ende en todo el cristianismo, aún en la teología tomista que depende de la filosofía de Aristóteles, se concibe que la palabra designe una cosa, en vez de referirse a otras palabras, a otros símbolos abstractos en una cadena casi eterna, es decir, que la relación entre las palabras y la cosa-en-sí, es una relación directa, impoluta casi por completo, y que podemos conocer a la cosa-en-si mediante el lenguaje.
Este equilibrio impuesto por los teólogos del medioevo, y tan necesario en el cristianismo, esto es, que la realidad sea descrita fielmente por el lenguaje, en vez de aceptar que el lenguaje crea a una realidad aparte, se comienza a cuestionar de diversos modos. Este cuestionamiento afecta categorías como la Verdad, ¿qué es la Verdad?
La filosofía clásica define a la Verdad como la adecuación del juicio con la realidad, sin embargo tanto uno como otro es lenguaje, el juicio es una afirmación y es obvia la relación con el lenguaje, y en cuanto a “la realidad” se refiere la definición a la realidad cognoscible, precisamente mediante el lenguaje. Es por ello que la Verdad no es una cualidad o atributo de la cosa-en-si, sino atributos del discurso.
Dado que conocemos la realidad mediante el lenguaje quedamos atrapados en él, definimos incisivamente y batallamos por la verdad o falsedad de diversos juicios, sin embargo el lenguaje no es la realidad objetiva que existe fuera de nosotros, es una invención humana que busca, en la medida de lo posible, conocer y manipular la realidad, el lenguaje es, en este sentido, poder, pero por otro lado el lenguaje es el Ser, o mejor dicho, como Heidegger habría de decirlo “el lenguaje es la casa del Ser”.
Nos encontramos atrapados en el lenguaje, y para salir del lenguaje se recurre a Hadit. Es por ello que Hadit maldice a “porqué”, pues el porqué es la forma de la “Verdad”, es lingüístico, y la realidad objetiva, lo que Nietzsche llamaría la manifestación de la Voluntad de Poder, y que Heidegger haría opuesto al Ser, no es verdadera, es real. Quizás así entendemos mejor porque Nietzsche diría “más importante que la Verdad es el arte”, pues concebía al arte como la manifestación más clara, menos contaminada, de la Voluntad de Poder, que no es verdadera, es real, en contraposición del discurso que podrá ser verdadero, pero no por ello necesariamente real. Para más sobre como la Thelema es arte recomiendo “la Voluntad y el Arte”.
Hadit entonces es nuestra realidad más profunda y radical, pues es el núcleo de cada estrella, y todo Hombre y toda Mujer es una estrella, es la Verdadera Voluntad en su estado latente, es decir, el ánima. La metáfora de ser lo infinitamente pequeño ilumina el hecho de ser lo más elemental, lo más simple, aquello que, si nos descomponemos en parte, queda si poderse descomponer, pues es la Voluntad en su más pura expresión, carente de lujuria por el resultado y por ende perfecta (AL I:44), es por ello que Hadit nos dice, en AL II:30-31, que si la Voluntad se detiene y pregunta porqué, la voluntad se anula, pues el porqué, la palabra, es estática, mientras que Hadit es el ánima (el impulso vital), y más aún, precisa en II:31, si el Poder, que toda manifestación de la Voluntad es Poder, por definición, se pregunta Porqué, es decir, si queda enredado en el lenguaje, si desiste de ser experiencial y vital, entonces la manifestación de la Voluntad, es decir el Poder, se vuelve debilidad.
La unión de lo infinitamente grande, que es Nuit, y lo infinitamente pequeño, que es Hadit, es decir, de la existencia con nuestra ánima (impulso vital), ocasiona el rapto explosivo que es el Samadhi, que es un estado de conciencia no-dualista, donde la conciencia del sujeto contemplativo se hace uno con el objeto contemplado, es decir, la iluminación y unión con Nuit, que da nacimiento a Ra-Hoor-Khuit, la Verdadera Voluntad.
Si Nuit nos ofrece un vitalismo eudemonista, es Hadit quien completa esta visión y a la vez la profundiza, pues nos alerta que, alejarnos de Hadit es caer en el foso llamado “Porqué”, donde perecerá con los “perros de la Razón”, es decir, si bien es posible hablar sobre la Verdadera Voluntad, es imposible comprenderla mediante el discurso, es necesario experimentarla, pues de lo contrario caeríamos en un juego lingüístico estéril alejado de la realidad.
Ra-Hoor-Khuit también llamado Hoor-Par-Kraat, es el harpócrates griego, es decir, el Horus niño, coronado y conquistador, prototipo del faraón que asesina a Set en venganza por la muerte de su padre Osiris. La relación entre Nuit, el Todo existente, y la existencia misma, y Hadit, el centro infinitamente pequeño, el núcleo de la estrella, la serpiente del kundalini, eleva al Hombre hasta Ra-Hoor-Khuit, llamado en ocasiones simplemente Horus, que no es sino la Verdadera Voluntad, la conclusión del Mágnum Opus.
Para comprender el tercer capítulo del Libro de la Ley es necesario comprender a Ra-Hoor-Khuit en su apropiada dimensión, por un lado hablamos de Horus, el dios solar victorioso, y por otro lado (aunque complementarios) nos referimos al faraón, el Dios-Hombre que conquista el Universo.
El discurso/revelación de Ra-Hoor-Khuit es pronunciado, no por Osiris, el dios miserable de la sinonimia entre la humillación y la gloria, sino por el Sol mismo, su prosa es agresiva, existe una violencia latente casi en todos los pasajes, son las palabras de un general a sus soldados, y no el de un padre amoroso a su séquito de borregos aterrados, esto es así, en primer lugar, porque Ra-Hoor-Khuit es el Sol, mientras que Osiris es la Luna, esto quiere decir que, mientras la luna pasa por una transformación, nace, crece y decrece, muere y revive, el sol es incólume, siempre victorioso, no posee historia en ese sentido, es siempre el mismo, y al carecer de Historia se encuentra más allá del tiempo, es decir, es intrínsecamente trascendente (después de todo la trascendencia es eso, salirse del tiempo).
Su guerra es contra el mundo, contra el Universo mismo, sin embargo se refiere al “microcosmos” en el sentido renacentista, al Universo interior o Naturaleza oculta, es decir, de modo vulgar, a la subjetividad. Es en este sentido que Ra-Hoor-Khuit se proclama centro del Universo, pues al alcanzar la Verdadera Voluntad el sujeto se vuelve el centro de su universo subjetivo, de su microcosmos, y puede reinar verdaderamente, en vez de ser acarreado por la marea de los caprichos intrascendentes.
Del versículo tercero al noveno, quizás incluso hasta el onceavo, la Voluntad Verdadera comanda una batalla, al hacer esto trasgrede el paradigma judeo-cristiano-islámico (más notorio en el cristiano) de que la gloria se encuentra en la humillación. La idea de la sumisión a una voluntad metafísica, a una vida comandada, no por la subjetividad del sujeto mismo, sino por la subjetividad de entidades metafísicas, derivarían finalmente en la noción de la humillación como glorificación de Dios, y a la vez, a la glorificación humana. El Eón de Horus niega este paradigma y afirma lo contrario, es decir, no es en la humillación, que es siempre la manifestación de la derrota, donde se encuentra la gloria, sino en la conquista, que es la manifestación de la fortaleza. La conquista del Universo, expresada en las cinco V’s, Vini Veri Veriversum Vivus Vici, es decir, por el Poder de la Verdad, conquisté el Universo, y se refiere, habría que aclararlo para evitar malos entendidos, al microcosmos, al Universo interior de cada sujeto.
La batalla que comanda Ra-Hoor-Khuit en los versículos mencionados, la gloria de la conquista que exige como adoración, es la pugna entre la Verdadera Voluntad y los caprichos del ego superficial, se trata de hacerse libre, o mejor dicho de alcanzar la libertad plena, conquista asequible solo si nos sujetamos a nosotros mismos. Esta cuestión merece ser estudiada más a fondo.
La persona no se encuentra determinada por causas externas o internas, eso sería un determinismo, pero sí se encuentra condicionada en gran medida, tales condicionantes impiden que la persona sea completamente libre, pues la mayoría de las veces actúa conforme a causas externas o internas, presiones sociales, impulsos inconcientes, etc., y creyendo que su decisión ha sido libre, en realidad ha brotado de causas que le son ajenas, en este sentido se encuentra condenado, parte de una cadena causal que se extiende hasta siglos atrás, un eslabón que puede llegar a vivir su vida entera sin jamás liberarse. Sin embargo, y dado que no se trata de un determinismo, puede alcanzar la libertad, mediante la reunión de Nuit y Hadit, desencadenando a Ra-Hoor-Khuit, alcanzando pues la Verdadera Voluntad. Para más sobre el problema de la Libertad en la Thelema de Crowley recomiendo este artículo "La liberta en el ocultismo".
Esta libertad deifica al individuo, le realiza plenamente y, por decirlo de modo vulgar, potencializa su divinidad interior. Esto se debe a dos razones, por un lado al ser libre es él mismo quien decide, en vez de decidir debido a causas externas o internas desconocidas para él, al ser él quien ha decidido ha actuado sin mayor causa que su Voluntad, es en este sentido la causa primera. La segunda razón es porque se ha emancipado de la humillación de servir a subjetividades ajenas, así como el cristiano, judío o musulmán viven según la subjetividad o Voluntad de su dios, no son verdaderamente libres, se someten y humillan a una subjetividad ajena, mientras que el thelemita que alcanza su Verdadera Voluntad se emancipa él mismo, en este sentido se “salva” a sí mismo sin necesidad de otra subjetividad que opere en él, la emancipación consigue la gloria divina.
Es por ello que Ra-Hoor-Khuit es incesante en el tema bélico, pues el sujeto se debe depurar a si mismo, debe desechar los caprichos de su ego, mediante un “retraerse de si mismo”, es decir, salirse de su propia cosmovisión para poder estudiarla con detenimiento, se desprende en una actitud impersonal sobre su persona, pues así como el Hombre se libera del Logos del lenguaje mediante la Voluntad, así también el Hombre se libera de su propia cosmovisión, de su modo de ver el mundo (a veces exageradamente parcial) al desprenderse de si mismo. Se conquistan estos caprichos y se vencen las presiones de causas externas e internas al conocerse a si mismo, consigue una autarquía tan solo posible por el conocimiento íntimo de sí, carente de miedo frente a si mismo, sobre todo frente a su inconciente, el Hombre es capaz de vencer a su peor adversario, él mismo, y de ese modo coronarse (nótese la relación con el Kether cabalístico en este punto) como Dios de su propio Universo.
Ra-Hoor-Khuit es todo esto, el conquistador, el faraón coronado que ha batallado y conquistado a todos sus enemigos, que se sienta en el trono y contempla su cosmos, pero es también un niño, y mientras que esto podrá parecer contradictorio en un principio (pues al pensar de conquista y guerra usualmente nos nace la imagen de un adulto), pero tiene su razón de ser y refleja adecuadamente la naturaleza de la Voluntad Verdadera y, por extensión, al Eón de Horus, cuyo principio rector es, precisamente, el principio del niño.
El principio del niño tiene que ver con la idea anteriormente mencionada del “retraerse de si mismo”, en nuestra vida diaria nos enfrentamos al mundo desde detrás de un cristal, ese cristal es nuestro “modo de ver el mundo”, nuestra cosmovisión personal, construido mediante diversas experiencias afecta el cómo interpretamos, asimilamos y enfrentamos nuevas experiencias, en ocasiones nos permite comprender mejor algunas experiencias, en otras ocasiones nos impide ver más allá del aquí y del ahora. Esta cosmovisión es nuestra, es decir, nosotros la creamos, pero en muchas ocasiones el sujeto queda atrapado en su propia invención, en su cosmovisión personal, tornándose intransigente de otras perspectivas, este es un esclavismo, es una traba sumamente cruel, ya que no hay peor tirano que el que nosotros mismos nos imponemos.
Para poder salirnos de esta cosmovisión es necesario asumir una actitud impersonal ante ella, es decir, desprendernos de tal cosmovisión como los budistas se desprenden de los deseos terrenales, de este modo podemos contemplar nuestra cosmovisión como lo que es, una construcción nuestra, y no un tirano que tenga que gobernarnos a fuerza y decidir cómo vemos el mundo y cómo actuamos en él.
Esta actitud es sumamente difícil conforme el sujeto madura y crece, pero es sumamente fácil para un niño, los niños poseen la capacidad de jugar con sus juguetes, en total concentración, pero de un momento a otro pasar a otra actividad. ¿Cómo pueden estar completamente concentrados con sus juguetes un momento, y al siguiente concentrados en otra actividad cuando, conforme avanzamos en la vida, el concentrarse en algo implica pensar en ello incluso cuando ya no queremos pensarlo?
Conforme maduramos encontramos que si algo nos preocupa y nos mantenemos concentrados en ello por mucho tiempo, por ejemplo un trabajo de ocho horas, el dejar de pensar en ello es cada vez más difícil. Pero los niños no sufren eso ya que su concentración es distinta a la concentración de un adulto, distinta no en naturaleza, sino en el cómo se consigue, el niño tiene una concentración sin esfuerzo, mientras que el adulto debe esforzarse y se queda ahí.
El principio del niño tiene que ver con eso, una concentración sin esfuerzo, natural, produce en el alma una quietud y un silencio que tranquiliza, una zona de silencio al cual se puede acudir para calmarnos y pasar a otra cosa, esta suerte de inocencia convierte al trabajo en juego y aligera las cargas, y es también el significado esotérico del arcano del mago, quien consigue una concentración sin esfuerzo.
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