HUMBERTO GARZA

Yo te soñaba entonces, inmune a la acechanza, 
hurgando un horizonte cubierto de regresos,
vestida con el traje febril de la esperanza
para el recibimiento del dueño de tus besos.

En mi delirio inmenso jamás imaginaba
que al retornar dichoso para buscar tus brazos,
en vez de reintegrarme el amor que no acaba,
mi pecho dejarías partido en mil pedazos.

¿De qué sirve en la vida tanta inútil entrega
cortada brutamente por vanos juramentos? 
¿de qué sirve aferrarse con amor y fe ciega
al capricho voluble de la flor de los vientos?

Al verte de mi lado, por siempre desprendida,
se cubrieron mis ojos de interminable llanto.
Yo sí guardé en el pecho el amor que no olvida
por mi Sagrado, juro: ¡Que te adoraba tanto!

Hoy, canto con el alma, del niño que se aleja,
llevando sobre el rostro la sombra del pesar,
el aire desaprueba lo inútil de mi queja,
y el cielo mis heridas no puede ya curar.

El hombre sufre y llora por el amor naciente, 
el amor primitivo, ¡que siempre despedaza!
el que vistió con plumas de brillo iridiscente,
el que nunca abandona, el que jamás reemplaza.

Cuando al oído mío llamaron los caminos
pidiendo que dejara la tierra de los viejos,
ignoraba yo entonces que a todo peregrino
borran de sus memorias los que se quedan lejos.

Al ir oyendo ruidos monótonos y amargos
y cantos de zorzales en polvorientas huertas,
mi delirio avanzaba por los caminos largos
que iluminan auroras de mañanas inciertas.

Qué afligida la historia de aquellos que adoraron
los pechos virginales, los corazones castos,
y al regresar a ellos ¡pobres! los encontraron;
ya del amor cansados y de besar exhaustos, 

Para los pies que emigran, al dar la despedida,
ya no hay musgoso afecto que su camino alfombre,
se pierden para siempre en la ruta escondida,
después... ni quien recuerde las letras de su nombre.

Las aguas corren mansas, el río de la vida
cariñoso nos brinda su generoso lecho,
¡pero el amor tenaz! su objeto nunca olvida,
y ya jamás admite, apoyo en otro pecho.