ANTONIO MACIAS LUNA

Discurren aguas mansas
con dulce borboteo;
solloza Sietearroyos,
en un recodo seco,
por la giba deforme
de un quebrado esqueleto.

Las adelfas y juncos
velan un mulo muerto.
Descombros de osamenta
se amontonan deshechos.
Aflora una mandíbula
con desgastado asiento.
No tiemblan con los tábanos
los huesudos brazuelos.
Se descuelga la piel
raída en polvorientos
jirones, con hilillos
que se alojan en huecos
y enredan telarañas
en el costillar negro.
Se aproxima tortuosa
la corriente de lejos
para esquivar el túmulo
con cuidadoso empeño.

Pobre bestia de tiro,
máquina del labriego;
triste acémila inerte
con descarnados belfos,
ya no puedes saciar
tu sed en cauce fresco;
ya no sientes el agua,
sus cosquilleantes besos.
Los días y las noches
queman podrido incienso,
que empalaga las márgenes
de olor a cementerio.

Mientras el mirlo asombra
con sonoro portento,
vuelan alrededor
insaciables insectos;
se infiltra un reguerillo
del arenoso lecho
por ojos que no duermen,
que se lanzan al cielo.